Dialogar con la sociedad ultrajada
Saúl Escobar Toledo
Durante los primeros quince días que
han transcurrido desde el 1º de julio, Andrés Manuel López Obrador y su futuro
equipo de gobierno han tenido una actividad muy intensa. Sus primeros encuentros
se llevaron a cabo con el presidente Peña Nieto y luego con las organizaciones
empresariales, el CCE y la CONCAMIN. Posteriormente, AMLO convocó a los dirigentes
de MORENA y más tarde a los diputados, senadores, gobernadores y alcaldes
electos bajo las siglas de ese partido para presentar su agenda legislativa. Un
día después, lo hizo con la CONAGO. Finalmente, el viernes 13, tuvo lugar una entrevista
con el Secretario de Estado y otros altos funcionarios gubernamentales de nuestro
vecino del norte. Es entendible que las primeras reuniones del próximo
mandatario se hayan realizado con representantes del poder económico y político
y así tratar de asegurar una transición sin sobresaltos.
Por otra parte, según la prensa
nacional, el 11 de julio se llevó a cabo una reunión entre Josefa González, la
futura Secretaria de Medio Ambiente y Recursos Naturales, y las organizaciones campesinas agrupadas en el
Plan de Ayala Siglo XXI. Acordaron mesas de trabajo y citas con otros miembros
el futuro gabinete. Al otro día, diversos colectivos que defienden la propuesta
de un fiscal autónomo se encontraron con representantes del presidente electo y
acordaron discutir sus puntos de vista, próximamente, con Tatiana Clouthier y
Zoé Robledo, quienes ocuparán las subsecretarías de Gobernación.
A pesar de estas noticias, queda abierta
una interrogante: ¿cómo entablar el diálogo con ese otro sector de la sociedad,
el más indignado e inconforme, que tiene propuestas, reclamos, demandas y mucho
interés por ser escuchado?
Se trata de actores de muy diverso
tipo: activistas sociales y grupos con distinta representatividad que han
mantenido un intenso trabajo en torno a los derechos humanos, el cese a la
violencia y a la corrupción, mejores condiciones de vida y de trabajo, la resistencia
de las comunidades saqueadas de sus recursos naturales, y la defensa del medio
ambiente, principalmente la tierra y el agua.
Buena parte de este activismo social probablemente
votó por Andrés Manuel. Otros se
abstuvieron. Es difícil creer que lo hayan hecho por otros partidos y
candidatos. Lo importante, sin embargo, es que representan una inconformidad
extendida, que están activos y se han manifestado en todo el territorio
nacional. Si bien su nivel de organización es muy variado, representan a una
sociedad constantemente movilizada que ha sido víctima, en muchos casos, de las
peores injusticias. Por ello, sentarse con ellas a dialogar no sólo es una
forma elemental de reconocer los atracos que han sufrido, sino que resulta indispensable
para construir una nueva forma de gobernar. Su participación en la definición e
instrumentación de políticas públicas y leyes puede ser vital para el éxito de
esas reformas y para evitar errores y desviaciones. ¿Cómo entonces, establecer
una comunicación que no se reduzca a consultas ocasionales y, en cambio, se
convierta en una relación permanente y beneficiosa?
Debemos esperar, sería al menos lo
deseable, que los futuros secretarios del gabinete se reúnan con diversos
grupos de activistas, lo que debe llevar a encuentros directos con el presidente
electo. Es igualmente necesario que MORENA, sus dirigentes y futuros legisladores,
procuren atender y escuchar a esos colectivos inconformes. En cambio, no se observan condiciones para que
los otros partidos, ahora minoritarios, se propongan servir como intermediarios
debido a su desprestigio y la desconfianza que obviamente provocan en estos agrupamientos.
Tal es el caso en particular del PRD el cual anunció que se propone convertirse
en una “oposición de izquierda, democrática, progresista, responsable, crítica
y transformadora”. Lo hizo en un resolutivo de su Comité Ejecutivo Nacional,
hace unos días que, curiosamente, no menciona en ningún lado el nombre de
Andrés Manuel ni las siglas de MORENA y apenas se refiere a su triunfo como “el
resultado electoral expresado en las urnas”. Esta mezquindad apenas esconde un
rencor irracional y demuestra una enorme inmadurez. Tampoco hay una autocrítica
seria: el PRI y el PAN lo han hecho de
manera más clara y contundente. Anuncia, de pasada, un “proceso de transformación” pero,
en cambio, deja claro que se propone tomar medidas disciplinarias para “quienes
tomaron decisiones contrarias a nuestro partido”. Define varios ejes
programáticos, algunos de los cuales coinciden con los anuncios hechos por el presidente
electo, pero no lo reconocen. Tal parece que los interese personales se
impusieron otra vez. Bajo estos lineamientos, el PRD no tiene futuro.
El caso de MORENA es distinto.
Curiosamente es el único partido que no se ha pronunciado sobre su propio
triunfo ni ha hecho un balance de las elecciones. Por lo que se sabe, ni
siquiera se han reunido sus órganos de dirección. Ha habido, desde luego,
declaraciones de algunas personalidades, pero sobre todo se han dedicado a
seguir la pista del presidente electo y, desde luego, a refrendar su apoyo.
Como era de esperarse, muchos de sus principales cuadros asumirán puestos
relevantes en la próxima administración federal o local, y en los parlamentos.
Si el PRD ni quiere ni puede
convertirse en intermediario de este activismo social y MORENA aún no se lo ha propuesto,
tendrá que ser, principalmente, el futuro gobierno, quien se encargue de
construir puentes permanentes con esa parte de la sociedad agraviada.
Sin embargo, ante la inoperancia del
sistema de partidos para retomar la voz de estos ciudadanos y frente
a la posibilidad de que MORENA se mantenga sólo como acompañante del presidente,
el activismo social puede quedar sujeto a la buena voluntad y el tiempo de los funcionarios
del nuevo régimen.
Se requiere, por lo tanto, construir
un diálogo social con instrumentos distintos. Para ello, resulta indispensable
fortalecer recursos legales como la revocación del mandato, el referéndum y la
consulta popular. Igualmente, todas aquellas medidas que sirvan para la
transparencia y la rendición de cuentas de las administraciones públicas.
Aun así, puede que todo ello no sea
suficiente. Será necesario entonces pensar en un entramado institucional y
político que aliente la organización de la sociedad de manera autónoma y
democrática. Una reforma del Estado que abra nuevos canales de consulta, de
participación y de reconocimiento a diversos sujetos sociales que han sido
ignorados, reprimidos y perseguidos. Las consultas por la pacificación muestran
una buena voluntad del presidente y su equipo para escuchar a los agraviados,
pero de ahí debe desprenderse un mecanismo de participación permanente. Puede
servir, además, como un ensayo para diseñar instrumentos de diálogo con otros
sectores de esa población ultrajada.
Ello exigirá también que esa
inconformidad social se reorganice y se proponga establecer una interlocución
crítica y libre con el gobierno que entrará en funciones el 1º de diciembre.
Ambos, gobernantes y gobernados, tendrán
que repensar su papel en el cambio y sus formas de relación. Parece una tarea compleja,
pero, de otra manera, más tarde o temprano, se alimentaría el conflicto con
diversos grupos sociales que han sido ninguneados. Las élites económicas, y los
grupos de poder político desplazados, encontrarán la forma de acomodarse ante
la nueva situación. No será tan fácil, en cambio, para los sectores más inconformes,
encontrar su lugar en la mesa, a menos que el ejercicio de la política cambie en
la forma y en el fondo.
Twitter: #saulescoba
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