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miércoles, 23 de septiembre de 2020

Un impuesto a la riqueza

 

Gravar la riqueza: la propuesta argentina

Para Oscar Estrada, que acaba de partir…

Saúl Escobar Toledo

A finales de agosto de este año ingresó a la Cámara de Diputados de Argentina un proyecto de ley que pretende gravar a las grandes fortunas. Según el texto oficial se denomina “Aporte solidario y extraordinario para ayudar a morigerar los efectos de la pandemia”.

Se trata de un impuesto que se aplicaría por única vez a las personas que al 31 de diciembre de 2019 hayan declarado un patrimonio superior a los 200 millones de pesos argentinos (una cantidad equivalente a entre 2.5 y 3 millones de dólares). La tasa correspondiente se aplicaría progresivamente hasta quienes posean un patrimonio superior a los 3 000 millones de pesos argentinos (alrededor de 40 millones de dólares). La cuota mínima sería de 2% y la máxima de 3.5%. Se calcula que los afectados sumarían alrededor de 12 mil personas.

Si se aprueba la iniciativa, el gravamen se aplicaría a las personas físicas de acuerdo con la totalidad de los bienes que poseen en el país y en el exterior, incluyendo las “sucesiones indivisas” (es decir, ingresos o propiedades obtenidos por herencias o testamentos). De esta manera, las personas de nacionalidad argentina que tengan su residencia en países de baja o nula tributación (paraísos fiscales) también serían consideradoras sujetas a esta ley. El gravamen se aplicaría exclusivamente a las personas y no afectaría a los bienes o ingresos de las empresas.

El proyecto de ley señala que, en el caso de los fondos que se encuentren en el exterior, se incrementaría la tasa con una fracción alícuota adicional, misma que se dejaría de aplicar si se repatrian los capitales.

Los proponentes (un conjunto de diputados afines al gobierno del presidente Alberto Fernández) han proyectado que se podrían recaudar alrededor de 300 mil millones de pesos argentinos (poco más de 4 mil millones de dólares). Una cantidad equivalente a la recaudación tributaria que se obtuvo en el mes de enero de este año (que incluye lo que en nuestro país sería el IVA, ISR y IEPS, sin las aportaciones de la seguridad social ni los impuestos al comercio exterior). Estos fondos se destinarían a equipo médico (20%); subsidios a la micro, pequeña y mediana empresa (20%); becas para educación (20%); apoyos para habitantes de barrios populares (15%), y el programa de exploración y producción de gas natural (25%).

Esos cuatro mil millones de dólares significan algo así como un 0.6% del PIB de esa nación en 2019 y un aumento del 9% del total de los impuestos obtenidos durante todo ese año, o un 5.5% de la recaudación total. 

Como era de esperarse, la propuesta ha sido rechazada por las organizaciones empresariales argentinas por considerarlo “confiscatorio” y por “alterar las condiciones de equilibrio de la oferta y la demanda”. Hay que subrayar que, a fines del año pasado, se había aprobado otro impuesto, el PAIS (“Para una Argentina Inclusiva y Solidaria), que grava algunas transacciones en moneda extranjera con una cuota de 30%, incluyendo la compra de servicios de transporte de pasajeros con destinos fuera del país por vía terrestre, aérea o acuática, excepto que se trate de naciones limítrofes por vía terrestre.  Se aprobó, asimismo, un gravamen de 8% sobre la contratación de servicios digitales.

No cabe aquí discutir la viabilidad política para la aprobación de este “aporte solidario”, ni sus posibles consecuencias económicas, asuntos que requerirían un examen muy extenso y una información que sólo puede provenir de fuentes directas. En cambio, vale la pena subrayar el significado que esta propuesta tiene para las naciones, en especial de América Latina.

