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miércoles, 27 de marzo de 2019


Reforma laboral: el intento de un gran engaño

Saúl Escobar Toledo

La reforma laboral parece llegar a su etapa final: según se ha anunciado, terminadas las audiencias públicas, a partir de abril comenzará a elaborarse el dictamen correspondiente en la Comisión de Trabajo en la Cámara de Diputados. Su aprobación se daría a mediados de ese mes para, después de semana santa, pasar a la de Senadores. De esta manera, unos días antes del primero de mayo, ésta última la votaría en el pleno. Tenderemos entonces una nuevo marco legal en materia de trabajo.
Sin embargo, las presiones para que esta reforma se convierta en una simulación se han dejado sentir desde el principio. Recordemos que en 2017 se decretaron las enmiendas constitucionales al artículo 123. Sin embargo, los cambios a la Ley federal del Trabajo (LFT) se congelaron durante la administración anterior. Fue hasta que se instaló el nuevo Congreso cuando realmente empezó a elaborarse una propuesta congruente con las nuevas disposiciones adoptadas en la carta magna. Éstas, se pueden resumir en tres: crear Tribunales Laborales adscritos al Poder Judicial, desapareciendo así las Juntas de Conciliación y Arbitraje; crear una instancia de conciliación prejudicial y, además, responsable de los registros de sindicatos y contratos colectivos; y garantizar el ejercicio del voto personal, libre y secreto de los trabajadores en la elección de sus dirigentes y de sus  comisiones encargadas de negociar las cláusulas contractuales.
La oposición se ha concentrado en la instancia de conciliación, que según la Constitución debe ser un organismo descentralizado que contará con personalidad jurídica y patrimonio propios, plena autonomía técnica, operativa, presupuestaria, de decisión y de gestión. Y que se regirá por los principios de certeza, independencia, legalidad, imparcialidad, confiabilidad, eficacia, objetividad, profesionalismo, transparencia y publicidad.
Pues bien, los representantes del capital, como el Consejo Coordinador Empresarial (CCE) y la COPARMEX (con matices), y por su parte, las viejas centrales sindicales, en particular la CTM, han manifestado su deseo de que esta instancia sea tripartita, en la que participen, dicen, trabajadores, empresas y empresarios (sic) y la autoridad como gran mediadora.
Sus razones: respetar la tradición del derecho laboral mexicano y sobre todo, afirman, mantener la paz y la competitividad internacional de las relaciones obrero-patronales pues ello ha sido determinante para las inversiones nacionales y la atracción del capital internacional. Los representantes del sindicalismo de viejo cuño agregan que sería una intromisión gubernamental que el Centro se propusiera exigir constancias o verificaciones que demuestren la voluntad mayoritaria de los agremiados para la elección de sus dirigentes, para pertenecer a un sindicato, o para aprobar la firma de un contrato colectivo.
A estos argumentos jurídicos se suman rumores políticos no comprobados, una campaña insidiosa e incoherente que supone la existencia de un plan del gobierno actual para apropiarse del control de las organizaciones sindicales (nuevas o existentes) y para permitir la injerencia de asociaciones extranjeras en nuestra vida laboral.
Lo que se intenta, en realidad, es fraguar un gran engaño: convertir el organismo de conciliación y registro en un aparato bajo el control de las dirigencias patronales y los vetustos personeros del sindicalismo para que nada cambie. Es decir, para que la democracia y la libertad de asociación no se conviertan en una opción legal. Conservar el manejo de los registros de asociaciones en manos de quienes lo han manipulado durante los últimos setenta años, mantendría sometidos a los trabajadores a prácticas como los contratos de protección que se negocian a sus espaldas.
Sus intenciones encuentran, sin embargo, dos obstáculos: el primero, la voluntad expresa del gobierno actual incluyendo la Secretaría del Trabajo; del grupo parlamentario de MORENA, que mantiene la mayoría en ambas cámaras; y de  agrupaciones  independientes. La cúpula empresarial cree que puede cambiar esta situación mediante amenazas de cancelar inversiones y fugas de capitales. Pero el segundo escollo es más complicado, pues se trataría de engañar a la OIT y, sobre todo, a los gobiernos, parlamentos y sindicatos de Estados Unidos y Canadá, firmantes del llamado T-MEC, el nuevo Acuerdo de Libre Comercio entre los tres países, que en sus cláusulas laborales y en un anexo especial han comprometido al Estado mexicano a realizar los cambios en la LFT de acuerdo a los señalado en el 123 constitucional.
