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miércoles, 9 de mayo de 2018


Con mi reconocimiento a El Sur, periódico de Guerrero, y sus 25 años de periodismo valiente

Un cumpleaños muy especial

Saúl Escobar Toledo


Carlos Marx nació el 5 de mayo de 1818, unos cuantos años después de la batalla de Waterloo y a menos de tres décadas de la Revolución Francesa que hizo surgir un nuevo orden social, político y jurídico: la República basada en la soberanía popular. Proyecto que sin embargo terminó en un Imperio y en una conflagración, las guerras napoleónicas, que costó millones de muertos.  Su ciudad natal era entonces una pequeña población predominantemente católica de unas 12 mil personas, Tréveris o Trier (en alemán), ubicada en una región agrícola a orillas del río Mosela. Había sido fundada en el año 16 bajo el nombre de Augusta Treverorum por los romanos y se considera la ciudad más antigua de Alemania. En el momento de su nacimiento, dicha localidad tenía poco de haber sido integrada a Prusia después de haber pertenecido más de veinte años a Francia.  Todos estos cambios se reflejaron también en la vida familiar pues su padre, un rabino judío, se convirtió en abogado y adoptó la religión protestante en una fecha muy cercana al nacimiento de su hijo Carlos. Quizás estas mudanzas provocaron en Marx la idea de que vivía un momento histórico, una nueva época estaba llegando y otra estaba desapareciendo.
El caso es que ahora, dos siglos después, diversas publicaciones en México y en el mundo han coincidido en la actualidad del pensamiento de Marx. Hay un Marx revival, afirmó Wallerstein; Marx es joven todavía, escribió Marcello Musto en un diario español; Marx, tuviste razón, aseveró Jason Barker en un artículo del New York Times; Marx profético, comentó Lanchester en la London Review of Books; todos somos marxistas, por lo menos en cierto sentido, anotó Peter Singer en Project Syndicate; Marx predijo nuestra presente crisis, observó Varoukafis en un prólogo a una nueva edición del Manifiesto Comunista. Y así en otras publicaciones. En su ciudad natal ha habido exposiciones, conferencias y hasta la develación de una gran escultura de bronce donada por China. Parafraseando al pensador treverino, The Guardian de Londres decía en una nota: “Un fantasma recorre Europa, el fantasma del propio Marx”.
Esta renovada atención está sin duda vinculado a la crisis mundial y sus secuelas. A partir de 2008 los efectos de la Gran Recesión, las profundas desigualdades sociales y los problemas e incertidumbres que afligen al mundo han llevado a economistas, académicos de distintas disciplinas, y políticos de diverso signo, a reabrir el debate sobre el futuro del capitalismo y sus alternativas. Se trata sin embargo de una nueva mirada, sin los dogmatismos de ayer.  La obra de Marx ya no es la ideología oficial utilizada a conveniencia para justificar diversas atrocidades. Su pensamiento no se aborda más como una doctrina cerrada e incontestable, sino como un conjunto de ideas complejo, sujeto a diversas interpretaciones.  
El legado intelectual y político de Marx es muy vasto. Imposible resumirlo en unas cuantas líneas. Podría, sin embargo, destacarse que, con la publicación del primer tomo de El Capital en 1867, se convirtió en el teórico socialista más prominente de su época. La teoría de la plusvalía, que explica la explotación del trabajo asalariado y la ganancia, sigue siendo más convincente que los argumentos basados en las fuerzas del mercado.   Su liderazgo en la Asociación Internacional de Trabajadores en 1871 lo convirtieron en un prestigiado dirigente obrero, conocido en muchas partes del mundo. Después de su muerte, durante el siglo XX el marxismo, ya fuera como doctrina de Estado, como base ideológica de la socialdemocracia, o como eje de una razón subversiva, siguió marcando el debate en las izquierdas en muchos países tanto del norte como del sur. Luego, el desplome de la Unión Soviética se interpretó como un fracaso no sólo de las ideas de Marx y Engels sino también de cualquier alternativa anticapitalista. Hoy, sin embargo, parecen cobrar nueva vida.