En primer lugar, porque los impuestos a la propiedad y al patrimonio son muy bajos en el mundo, pero especialmente   en nuestra región. Ello, a pesar de que estos bienes se reparten entre la población mundial y al interior de cada país, de forma mucho más desigual de lo que lo hacen los ingresos o el gasto en el consumo privado.  Debe señalarse que, según la OCDE, la riqueza de las personas incluye activos no financieros como las propiedades inmuebles, autos y joyas; activos financieros (depósitos en bancos, bonos y acciones); y créditos. En América Latina, además, hay países que obtienen más recursos por este tributo como Bolivia, Brasil y Colombia y otros que obtienen cantidades muy exiguas. En México, por ejemplo, apenas tenemos el predial que se aplica a bienes inmuebles pero su aporte es muy pequeño (alrededor del 0.3% del PIB). A ello hay que agregar que la recaudación de todos los tributos es también muy reducida, de tal manera que México carece de recursos para impulsar el desarrollo y ofrecer mejores niveles de educación, salud, vivienda e infraestructura.

Agregaríamos que la propuesta alude, aunque de manera tangencial, a uno de los problemas más serios que enfrentan los gobiernos del mundo: la evasión fiscal, la fuga de capitales y la protección que otorgan los llamados paraísos fiscales. Las personas que poseen cuantiosos recursos, incluyendo aquellos que los obtienen de actividades ilícitas, gozan de una impunidad sin límites. Un impuesto que grave las fortunas fuera del territorio nacional puede ayudar a transparentar estos fenómenos indeseables e incentivar un poco su corrección.

En tercer lugar, porque, en momentos de crisis, la cuestión central reside en saber quiénes pagarán los costos. En nuestro caso, éstos los están pagando sin duda los sectores más pobres de la población, quienes han dejado de recibir ingresos debido a la paralización de las actividades económicas y a la lentitud de la recuperación. Una mayor contribución fiscal por parte de los sectores más ricos ayudaría sin duda a repartir esta carga. No hacerlo sólo puede acentuar la desigualdad.

Cuarto, llamar a la solidaridad de los más favorecidos es algo más que pedir un gesto piadoso, aunque algo hay de eso. Significa, sobre todo, recuperar el valor de la política para conducir la salida de la crisis de manera un poco más equilibrada. Los más ricos hasta ahora sólo han ofrecido sus buenas intenciones. Si los gobiernos, los poderes legislativos y los partidos políticos sólo se preocupan por el reparto del poder y, aún con las mejores intenciones, tratan de velar porque esa disputa se lleve a cabo con la mayor limpieza y equidad; o buscan un mejor equilibrio de poderes y que las libertades se respeten, la verdad es que todo ello no basta. Los poderes estatales tienen más obligaciones que éstas pues dejar a la inercia de las fuerzas del mercado la recuperación de la actividad económica, la desigualdad y el aumento de la pobreza es un error que ya hemos sufrido bastante. La pasividad de las fuerzas políticas y las instituciones frente a crisis y catástrofes se ha traducido en otros momentos en graves costos sociales, un deterioro de la democracia y riesgos de mayor violencia.

En estos momentos, el debate en México parece estar más preocupado por las próximas elecciones legislativas que por la vida de los mexicanos. La oposición ataca al presidente y éste contesta, pero la discusión, aunque ruidosa, muchas veces carece de sustancia. La necesidad de una reforma fiscal ha sido considera como indispensable por distintos actores de la academia, las instituciones internacionales y uno que otro personaje de la política. Y, sin embargo, no está en el centro del debate. Un impuesto a los ricos como se pretende en Argentina puede o no ser aconsejable para México. Hay, no obstante, una amplia variedad de opciones. El problema es que la gran mayoría de opinadores y responsables políticos prefieren mirar hacia otro lado. Creen que su misión consiste en la reyerta verbal con miras a desprestigiar al otro y tratar de ganar votos. La verdad es que sólo están evadiendo los problemas principales. Requerimos un debate serio y extenso que nos lleve a tomar decisiones para reconstruir al país y evitar que sea arrasado por la pandemia y “los equilibrios naturales de la oferta y la demanda”.

saulescobar.blogspot.com

martes, 8 de septiembre de 2020

La deuda social no reconocida

 

