¿Outsourcing?
Saúl Escobar Toledo
Como parte del debate
sobre las reformas a la Ley Federal del Trabajo (LFT) que están a punto de
culminar en el Senado, esperemos que con buenos resultados a pesar de la enorme
presión empresarial para cambiar el sentido del dictamen aprobado en la Cámara
de Diputados, han surgido otros temas importantes. Uno de ellos es el del
llamado outsourcing.
Tanto los medios de
comunicación como los diputados y senadores utilizan ahora este término como si
su significado estuviera perfectamente claro. Sin embargo, como veremos, las
cosas no son tan sencillas. En primer lugar, habría que decir que se trata de
un neologismo que se empezó a utilizar en las últimas décadas del siglo pasado
y que no tiene una traducción precisa en español. Podría interpretarse como
abastecimiento externo, en referencia a las empresas que adquieren un insumo
(refacciones, maquinaria, tecnología, servicios o fuerza de trabajo) de otra
empresa asociada para producir un bien final.
Al principio se usaba
sobre todo para aludir a la contratación de mano de obra por fuera de la empresa. De
esta manera, la responsabilidad legal, su administración y reclutamiento queda
en manos de una tercera empresa, aunque el personal trabaja en las
instalaciones que recurre al outsourcing. En este sentido, equivale en español
a la palabra subcontratación. De hecho, en la literatura escrita en inglés subcontracting
y outsourcing se usan como sinónimos.
Posteriormente, sin
embargo, el significado de este vocablo se amplió para referirse a otros
fenómenos, sobre todo al desplazamiento de procesos productivos de un país
desarrollado a otro menos desarrollado. Es el caso de las automotrices: Ford, por ejemplo,
tienen fábricas de motores en México, pero el resto de los componentes y el
ensamble final se realiza en otros países. Otro ejemplo, son las maquiladoras
que producen algunas refacciones o componentes para la elaboración de teléfonos
celulares, computadoras y otros productos electrónicos. China se convirtió desde hace varias décadas en
el destino favorito de esta modalidad del outsourcing. Posteriormente, el
outosurcing se extendió a servicios y tareas como el telemarketing y a otras
más sofisticadas, como el diseño de software o programas de ingeniería. En este
último caso, India se distinguió como un caso muy exitoso. Sin embargo, hay que
recalcar en todas estas modalidades, el diseño, la producción y la distribución
de los bienes y servicios adquiridos permanecen bajo el control de los administradores
de la empresa matriz.
Así, el outsorcing
puede ocurrir dentro o fuera del país inversor (en este último caso también se
usa la palabra offshoring) y referirse a, por lo menos, tres modalidades
distintas: 1) la subcontratación de
fuerza de trabajo, 2) al desplazamiento de fragmentos del proceso de producción
a varias empresas localizadas en diversas partes del mundo, o 3) la adquisición
de servicios especializados a proveedores diversos.
En los medios de
comunicación, la literatura académica e incluso en los documentos oficiales que
circulan en Estados Unidos y otros países de habla inglesa, el término
outsourcing se utiliza, casi siempre, para describir los casos 2 y 3. Y es que
estos fenómenos han traído, como una de sus consecuencias más importantes, la
redistribución de los empleos a nivel mundial ya que las cadenas de valor se
han fracturado entre un gran número de empresas localizadas globalmente. Un reparto que, sin embargo, no es parejo
pues las matrices se quedan con la parte más sustanciosa y cara del proceso
productivo y por lo tanto con los trabajadores más calificados y mejor pagados.
Destacados investigadores
han afirmado que éste es uno de los rasgos más importante de la globalización
actual. Los grandes consorcios navegan alrededor del mundo buscando costos más
bajos, sobre todo salarios y ventajas fiscales, para elevar rápidamente sus
ganancias. Es sin duda uno de los temas
más debatidos en la opinión pública y la academia sobre todo en EU y Europa. Hay
un amplio consenso en que ello ha redundado en el desplazamiento o cancelación
de puestos de trabajo en los países más desarrollados. Precisamente, el
malestar que ha provocado este fenómeno fue una de las causas que propició el
triunfo de Donald Trump en Estados Unidos. De ahí sus consignas como América
Primero y su preocupación por reducir el déficit comercial, sus críticas al
viejo TLCAN, y sus promesas de regresas los empleos a Estados Unidos.
Así pues, es
importante no confundir estos tres fenómenos que frecuentemente se engloban
bajo el término outsourcing. Hay que subrayar, además, que el offshore
outsourcing, es decir la fragmentación, descolocación, externalización, terciarización,
o como quiera llamarse en castellano al fenómeno de producir y adquirir insumos
de capital o servicios en distintos países para la producción de un bien final,
es un fenómeno que surge gracias a los avances de la tecnología (principalmente
el internet y las llamadas tecnologías de la información) y la liberalización
de los mercados de capitales y mercancías. En cambio, el otro fenómeno, el
outsourcing local, entendido como la subcontratación de mano de obra para que
labore en las instalaciones de una empresa a cargo de una tercera, tiene que
ver más bien con la naturaleza de las instituciones de ese país, sus leyes
laborales, sus políticas, la fuerza de sus sindicatos.
Dicho esto, hay que subrayar
que, para este último caso, no hay mejor palabra en español que subcontratación.
Además, se encuentra ya en nuestra legislación (como régimen de
subcontratación) y parecería completamente inconveniente sustituirlo por otro
vocablo, en este caso, de un idioma extranjero.
Diferenciar la subcontratación de los otros fenómenos
a los que alude el outsourcing es importante pues de esta manera podremos entender
mejor sus causas y consecuencias. Las leyes, las políticas públicas y las
acciones que deberían promoverse para enfrentar estos fenómenos no pueden ser
iguales. El outsourcing entendido como la instalación en México de empresas que
producen refacciones o servicios especializados para la producción de un bien
final, como en el caso de las maquiladoras, las automotrices o la aeronáutica,
requieren de políticas públicas que alienten la producción de infraestructura,
la sustitución de insumos importados, una mayor capacitación de la mano de
obra, el fomento de tecnologías producidas localmente, y una mayor protección
del trabajo y de los salarios.
En cambio, la
subcontratación, es decir la compra de fuerza de trabajo a una empresa externa
para evadir la responsabilidad laboral, requiere sobre todo de la aplicación de
la ley. En las últimas décadas, las autoridades fomentaron esta práctica que
ahora es común en oficinas públicas, negocios de todo tipo, pequeños, medianos
y grandes, incluyendo cafeterías, hoteles y reparto de comida rápida, en la
industria de la construcción, y hasta en las instalaciones de poderosas
empresas e instituciones financieras (Bancomer). Aquí no se trata, en lo fundamental,
de una fragmentación de los procesos productivos, producto de la globalización,
sino de una política laboral abusiva que se aprovecha de la permisividad
gubernamental y de la debilidad de las organizaciones de los trabajadores.
Por ello, ahora que
se ha agendado para su discusión, convendría dejar a un lado la palabra outsourcing
para referirse a la subcontratación de la fuerza de trabajo. No se necesita ese
disfraz idiomático. Tampoco se trata de cuidar la pureza del lenguaje. El propósito consiste, más bien, en hablar
claro y enfrentar el problema en sus justas dimensiones. De otra manera, se
puede convocar a un debate en el que se hable de muchas cosas distintas sin
llegar a conclusiones que realmente sirvan para corregir las flagrantes
violaciones a los derechos laborales.
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