Matamoros: rebeldes con causa
Saúl Escobar Toledo
Apenas el domingo pasado, 10 de
febrero, se anunció, por parte del Sindicato de Jornaleros y Obreros
Industriales y de la Industria Maquiladora (SJOIM), el fin del conflicto laboral
en 48 plantas maquiladoras de la ciudad de Matamoros, Tamaulipas. Según el
dirigente de este gremio, en todos los establecimientos en los que había paros
o emplazamientos a huelga, se logró un acuerdo favorable para los
trabajadores. De confirmarse esta
noticia, y esperando se resuelva positivamente el caso de los trabajadores
despedidos, estaríamos frente a una situación inédita y, por supuesto,
plausible.
La movilización había comenzado a
principios de este año con el reclamo de un aumento de salarios. La suspensión de
actividades paralizó casi por completo la producción de piezas para la
industria automotriz, eléctrica, de maquinaria pesada y metalmecánica. Seis
días después, 39 empresas habían accedido a las peticiones obreras.
La inconformidad de los trabajadores
de la maquila adoptó como petición fundamental el 20/32, es decir un aumento de
20% en los salarios y un bono anual de 32 mil pesos. Esta demanda se basaba en
el hecho de que, en los últimos años, los empleadores habían decidido otorgar un
bono anual en lugar de aplicar un incremento directo a los salarios
contractuales. De esta manera, los obreros recibían durante la primera quincena
de enero, por única vez, una prestación en efectivo que aumentaba anualmente en
la proporción que decretaba la Comisión Nacional de Salarios Mínimos. Cuando el
año pasado esta Comisión decidió otorgar un aumento de 100% a las
remuneraciones en la franja de la frontera norte, el esquema tradicional se derrumbó.
Habría que recordar, sin embargo, que esta disposición fue acompañada por una
rebaja sustancial del impuesto sobre la renta y del IVA, lo cual daba a las
empresas un subsidio extraordinario y mayor capacidad para responder a las demandas
de sus empleados.
El movimiento fue casi total pues
involucró a cuarenta y cinco mil operarios. Según cifras de INEGI, en la
industria catalogada como programa IMMEX (industrias manufactureras de
exportación, sobre todo maquiladoras), en Matamoros laboran 52 500 obreros.
Para entender mejor las causas
del descontento, debe señalarse que, según esa misma fuente, las remuneraciones
reales por persona ocupada (incluyendo obreros, técnicos y personal
administrativo) en noviembre del año pasado eran, en Tamaulipas, 11% menores que
el promedio nacional. Las prestaciones, con todo y los bonos, era todavía más
bajas pues el personal empleado en Matamoros obtenía una cantidad equivalente
en pesos, 34 % más reducidas que el promedio nacional. Tomando en cuenta sólo a los obreros y técnicos,
el salario diario promedio a nivel nacional era de 314 pesos diarios, pero en Matamoros
sólo alcanzaba 286 pesos. Por su parte,
la jornada de trabajo promedio es en esta misma ciudad, es 5% más larga que el
promedio nacional.
Como puede observarse, el
panorama local presentaba cifras desventajosas que explican el enojo de los
trabajadores. La rebelión no fue sólo contra los patrones sino también contra
los dirigentes formales de los sindicatos. Ello se debe a la existencia de un sindicalismo
de protección patronal, cuyos representantes no gozan del apoyo de sus
agremiados y que desde hace años han ignorado el descontento obrero. La
protesta se organizó, en esta ocasión, según diversas fuentes, por las redes
sociales: mensajes digitales y videos que pronto se esparcieron por todas las
fábricas por medio de los teléfonos celulares.