La deuda que el gobierno no quiere reconocer

Saúl Escobar Toledo

La encuesta nacional de ocupación y empleo elaborada por INEGI, con cifras actualizadas a julio de 2020, muestra una mejoría ocurrida en los últimos dos meses.  Sin embargo, la situación laboral, comparada con los datos existentes antes de la pandemia, sigue presentando graves problemas:

De los 12 millones que salieron del mercado de trabajo (es decir, de la población económicamente activa) ya regresaron 7.2; no lo han hecho por lo tanto los otros 4.8 millones (que necesitan un empleo pero no lo buscan). Además, otra porción muy importante de la fuerza de trabajo pasó a formar parte de las personas caracterizadas como “ausentes con vínculo laboral” es decir aquellos trabajadores que no asistieron a sus centros de trabajo, pero no fueron despedidos. No se sabe si a todos ellos  se les han pagado sus salarios y prestaciones íntegramente y, sobre todo, si esos millones de ausentes algún día volverán a laborar o serán despedidos definitivamente.

El INEGI registró una población ocupada de casi 50 millones de personas (49.8); debe destacarse, no obstante, que el aumento entre junio y julio correspondió al género masculino, con un incremento de 2.2 millones de personas al mismo tiempo que hubo una reducción de 750 mil mujeres.  

A lo largo de estos meses, uno de los sectores más golpeados ha sido el de los trabajadores por cuenta propia: se quedaron inactivos un 20% en abril; 16% en mayo; 10% en junio y ya apenas un 2% en julio. Los empleados no remunerados (que sólo reciben propinas o pagos en especie) también fueron muy afectados: se quedaron sin ocupación el 21% en abril, aunque en julio estaban casi todos laborando.

Si medimos el fenómeno tomando en cuenta los informales (que laboran por cuenta propia o al servicio de un patrón), las cifras son más dramáticas: en abril dejaron de laborar 10 millones, en mayo 8, en junio 5, en julio todavía 3 millones. Si acumulamos todas estas cifras nos da un total de 26 millones, lo que daría una idea de los días/trabajador perdidos en estos últimos meses y los ingresos que no fueron percibidos. Algunos perdieron sólo un mes, otros dos o tres,  y todavía en julio muchos no recibían ningún recurso. La parálisis ha afectado sobre todo al género femenino, pero la suma de damnificados es impresionante.

Por su parte, la tasa de desocupación abierta fue de 5.4% en julio, la mismo que el mes pasado, lo que arroja una cifra de 2.8 millones de personas. Aquí, otra vez, la tasa es más alta en mujeres que en hombres (6.3% vs 4.8%). Por edad, los más afectados han sido las personas que tienen entre 24 y 44 años las cuales representan más del 50% del total. Hay que subrayar que esta tasa ha aumentado, no disminuido, pues representaba el 4.7% en abril.

Más grave aún, la tasa de subocupación, aunque se redujo en julio respecto al mes anterior, es todavía de 18.4%. Ello representa un aumento de 3.21 veces en abril; 3.78 en mayo; 2.75 en junio y 2.45 en julio respecto al promedio histórico previo a la pandemia. Lo anterior quiere decir que las nuevas ocupaciones se han vuelto más precarias, inseguras, peor pagadas y seguramente muy mal protegidas.

En síntesis, tenemos varios problemas. El daño causado por la parálisis económica y la pandemia: 1) afectó severamente a los asalariados formales que fueron despedidos y no han encontrado otro empleo (se encuentran en desocupación abierta), o no han asistido todavía a su centro de trabajo y viven en la incertidumbre, o se han refugiado en la subocupación (perdiendo ingresos y prestaciones). Y 2) a los trabajadores por cuenta propia, a los informales y a los que laboran sin remuneración, los cuales   sufrieron una pérdida considerable de sus jornales durante estos meses.

