La desigualdad en el siglo XXI
Saúl Escobar Toledo
Acaba de darse a conocer el
informe de la organización Oxfam (www.oxfam.org)
correspondiente a 2019. El tema principal es, como corresponde a su línea de
trabajo, la desigualdad, entre ricos y pobres y entre hombres y mujeres, que afecta
hoy al mundo. Según este reporte, miles de millones de personas viven en la indigencia
mientras las élites más ricas obtienen enormes ganancias. Una situación que se ha agravado con el
tiempo: el número de milmillonarios (o billonarios) se ha duplicado desde el
inicio de la crisis económica hace ya más de diez años. Son ahora más prósperos
que nunca. Su riqueza se ha incrementado en 900 mil millones de dólares tan sólo
en el último año y está cada vez más concentrada en menos manos: 26 personas poseen la misma riqueza que 3 800
millones de habitantes del planeta.
Por su parte, según el Banco
Mundial, un poco menos de la mitad de la población mundial subsiste con menos
de 5.5 dólares al día (algo así como 100 pesos), cifra que el mismo Banco ha
fijado como su nuevo umbral de la pobreza extrema en los países de renta media
alta (como México). Esta situación se refleja también en otros indicadores: en
las zonas menos favorecidas de Londres la población vive en promedio seis años
menos que la que habita en los barrios más acaudalados de la capital inglesa.
En Pinheiros, Brasil, uno de los barrios más prósperos de Sao Paulo, sus habitantes
tienen una esperanza de vida de 79 años mientras que, en los suburbios más pobres
de esa ciudad, como Tiradents, la expectativa es sólo de 54 años.
La desigualdad no sólo se
manifiesta entre ricos y pobres; también es sexista: las mujeres ganan, como
promedio mundial, 23% menos que los hombres. En cambio, los masculinos poseen
un 50% más de riqueza que sus contrapartes femeninas. La brecha de género es
particularmente grave en el mercado laboral ya que cuando las mujeres logran
obtener un empleo remunerado, con mayor frecuencia, se trata de ocupaciones
precarias y con bajas retribuciones. Tienen también menor acceso a activos
productivos como la tierra, el crédito y la capacitación laboral. Así, por ejemplo,
en México, las niñas nacidas en el segmento correspondiente al 20% más pobre
tiene el doble de probabilidades de seguir en esa situación toda su vida, comparadas
con los niños que se encuentran en estas condiciones.
La desigualdad ha resultado un
formidable obstáculo para erradicar la indigencia. Durante las últimas décadas
las personas más acaudaladas han acumulado un porcentaje cada vez mayor y desproporcionado
de la riqueza. Esta fractura es profundamente nociva, también, porque está contribuyendo a envenenar el clima político
y a darle mayor auge a las opciones e ideas racistas, sexistas y extremistas, y
a los políticos autoritarios que las apoyan. En lugar de tratar de reducir la brecha
entre ricos y pobres, diversos gobiernos han optado por criminalizar a los
migrantes y a la protesta ciudadana. En
los países más desiguales, la confianza social es menor y la delincuencia mayor.
Las sociedades con mayores niveles de disparidad viven con tensiones más fuertes
y son menos felices e incluso presentan mayores índices de enfermedades
mentales.
Según Oxfam, no hay opción: para erradicar
la pobreza hay que combatir la desigualdad. Y para ello hay que tomar
decisiones políticas y transformar las economías adoptando un conjunto de
medidas: en primer lugar, universalizar la provisión gratuita de servicios públicos
como la salud y la educación, y dejar de apoyar la privatización de estos servicios.
También, ofrecer prestaciones como una pensión básica al final de la vida
laboral y apoyos para los hijos de todas las familias. En segundo lugar, Oxfam
propone liberar a las mujeres del trabajo no remunerado que dedican todos los días
al cuidado de sus familias y sus hogares. Se requiere invertir en servicios públicos
como el abastecimiento de agua, electricidad y guarderías para reducir el
tiempo que dedican las mujeres a esos cuidados sin paga.
