Retrato de mujer con cartulina
Saúl Escobar Toledo
Después de la marcha del domingo 11 de noviembre que
recorrió el Paseo de la Reforma para protestar contra la cancelación del
aeropuerto de Texcoco, una fotografía circuló en las redes sociales y en
algunos medios impresos y digitales. Una mujer, podríamos decir de alrededor de
sesenta años, apoyada en un bastón, ve hacia la cámara. Su mirada no es ni de
entusiasmo ni de enojo, parece tranquila pero convencida. Su gesto corporal
tampoco dice mucho: muestra sin aspavientos una cartulina. No la han tomado por
sorpresa ni trata de esconder su mensaje, lo muestra queriendo decirnos: es lo
que pienso y no lo oculto. Una mujer que por su vestimenta no parece ni rica,
ni pobre. No porta anillos, apenas un sencillo collar y unos aretes que tampoco delatan ostentación.
Una persona como muchas con las que nos
topamos en la calle cualquier día del año o que, por su apariencia, podría ser nuestra vecina, un familiar, un
amigo. La cartulina dice: “No + delincuencia, inseguridad, narcotráfico, usura,
prostitución”. Y abajo, con letras de mayor tamaño, “¡INMIGRANTES INDESEABLES
Nuestro pueblo primero! Movimiento Nacionalista Mexicano”.
La manifestación se organizó no tanto para mostrar su
descontento con la cancelación de la obra, ello hubiera sido una razón poco
atractiva para reunir a miles. Lo que querían era evidenciar su rechazo al
próximo gobierno porque lo consideran una amenaza. El mensaje que aparece en la
foto subraya ese peligro que ahora se agrava por la presencia de personas
venidas del extranjero, de tal manera que los males que ya sufrimos van a
empeorar. La asociación de los
migrantes con todos esos vicios se reiteró después en Tijuana, donde un grupo
de personas agredió un campamento de centroamericanos, seguramente con la
complacencia o apoyo del alcalde de esa ciudad quien exigió que los derechos
humanos (se apliquen solamente) “para los humanos derechos”.
Estas posturas las hemos visto en distintas partes del
mundo. Pero en México hace tiempo que no se manifestaban tan abiertamente. La
combinación es además reveladora: una oposición a AMLO cargada de prejuicios
racistas, conservadores y pretendidamente nacionalistas. Son las señales de un
sentir ciudadano que va a pelear contra el próximo gobierno no tanto por lo que
ya hizo o lo que ha dicho, sino porque está apoyada en el miedo, la inseguridad
y el odio a lo que consideran extraño, distinto a ellos, nuevo como una
pesadilla acabada de soñar. Son resultado de tantos años de violencia, de
corrupción y de impunidad, pero también de un prejuicio: hay que prepararse
para lo peor porque de estos que nos van a gobernar no se pude esperar nada
bueno ya que promulgan ideas dañinas para nuestras familias y nuestra patria.
En más de un sentido, esa señora y muchos de los manifestantes que ese día se
congregaron, son una expresión de un sentimiento que ha permeado a amplias
capas de ciudadanos en diversas partes del mundo y que ha sido electoralmente
exitoso en Estados Unidos, en diversas partes de Europa, en países como
Filipinas y Brasil. Han surgido como respuesta a los errores de los gobiernos pero, igualmente, de un caos que no logran entender: el de un
progreso desquiciante, desequilibrado, ruinoso y violento.
Otra cara de la oposición al futuro gobierno se ha
expresado día con día, casi unánimemente, en la prensa nacional. Se trata en este caso,
de un rechazo más educado, proveniente de intelectuales, editorialistas, y
expertos, cuya consigna puede sintetizarse, según sus propias palabras, de la
siguiente manera: “Pelear con los mercados lleva al fracaso” (como encabezó
Quintana en El Financiero su columna hace unos días). Los mercados, en este caso, según lo aclara el
mismo autor, son una entelequia. Se trata en realidad de un grupo personas que
son grandes inversionistas, o que
trabajan como intermediarios de empresas financieras o están al frente de instituciones
multilaterales. Forman sus opiniones no siempre basados en los hechos, pero son
capaces de alterar la estabilidad de un
país con movimientos bruscos en las bolsas de valores, el tipo de cambio, los
flujos de capitales. Y, aunque no nos guste, el mundo de hoy está acotado por
los mercados, o, mejor dicho, por las manos visibles que los mueven.