Todo este perjuicio ya fue causado y nada está previsto hasta ahora para reponerlo. Se trata de una deuda social de grandes dimensiones. La reparación de este boquete inmenso en la economía de las familias mexicanas no se soluciona con los programas sociales que ya estaban previstos. No es posible que la pensión para adultos mayores o los apoyos para personas con discapacidad sirvan para sostener a toda una familia; o que las becas para estudiantes se destinen a reponer las retribuciones perdidas por la falta de trabajo.

Por ejemplo, el programa para la pensión de adultos mayores, el cual tiene los recursos presupuestales más cuantiosos y abarca a un mayor número de personas. La cantidad de dinero entregada no sólo resulta hoy insuficiente (12 401 pesos por adulto mayor entre enero y junio de 2020, alrededor de 2 mil pesos mensuales según el II Informe presidencial). Además, esta ayuda que debería servir para dignificar al beneficiario y darle una mejor calidad de vida, se convirtió, en ocasiones, en un recurso que se le sustrajo para sostener al resto de la familia.

Sin duda, el daño causado, los ingresos que no han sido repuestos, llevará a un aumento de la pobreza (entre marzo y mayo aumentó el número de pobres de 36 al 55% según CONEVAL). La desigualdad también habrá aumentado pues la masa salarial, según algunos estudios, sufrió una caída de entre 6.6 y 13.8% en el segundo trimestre del año calculado anualmente. Ello se ha traducido, naturalmente, en una disminución del consumo privado de alrededor del 20% comparativo anual (aún con el repunte de junio y julio).

Un país con una mayor pobreza y más desigualdad no puede ser un resultado deseable para un gobierno que se propuso exactamente lo contrario. Sobre todo, porque frente a estos fenómenos, el gobierno no se ha propuesto ninguna acción especial.

Por otro lado, la disminución de los haberes que han sufrido las familias apunta a una recuperación económica más lenta debido a la caída del poder de compra. El aumento de los salarios mínimos y contractuales no han podido remediar estas pérdidas y seguramente no lo harán en lo que resta del año debido a la magnitud del frenazo económico.

El presupuesto 2021 representa una oportunidad para resarcir algo de lo que las familias mexicanas han perdido; para prevenir que sigan empobreciéndose y para estimular una recuperación económica más rápida. Se ha argumentado que un crecimiento de los pasivos del gobierno puede resultar perjudicial para un mañana indeterminado.  Sin embargo, no se quiere reconocer que el estado mexicano ya contrajo una deuda con millones de familias que han perdido sus ingresos desde marzo de este año, muchas de las cuales siguen sin recibir alguna remuneración por su trabajo.  Encontrar una fórmula para pagar esta deuda social y al mismo tiempo evitar una crisis financiera en el futuro no es imposible, ni es una disyuntiva sin salida.

A su vez, la posibilidad de una reforma fiscal progresiva que sirva para pagar esa deuda social y para una reactivación económica más vigorosa, tampoco pude descartarse por razones políticas (las elecciones de 2021 o el temor a una reacción negativa de un sector privilegiado). Lo más sorprendente es que hay una iniciativa de ley para reformar el sistema de pensiones que justamente propone un aumento de las contribuciones patronales y requerirá un mayor gasto público. Ello equivale a un aumento de impuestos y un incremento de la deuda del gobierno federal. ¿Cómo entonces se niega cobrar un mayor tributo a los más ricos y prósperos, y se propone un esquema para favorecer a las AFORES, empresas que se han beneficiado de los ahorros de los trabajadores?

Una mayor reducción del gasto y la inversión pública (lo que ahora llaman austeridad) sólo puede tener como resultado que, una vez más, el costo de la crisis la tendrá que pagar la gran mayoría de la población. Sus consecuencias serían igualmente negativas para la producción, el consumo y la prosperidad del país.

El gobierno y sus propósitos de transformación, la 4t, tiene que enfrentar la cuestión más importante de todas: darles a los mexicanos la oportunidad de superar esta crisis con las menores pérdidas posibles. Si no lo logra, toda su arquitectura quedará prendida de alfileres. Y puede convertirse en un mero ejercicio retórico.

 

saulescobar.blogspot.com