Con el fraude que intentan cometer, se arriesgan a que el Acuerdo trinacional sea rechazado por los legislativos de los países socios de México. Particularmente en Estados Unidos, donde la nueva mayoría demócrata en la Asamblea de Representantes de ese país votaría, seguramente,  en contra de la ratificación del Acuerdo. Además, las representaciones obreras de esas naciones, que han estudiado el tema a profundidad, difícilmente se tragarían la pifia, ejerciendo una presión adicional sobre sus gobiernos y parlamentos.
Así pues, los empresarios que precisamente hablan de atraer inversiones a México parecen actuar de manera irrazonable pretendiendo boicotear un acuerdo que resulta indispensable para el flujo de capital extranjero a nuestro país. Parecen no darse cuenta de que, en las actuales circunstancias, muy excepcionales pero realmente existentes, el esquema de vender a México mediante salarios de hambre   y pobres condiciones de trabajo, no puede seguir vigente, al menos bajo las mismas condiciones.
La posición del viejo sindicalismo no sorprende pues desean seguir usurpando la voluntad de los trabajadores. Se equivocan, además, en sus argumentos legales: el organismo de conciliación y registro, tal como dice la Constitución, no sería un instrumento del gobierno sino del Estado mexicano. Tal como otras entidades de este tipo, por ejemplo, el Instituto Nacional Electoral. En este caso se trataría de garantizar el cumplimiento de la democracia sindical mediante la verificación del voto mayoritario de los agremiados. Y el respeto a la libertad de asociación, incluyendo la opción de no pertenecer a sindicato alguno.
Las huelgas de Matamoros deben ser entendidas como un llamado de atención en este sentido. Pensar que forman parte de un plan deliberado para el surgimiento de un nuevo corporativismo o para amenazar a la clase empresarial nacional y extranjera, es completamente equivocado. Al contrario, esos movimientos son una señal de que, si no se abren los canales legales, los trabajadores tendrán que actuar fuera de las instituciones para plantear sus reclamos.
La oposición del sindicalismo, ayer corporativo ahora de protección patronal, no representa gran cosa. La posición empresarial en cambio es un factor más importante. Su reacción ha sido dominada más bien por el miedo que por la razón. Acostumbrados, como ellos mismos afirman, a que en este país no haya huelgas, creen que cualquier protesta obrera se convertirá en una sublevación generalizada. Que abrir un resquicio legal para la democracia y la libertad sindical significa desatar un movimiento que necesariamente llevaría a exigir aumentos inmoderados de salarios que afectarían la estabilidad económica del país. Se equivocan también porque, al contrario de lo que suponen, fortalecer las instituciones laborales puede encauzar, en paz y ordenadamente, el descontento acumulado de tantos años de exclusión y abuso.
Apoyar el cambio mediante la ley siempre será mejor opción que apostar por la trampa, la simulación, y el ocultamiento. Por ello, las reformas a la LFT que hoy prepara el Congreso de la Unión y, en particular, el asunto de la composición y funcionamiento del organismo de conciliación y registro de sindicatos y contratos es un punto vital. Adulterar la Constitución de la República para volverlo tripartito es la ruta equivocada: equivale a engañar al mundo y a los mexicanos, y renunciar a construir una nueva relación, más equilibrada y dentro de los cauces legales, entre empleados y empleadores. Esto último no sólo beneficiaría a la parte obrera, también podría servir para mejorar la productividad, el diálogo y la concertación entre los factores de la producción.
En este momento culminante, los legisladores tendrán que elegir entre esas dos opciones: una institución verdaderamente autónoma e independiente, o una de corte tripartito. El primer camino es el de un cambio, que implica riesgos y probablemente algunos costos, pero que al final significa ampliar la vida democrática del país. El segundo, es simplemente cometer un atraco que no pasaría inadvertido ni aquí ni fuera del país.