Este punto de vista es parcial y olvidadizo. No
recuerda que precisamente hace diez años, cuando la quiebra del Banco Lehman,
esos agentes propiciaron la mayor recesión mundial de las últimas décadas
provocando grandes daños a las economías y a las personas. Los representantes
de los países más importantes del mundo coincidieron entonces que la causa de
esa debacle radicó en la existencia de mercados muy poco y mal regulados. Algo
se ha avanzado pero nuevos riesgos han aparecido y con ello la posibilidad de
una nueva crisis, según el FMI (Informe sobre la estabilidad financiera
mundial, octubre 2018). Las autoridades pueden tratar de ajustar sus políticas
para evitar las sacudidas pero ello no basta: el mundo sigue a merced de un
sistema financiero mundial que requiere más y nuevos controles, no menos. O,
como dijera Jürgen Habermas en un reciente artículo (El País, 18 de noviembre
de 2018): necesitamos que los gobiernos lleven a cabo una serie de políticas
para contener y reducir los desequilibrios económicos y se planteen objetivos de largo alcance como
acabar con la evasión fiscal e imponer una regulación más estricta de los
mercados financieros.
La existencia de los paraísos fiscales, la banca en la
sombra (y sus instrumentos que operan sin ninguna supervisión), y su afán de
lograr la máxima ganancia en el menor tiempo a costa de la estabilidad económica,
propiciaron la explosión de 2018. No han cambiado mucho las cosas desde entonces.
El mundo sigue siendo un lugar peligroso y lleno de amenazas debido a la
existencia de ese comercio especulativo que muy pocos se atreven a cuestionar.
Cambiar esta situación requiere un
esfuerzo concertado a nivel internacional. Poco pueden hacer los gobiernos
nacionales aisladamente. Aun así, no
parece razonable calificar las acciones de la futura administración mexicana con
base en las respuestas de esos agentes y grupos, ni renunciar definitivamente a
poner en práctica nuevas políticas económicas para no pelearse con ellos. En el
pasado ese temor y esa inacción simplemente han agravado las cosas.
Es probable que la señora de la foto no haya leído a
ninguno de esos escritores que basan sus
opiniones en el comportamiento de los mercados. Y que éstos vean con
repugnancia las frases de la cartulina que aquella ostentaba con un dejo de
satisfacción. Por lo pronto, su única coincidencia es ver al próximo gobierno
como una amenaza, aunque por diferentes razones. En otras latitudes, sin embargo, han llegado
a formar un frente común para derrocar gobiernos e imponer personajes
dispuestos a violar los derechos humanos si al mismo tiempo se muestran muy
amigables con ese grupo selecto de inversionistas e intermediarios financieros,
como sucedió recientemente en Brasil.
Nuestro personaje quizás no sepa ni le interese saber
que su miedo y quizás su dolor, derivado de la situación del país, no es
resultado del arribo de esas personas que ella llama indeseables, sino de los
profundos desequilibrios causados, entre otras cosas, pero de manera muy
importante, por el comportamiento de los mercados, por esas manos que manejan
billones de dólares todos los días. Muchos mexicanos seguramente compartimos
sentimientos parecidos y su repudio a los gobiernos y los actores políticos.
Quizás resultaría muy difícil convencerla de que esos centroamericanos son
también víctimas, como ella, del desorden y la injusticia que padece el mundo. Lo
que si está dentro de nuestras posibilidades es fomentar un mensaje de
solidaridad, empatía y reconocimiento de los otros, más allá de su
raza, su condición social, y su origen nacional, como habitantes de este
planeta que tienen los mismos derechos que nosotros. Y exigirle al próximo
gobierno que haga lo mismo en sus declaraciones y en sus obras.