Entre todas sus publicaciones, sorprende, por ejemplo, como dice Varoukafis, la fuerza literaria y la profundidad de los argumentos vertidos en el Manifiesto Comunista de 1848, cuando Carlos apenas iban a cumplir los 30 años y Federico 27. En ese trabajo describieron algunos de los rasgos más notables del capitalismo globalizado del presente, a pesar de que entonces estaba apenas en formación. Por ejemplo, cuando afirman que:
“La burguesía no puede existir si no es revolucionando incesantemente los instrumentos de producción. La época de la burguesía se caracteriza y distingue por una inquietud y una dinámica incesantes”.
También llama la atención que ahora, como en 1848, el capitalismo se distinga por sus grandes desigualdades, encarnada en el 1% súper rico que acapara buena parte de la riqueza mundial. Cómo no recordar entonces este fragmento del Manifiesto: “La existencia y el predominio de la clase burguesa tienen por condición esencial la concentración de la riqueza en manos de unos cuantos individuos (y) la formación e incremento constante del capital…”. De ahí la otra tesis fundamental del manifiesto: la historia debe entenderse como una lucha permanente entre opresores y oprimidos.
Y sobre el malestar con la democracia en muchas partes del mundo, no cabe sino coincidir en que Marx y Engels tenían por lo menos parte de razón cuando afirmaron que: “Hoy, el poder público viene a ser, pura y simplemente el Consejo de administración que rige los intereses colectivos de la clase burguesa”.
La crítica del capitalismo fue el objeto principal su teoría. Como consecuencia de ella arribaron a una conclusión fundamental: “La burguesía no sólo forja las armas que han de darle muerte, sino que, además, pone en pie a los hombres llamados a manejarlas: los obreros, los proletarios”. De esta manera, anunciaban el surgimiento de la clase obrera como un protagonista central de la historia, un actor que apenas despuntaba entonces.
La organización de la sociedad, sus conflictos políticos y las características del Estado del siglo XX difícilmente pueden entenderse sin las reflexiones de Marx y Engels. Más complejo es el debate sobre las alternativas. La ruta inmediata planteada en el Manifiesto parece ahora demasiado tajante: centralizar los medios de producción en manos del Estado por medio de la conquista violenta del poder político. Pero hay que tomar en cuenta que se trataba de una declaración escrita bajo el espíritu de la revolución francesa. Se elaboró además en un momento en que las insurrecciones en Europa empezando por las que explotaron en ese mismo año, 1848, parecían ser la única salida política a las inconformidades sociales. Lo cierto es que ambos desarrollarán estas propuestas, sobre todo Engels, más cautelosamente, en los años posteriores.
Hay, por supuesto, una experiencia histórica que mostró las contradicciones y problemas de la teoría de la revolución proletaria que ellos ya no conocieron. Ni Marx ni Engels pudieron prever los regímenes de la Unión Soviética y sus aliados, ni la evolución de los gobiernos socialdemócratas y los estados de bienestar que surgieron después de la Segunda Guerra Mundial. Todos ellos, de una manera u otra, inspirados en esos autores.
Hoy, podemos estar de acuerdo en que el actual sistema capitalista requiere profundos cambios para arribar a una convivencia humana basada en una mayor igualdad y una verdadera democracia.  Un orden social más humano y más feliz. Pero el perfil de esa nueva sociedad está todavía borroso, aunque haya un mayor consenso sobre la vía reformista y no violenta.   
Volver a Marx debe entenderse, sobre todo, como una invitación a leer y releer directamente sus textos. Afortunadamente, contamos aquí también con el avance de la tecnología. El archivo Marx-Engels, disponible en www.marxists.org, contiene toda su obra publicada y muchas cartas y manuscritos. Incluye también, entre otras cosas, las biografías de Eleanor Marx, Engels, Lenin, y Gemkow. Todo este material puede consultarse en español y en más de 70 idiomas. Gratis y con un solo clic.
De esa lectura podremos sacar muchas y muy diversas conclusiones, pero seguramente nos llevará a coincidir con su famosa tesis: no se trata sólo de interpretar al mundo, hay que transformarlo.
Twitter: #saulescoba

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