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jueves, 21 de febrero de 2013

Los trabajadores mexicanos: cien años de revolución


CIEN AÑOS

¿Qué debe celebrar el trabajador mexicano cien años después de la revolución?
El balance puede ser muy complicado pero si le preguntamos a un obrero en activo de 2009 la respuesta será, casi seguramente, deprimente. El salario es muy bajo y sobre todo no ha dejado de disminuir desde 1977. Los puestos de trabajo son escasos y además de mal pagados, son inseguros, riesgosos y mal protegidos. El despido puede venir en cualquier momento y aunque se pueda recurrir a la justicia, ésta es muy tardada y depende mucho de los abogados. Si te  toca un abogado bueno y honesto, tienes alguna oportunidad de obtener justicia; si no, serás presa de un chantaje permanente que acabará cuando se termine tu paciencia. Además, muchos empleos son insalubres. En México proliferan los accidentes y las enfermedades de trabajo, más que en muchos otros países del mundo. Y para colmo, y estos a lo mejor es lo más importante, nadie te protege. El sindicato no existe realmente aunque exista en el papel y te cobren una cuota. Pero nunca está ahí donde debiera estar para defenderte, por ejemplo de una reclamación por accidente de trabajo, por un despido injustificado o para evitar que sigas trabajando con tantos riesgos. La autoridad tampoco está y si algún día llega en la persona de un inspector de trabajo, eso será muy afortunado. Más afortunado será todavía que el inspector inspeccione y haga un reporte fidedigno. Y más todavía que el patrón acate las medidas de seguridad que la ley y la autoridad le obliguen. Todo ello sería una verdadera fortuna.

Pero hablando de suerte, tener un trabajo fijo es, ya, una cosa cada vez más rara. La mayoría de los mexicanos y mexicanas  en edad de trabajar laboran como no asalariados, en actividades por su cuenta, en una enrome variedad de oficios y condiciones. Así que surte es, a estas alturas, encontrar un medio digno de vivir que no tenga nada que ver con alguna forma de delincuencia, organizada o medio organizada. Y si bajo estas condiciones no hay de otra, entonces suerte será llegar vivo al otro lado, encontrar un empleo, que aunque te explote 10 o 12 horas diarias, te permita enviar dinero a tu casa. Y suerte será también que la migra no te agarre y pases los años en una tierra extraña, lejos de tu casa y de tu pueblo, en un medio tan hostil y diferente al que has vivido siempre.

Así que a cien años de la Revolución, sólo los trabajadores con mucha, mucha suerte pueden decir algo bueno de su trabajo, de su calidad de vida, de su futuro.

A cien años de la Revolución,  el mundo del trabajo es el mundo de la suerte y el azar. Pero como sucede en todas las actividades regidas por la buena fortuna, ésta so se les da a unos cuantos. La inmensa mayoría de los trabajadores mexicanos trabajan, viven, y se ven a si mismos con muy poco o nada que celebrar.

Pero ¿es que nada ha cambiado desde 1910, desde que en las fábricas porfirianas, ya no digamos en las haciendas del peón acasillado, los derechos de los trabajadores eran simplemente inexistentes, y el sólo acto de reclamar era considerado indebido, y por lo tanto ni siquiera digno de contestarse y mucho menos de satisfacerse?

¿Nada ha cambiado desde aquel día en que tropas extranjeras asesinaron a los obreros huelguistas de Cananea; o desde ese otro día 7 de 1907 en que la revuelta de de Río Blanco fue objeto de una masacre como no ha habido otra después?
¿De nada han servido una centena de años de lucha, organización sindical, leyes, instituciones y políticas públicas dirigidas especialmente a la clase trabajadora?

¿Quién pude pensar que estamos igual o peor que en el Porfiriato, o que la historia ha dado un giro perfecto de 360º?

Sobre el mundo del trabajo hoy en el 2009 podría decirse que casi toda ha cambiado para que casi todo siga igual. Pero eso no sería cierto. Casi todo cambió   y las cosas no son iguales. México es hoy una sociedad mucho más compleja y diversa, más rica y más pobre,  más justa y más desigual. La comparación entre el ayer y la actualidad es casi imposible de resolver en un balance de negro y blanco. Pero en el caso de los trabajadores, en esta centuria ha ganado el lado oscuro de la historia.

México ha sido en estos cien años, casi todo el siglo XX, de los pocos países en los que no pudo afianzarse ni prosperar un movimiento obrero independiente, legítimo, real. Casi toda su historia lo que ha habido y lo que hay, con algunas excepciones, es una sindicalismo autoritario, corrupto, corporativo, subordinado, y desde hace unas décadas, además, ficticio.

Esta ausencia ha tenido efectos más perniciosos y duraderos de lo que pudiera pensarse en un primer momento. Sus repercusiones sociales, políticas y económicas son, a nuestro modo de ver, muy vastas y profundas. Por lo pronto, diremos que esa ausencia explicaría en buena medida la situación tan lamentable en que se encuentra el mundo del trabajo en México. Un mundo sin derechos exigibles, sin protección, un mundo que se achica cada vez más, que se hace más inseguro y precario. Donde una minoría sostiene a una mayoría sin futuro. Y lo peor es que no hay nadie,  casi, a quien acudir.

La situación actual del trabajo en México no fue resultado de cien años de mala suerte. Su historia es más bien de avances y retrocesos, de ganancias y pérdidas, aunque el saldo final, al día de hoy, es negativo. Por defender sus derechos o por querer mejorarlos, los obreros fueron sometidos a diversas formas de represión. A veces, a sangre y fuego, o con despidos masivos y represión selectiva a los líderes que no se vendieron. A ellos los encarcelaron bajo acusaciones y procesos arbitrarios. O los mataron. La violencia descarnada del estado sobre los trabajadores también ha cambiado. Unos años fue más directa, masiva y sin contemplaciones. Otros no tanto: bastó el silencio, la indiferencia o la cooptación Pero, por desgracia, el resultado es  otra vez malo para los trabajadores, A final de cuentas, los gobernantes logaron probablemente lo más importantes: dejar a los trabajadores solos, sin organización, sin protección, y ya casi sin cultura y conocimiento y maña para defenderse. Y ese logro es lo más negativo de estos cien años. Hoy, vivimos una catástrofe oculta: un mundo de ficción y horror rige las relaciones laborales en todo nuestro país. Sindicatos inexistente, contratos que no se cumplen,  leyes que no se aplican, justicia que no se imparte,  todo ello se oculta bajo  un realidad aparente: los sindicatos cuentan con registro legal, dirigentes de carne y hueso, cuotas que se cobran en dinero constante y sonante, contratos que están escritos y registrados en alguna dependencia pública, juzgados laborales que funcionan todos los días.

Pero todo esto es más que un escenario montado,  no es sino utilería de baja calidad. Atrás está un mundo real, en el que las conquistas obreras del siglo XX parecieran haberse esfumado.
 

Notas: Saúl Escobar Toledo
14 01 09
       

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