saulescobar.blogspot.com

miércoles, 13 de marzo de 2019

El mundo en 2019 : rupturas, desorden y confusión


La situación mundial: rupturas, desorden y confusión

Por Saúl Escobar Toledo

¿Cómo pinta el mundo en 2019? Según los editores de la revista Project Syndicate (PS) atravesamos por un momento peligroso de la historia. Para entender los riesgos del presente, publicaron en papel (sus ediciones son siempre digitales y pueden encontrarse en https://www.project-syndicate.org)  un número especial con un título provocador: La Gran Disrupción, el cual reunió colaboraciones de más de veinte autores que aportaron diversas visiones. Los responsables de la revista consideran que a un siglo de haber terminado la primera guerra mundial hay muchas similitudes entre el momento actual y el periodo que se vivió alrededor de 1918, cuando una ola nacionalista cambió a Europa. Su preocupación se centra en los líderes políticos demagogos de EU y de aquella región que, con un discurso nacionalista, racista y de culto a la personalidad pretenden obtener ganancias políticas para atraer el voto de los inconformes y excluidos. Por ello, dicen, podemos cometer los errores del pasado, los cuales como se sabe condujeron a la consolidación de gobiernos fascistas y a la segunda guerra mundial.
Los editores advierten que los economistas de la corriente dominante (mainstream) podrían creer que estos peligros son simplemente una hipérbole, una exageración, pues el crecimiento económico se mantiene, aunque de manera desigual, y la inflación está controlada. Pero estos indicadores no deben ocultarnos el hecho de que la macroeconomía es eminentemente política pues los distintos grupos de la sociedad experimentan su propia situación de diversas maneras. En realidad, afirman, hay una polarización creciente.  La gente siente que los beneficios de la globalización y las nuevas tecnologías no están siendo compartidas de manera justa o pareja. Las divisiones entre ricos y pobres, entre viejos y jóvenes, entre los rural y lo urbano (y agregaríamos nosotros entre hombres y mujeres) se están ampliando y ese sentimiento se origina en la realidad, pero también ha sido amplificada por las redes sociales. Las tecnologías digitales, incontroladas, se han convertido también en un factor de polarización pues han concentrado las ganancias de manera desproporcionada en unas cuantas compañías beneficiando a los más ricos, inflando los valores de los activos financieros. La lucha por el control de la tecnología entre Estados Unidos y China a su vez, está polarizando el planeta entre las dos potencias económicas.  A lo anterior hay que agregar la situación crítica en materia de seguridad, migración y el clima. Todo ello, señalan, deberían hacer pensar a los expertos que la ruptura y el desorden que vivimos, es decir la Gran Disrupción, es algo más que un exceso retórico y que debe tomarse en serio.
Hay que recordar que la inestabilidad actual viene de la Gran Recesión de hace diez años, la cual causó una severa caída de la economía global y fuertes tensiones políticas y sociales. Crisis que, por cierto, no fue advertida por los economistas ortodoxos.
Para entender el momento que vivimos, la nota introductoria de esta edición especial acude a Antonio Gramsci, el intelectual y dirigente comunista italiano, quien afirmó que: las crisis consisten precisamente en el hecho de que lo viejo muere y lo nuevo no puede nacer, en este interregno ocurren los fenómenos morbosos más variados.
Si entendemos por morbosos, en este caso, aquellos fenómenos que están relacionados con una enfermedad, podríamos decir que el mundo vive una situación especial caracterizada por acontecimientos, sobre todo en la política, en la que aparecen personajes, organizaciones y movimientos anormales, en el sentido de que rompen con el pasado y con las conductas y posiciones dominantes, reflejando así las condiciones de  un sistema mundial defectuoso, enfermo: la globalización neoliberal de las últimas décadas.