Hay que destacar, por otra parte,
el papel jugados por una asesora independientes, Susana Prieto, quien pudo darle
confianza y orientación a miles de trabajadores descontentos y ayudarlos a
superar la presión de los supuestos líderes, los empleadores y la prensa local. Este fenómeno ha sido interpretado sobre todo
por las organizaciones patronales y sus voceros, como prueba de una conjura de origen
oscuro. La verdad, sin embargo, es que nos revela la ausencia de una
organización sindical auténtica y de canales institucionales capaces de recoger
la inconformidad laboral. Despojados de una verdadera representación, no es
inusual que los trabajadores acudan a un abogado, en este caso a una mujer
prestigiada localmente por su desempeño profesional, dispuesta a aportar su
experiencia en un contexto desfavorable y hasta riesgoso para su seguridad
personal.
Cuando se habla de la industria
maquiladora, hay que destacar la participación femenina. Según cifras de INEGI,
aunque ésta ha venido declinando en términos relativos, todavía es mayoritaria en
las ciudades fronterizas del norte. En el caso de Matamoros, por cada cien
mujeres laboran alrededor de 80 hombres según datos de hace unos años. Los más
grave es que, de acuerdo con otras fuentes, el 42% de ellas ha sufrido algún
tipo de violencia por parte de sus patrones y recibe salarios inferiores a los
hombres
Además, la maquila, impulsada
como política de estado desde mediados de los años sesenta, desató un tipo de crecimiento
urbano salvaje y desordenado. En unos cuantos años, las ciudades crecieron
rápidamente sin planeación ni recursos para ofrecer habitaciones y servicios
dignos. Dado que al principio la participación femenina en la ocupación era abrumadora,
ello generó otro tipo de fenómenos sociales. A partir de los años noventa se
produjo una grave crisis de feminicidios en diversas ciudades de la frontera
norte, particularmente en Ciudad Juárez. En pocas palabras, las obreras de la maquila
han sido, desde hace décadas, víctimas de un trato indigno y peligroso dentro y
fuera de su centro de trabajo.
El profesor Enrique De la Garza
ha dedicado varios estudios al tema de la industria maquiladora. En ellos, muestra
la importancia de esta rama en el conjunto de las exportaciones manufactureras.
Generan actualmente, según estadísticas del Consejo respectivo, un superávit
comercial de más de 60 mil millones de dólares al año y dan ocupación a 3
millones de personas en más de 6 mil establecimientos. Se trata por lo general
de fábricas donde laboran más de 500 trabajadores que son, en su gran mayoría, subcontratistas
de grandes corporaciones multinacionales. Sin embargo, dice el especialista, compran
la mayoría de sus insumos en Estados Unidos y ahí también venden sus productos
terminados. Cifras recientes señalan que, como promedio nacional, importan el
74% de las materias primas y refacciones que procesan, aunque en el caso de
Matamoros, el índice es del 94%. Las
maquiladoras tampoco han logrado altos niveles de automatización y el equipo
básico es manual o herramental. No sorprende entonces que la calificación de la
mano de obra sea, en más el 70% de los casos, la que corresponde a obreros generales,
sin especialidad ni capacitación mayor. La maquila es, en resumen, una
industria intensiva en mano de obra y su competitividad se ha recargado en
bajos salarios y en jornadas de trabajo sin descansos y frecuentemente más
largas. Sin tecnología de punta y condiciones de trabajo precarias, enfrenta
desde hace años, serios problemas de productividad.
La nueva situación laboral y el
programa de estímulos gubernamentales para la frontera deberían conjugarse
virtuosamente para generan un tipo de industrialización alternativa, basada en
la producción y adquisición de insumos locales y de nuevas tecnologías, aumentando
así su valor agregado. Podrían orientarse más hacia el mercado interno y dejar
de depender tanto del externo. Ser materia de una política industrial ordenada,
con el apoyo de la banca de desarrollo. Y basarse en un aumento gradual y sostenido
de los salarios y la democratización de los sindicatos. En conclusión, la
rebelión obrera de Matamoros no solo ha sido justificada desde el punto de
vista de las precarias condiciones salariales: dada la situación de la
industria maquiladora, también deberían servir para impulsar un nuevo esquema
de desarrollo más productivo y beneficioso para el país y su gente.
saulescobar.blogspot.com
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