En tercer lugar, el informe
subraya la necesidad de cambiar la política fiscal para que los impuestos a los
ricos y a las grandes empresas ya no vayan a la baja. Hay que gravar la riqueza y al capital a niveles
más justos. Las élites económicas y las grandes empresas tributan a las tasas
más reducidas de las últimas décadas. En los países más avanzados, la tasa
marginal promedio del ISR pasó del 62% en 1970 al 38% en 2013. En las naciones en
desarrollo esta tasa se sitúa en alrededor del 28%.
Debido a ello, los trabajadores
aportan de manera desproporcionada a las finanzas públicas. En algunos países como Brasil o el Reino
Unidos el 10% más pobre paga un porcentaje de impuestos mayor de sus ingresos
que el 10% más rico.
Se trata también de acabar con la
evasión y la elusión y llegar a un acuerdo a nivel internacional que permita
diseñar un conjunto de normas e instituciones que combatan este flagelo. Las
grandes fortunas ocultan a las autoridades 7.6 billones de dólares, según diversos
estudios, en paraísos fiscales u otras naciones más benévolas con ellos. Están
dejando de pagar algo así como 200 mil millones de dólares al año por concepto
de impuestos.
El documento de Oxfam subraya el
caso de los gravámenes a la riqueza (es decir
al patrimonio de las personas, no sólo a los ingresos monetarios) pues sólo 4
centavos de cada dólar se recaudan a
nivel mundial bajo este concepto.
El informe acierta en su
diagnóstico más importante: la desigualdad es el tema vital para rescatar a
nuestras sociedades de su deterioro. Avanzar en su solución permitiría reducir
drásticamente la pobreza, fortalecer la democracia y el respeto a todos los
derechos humanos. Es el camino para propiciar un mayor bienestar de la
humanidad. Y una tarea que no sólo corresponde a los gobiernos sino sobre todo, cito literalmente
el texto, al poder de una ciudadanía unida
para exigir estos cambios.
Este punto de vista se riñe con
el consenso dominante de las elites políticas y económicas que han planteado
que la desigualdad se resolverá por la evolución natural de los mercados y que
no se requiere una política claramente dirigida a combatirla. Se oponen, en particular,
a las políticas que fortalezcan la propiedad y el control público de bienes y
servicios, y a su gratuidad. Siguen insistiendo en que la privatización debe
ser, salvo algunas excepciones, la política adecuada para la gestión económica.
Desde este punto de vista, la pobreza se combate con medidas focalizadas, que no
afecten a las empresas ni al patrimonio de las personas, sobre todo a las más
acaudaladas. Consecuentemente, una política fiscal que busque afectar a los más
ricos es contraria al pensamiento neoliberal pues dañaría a los inversionistas
y a la prosperidad que éstos aportan.
El informe Oxfan no abunda, sin
embargo, en otras causas de la desigualdad como la que se origina por la
relación desequilibrada entre el trabajo y el capital: bajos salarios,
condiciones de trabajo malas, informalidad, inseguridad en el empleo y otras formas
de contratación precarias. Tampoco profundiza en el análisis de los sistemas
políticos que han propiciado esta injusticia ni en aspectos como el combate a
la corrupción, una mayor transparencia de las acciones de los gobiernos y las
empresas, y la ampliación de la protección y cobertura de los derechos humanos.
Pero quizás estas omisiones respondan
a la necesidad de enfatizar sus propuestas centrales: la desigualdad ha sido
una opción política deliberada y por lo tanto puede corregirse con dos fórmulas
sencillas: servicios públicos y prestaciones universales para todos, financiadas
con mayores impuestos a las empresas y personas más ricas. Dicho de manera aún
más simple: o los gobiernos se comprometen en la búsqueda del bienestar público
o lo hacen para el beneficio privado. Tomar
la vía señalada en el estudio de Oxfam seguramente no resolvería todos los
problemas, pero representaría un avance inmenso en la construcción de un mundo
mejor.
saulescobar.blogspot.com
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