La peligrosidad de la situación actual es compartida por diversos especialistas de otras partes del mundo. Los economistas Jomo K. Sundaram y Valdimir Popov, el primero residente en Kuala Lumpur, Malasia, y el segundo en Berlín, advierten también que la situación económica puede desatar una guerra mundial. Los temores, cada vez mayores, de una nueva crisis financiera, afirman, se alinean con una preocupación creciente de que ocurra un conflicto militar a gran escala.
Ello se debe a la desigualdad económica que se combina con las posiciones ultranacionalistas de algunos gobiernos, sobre todo el de Trump. A pesar de la crisis económica que estalló hace más de diez años, no se ha avanzado en corregir las debilidades económicas debido fundamentalmente al ascenso del capital financiero a costa de la economía real. De esta manera, no se han llevado a cabo las reformas necesarias para resolver la creciente informalidad del trabajo ni para estimular la producción. En cambio, los precios de los activos financieros se han elevado incluso por encima del nivel que tenían antes de 2008. Así, el desorden económico, tan prolongado, está fomentando el conflicto y la intranquilidad entre las naciones y al interior de ellas.
La polarización que vive el mundo también se está dando en el plano intelectual. Frente al desorden que describe PS, el pensamiento dominante ha tratado de poner las cosas bajo la disyuntiva de mantener el orden actual o caer bajo las garras de políticas populistas. No hay más opciones.
Sin embargo, como dice Dani Rodrik en uno de los ensayos del ejemplar de la revista, después de la Gran Recesión y ante las medidas proteccionistas que tomó Donald Trump, inéditas en la historia del comercio internacional desde la segunda posguerra, se reconoció que la hiper globalización había dejado fuera a mucha gente. Se admitió la necesidad de buscar mecanismos compensatorios más robustos. Pero estas inquietudes han desaparecido. En estos días se escucha mucho de las virtudes del sistema de comercio libre y multilateral pero casi nada del severo desequilibrio que ha creado. Sin embargo, dice Rodrik, necesitamos desesperadamente una nueva visión del comercio mundial. Los gestos grotescos de Trump nos han llevado a una falsa elección entre apoyar sus medidas o defender las viejas reglas. Si de veras pensamos que la globalización puede beneficiar a todos, no debemos caer en esta trampa.
El discurso de nosotros los neoliberales o ustedes los populistas es una falsa disyuntiva que no reconoce opciones nuevas al poner bajo el mismo sello a fenómenos tan disímbolos como, por ejemplo, las nuevas corrientes socialistas en el Partido Demócrata de Estados Unidos y al mismo presidente Trump tan sólo porque ambas disienten y pretenden romper con el consenso dominante. La diferencia ideológica, teórica y política en este caso es profunda y reconocerlo abre precisamente la posibilidad de sortear los peligros actuales, incluyendo una conflagración.
El premio Nobel de economía Joseph Stiglitz, en este número de PS, hace una dura crítica de las políticas de Trump y concluye que, a pesar de sus promesas de romper con las élites y sus políticas, en realidad se ha provocado una congelación de los salarios y se ha abandonado a los trabajadores desplazados por la globalización y los avances tecnológicos. Todavía peor, agrega, la marca Trump, caracterizada por el racismo, la misoginia y la excitación nacionalista ha tenido seguidores en Brasil, Hungría, Italia, Turquía y otras partes del mundo.
El mundo vive hechos insólitos, fenómenos sobre todo políticos, inusuales, distintos, singulares y que rompen, cada uno a su manera, las normas o moldes del pasado. Para entender lo que está sucediendo y prevenir los riesgos no se puede aplicar un mismo rasero porque entonces se impide la búsqueda de soluciones frente a un sistema mundial decadente. Entender esto puede resultar vital para el futuro del mundo y la preservación de la paz.  No son frases retóricas y los intelectuales del pensamiento dominante deberían tomárselo en serio, como dicen los editores de Project Syndicate.

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