¿Vecinos y enemigos?
El Sur 05032025
Saúl Escobar Toledo
La decisión del presidente Trump de
imponer aranceles a las importaciones de México y Canadá puede interpretarse
como una declaración de guerra económica, política y diplomática. Asimismo, el
aumento de las tarifas a China representa una nueva agresión a esa potencia. El valor de las mercancías afectadas,
provenientes de esos tres países, suma alrededor de 1.5 billones de
dólares.
Por su parte, la suspensión de la ayuda militar de Estados
Unidos a Ucrania significa una confrontación que involucra a Europa en su
conjunto.
Trump ha abierto varios frentes al
mismo tiempo con base en dos ideas que imperan en la mentalidad del presidente
y su equipo: Estados Unidos es una potencia mundial que puede doblegar al
mundo; y todo se vale para que vuelva ser “grande otra vez”. Son postulados
irracionales y difíciles de entender porque suponen erróneamente que las
naciones afectadas no tienen capacidad de respuesta y que esas medidas
fortalecerán la economía de Estados Unidos.
Muchos analistas, organizaciones
empresariales y financieras, y los gobiernos de los países afectados han
señalado reiteradamente que la hostilidad de Trump tendrá efectos negativos no
sólo a nivel mundial sino también en los Estados Unidos.
Sin embargo, hasta ahora, esas
declaraciones y medidas hostiles no se han traducido en intervenciones
militares y se han limitado al campo económico y diplomático. Además, muchos
esperan que Trump cambie de opinión cuando se dé cuenta de los perjuicios que
esta causando a su nación y a sus aliados históricos y por lo tanto fortalecen
en realidad a Rusia y a China.
La presidenta de México parece
igualmente coincidir con esta hipótesis. Ha declarado varias veces que frente
al gobierno de EU hay que tener ““cabeza fría, temple, serenidad y paciencia”. Ante
la aplicación de los aranceles se ha dado un tiempo, hasta el domingo, para ver
si el humor de Trump cambia y al mismo tiempo preparar una respuesta en caso de
que no suceda.
Algunos comentaristas del ámbito
nacional han pensado que los aranceles responden a la ineficacia de México para
hacer frente al crimen organizado y al contrabando de drogas hacia EU. Sin
embargo, el ejemplo de Canadá demuestra que éste no es el verdadero problema.
Los canadienses han argumentado, con razón, que el flujo de drogas a EU es
mínimo por no decir irrelevante y que Trump ha mostrado una hostilidad
injustificada. Hay que subrayar que Canadá y EU no eran únicamente socios
comerciales, aliados militares y políticos: también se consideraban naciones
hermanas al compartir idioma, cultura y una relación intensa en prácticamente
todos los ámbitos sociales. Ello, a pesar de una población francófona. El
gobierno de Canadá ha señalado que se trata de algo parecido a una traición
familiar, injustificada y desleal.
El asunto de Europa es similar: la
cercanía de Trump con Putin, dicen sus principales líderes, los deja expuestos
al expansionismo ruso y pone en peligro a países vecinos, principalmente en la
región del Báltico incluyendo a Polonia, Finlandia, Estonia, Lituania y
Letonia. Además, las amenazas de imponer aranceles siguen pendientes. “Europa
se ha quedado sola”, dijeron.
En este contexto, la posición de
México es muy complicada y con pocas alternativas si, en efecto, no hay un
cambio de las medidas unilaterales dictadas por la Casa Blanca. Quizás haya en
el escenario tres caminos: el primero, escalar la confrontación, responder a la
guerra con la guerra; el segundo, dejar pasar un poco más de tiempo para que
las negociaciones continúen y se llegue a un acuerdo; y el tercero, una opción
intermedia que incluya algunas medidas comerciales sin romper el diálogo.
La primera opción implicaría imponer
aranceles similares a las importaciones de EU; dejar en pausa indefinida las
pláticas con el gobierno de Washington; y un acercamiento explícito y
políticamente significativo con China, y otras naciones de Asia y Europa.
Anunciar, al menos declarativamente, que México está dispuesto a emprender un
nuevo camino en sus relaciones comerciales y diplomáticas y alejarse de la
integración económica con EU.
La segunda opción tiene como mayor
problema el tiempo. Esperar que se llegue a un acuerdo podría entenderse como una
muestra de debilidad que sería aprovechada por Trump para imponer medidas más
duras en la negociación de un nuevo tratado económico con EU; en el tema de la
migración; y en el combate al crimen organizado.
La tercera opción podría incluir un
conjunto de acciones comerciales, pero no tan severas como las que tomó EU y de
manera similar a las que anunciaron Canadá y China: aranceles más bajos y
selectivos. En nuestro caso, además, seguir demostrando la voluntad de
cooperación en los asuntos relacionados con el flujo de personas hacia el norte
y tomar medidas drásticas y palpables contra las bandas del crimen organizado.
Este camino dejaría abierto el diálogo; no obstante, también mostraría la
inclinación de México a aceptar algunos dictados de Washington. Su ventaja
residiría en la posibilidad de que los aranceles duren poco tiempo y el daño a
la economía mexicana sea relativamente menor.
En el corto plazo, cualquier
alternativa que se tome traerá serias afectaciones. La devaluación del peso
que, hasta este momento, martes 4 de marzo, ha sido relativamente leve (20.82
pesos por dólar) podría alcanzar a más de 22 pesos. Pero eso no sería lo más
preocupante, la depreciación incluso podría servir para paliar el efecto de los
aranceles. En cambio, el riesgo de una salida masiva de capitales; la
interrupción de la inversión extranjera directa (IED); y un clima de
incertidumbre o franco temor, podría llevar a México a una recesión. Antes de
los anuncios de Trump las previsiones de crecimiento se situaban para 2025 en
menos de 1%. Ahora esa cifra puede resultar optimista.
Así las cosas, el daño podría
traducirse en un desempleo masivo y llevar a México a una espiral viciosa: una
menor actividad económica hará caer la inversión y el consumo, redundando en
una afectación mayor del crecimiento. Un panorama similar al que vivimos en
1982 cuando el gobierno de México declaró la moratoria de la deuda externa. La
diferencia, sin embargo, es que en esta ocasión la crisis no responde
fundamentalmente a causas internas sino a las determinaciones de un gobierno
extranjero. Esta diferencia es vital para entender y apreciar las posibilidades
de México ya que la solución es, en teoría, muy sencilla. Bastaría con que
Trump cambiara de opinión.
Como se señaló antes, esta
posibilidad existe tanto porque la respuesta de la economía y las finanzas de
EU están mostrando un aumento de la inflación y una fuerte caída de las bolsas
de valores en Wall Street (y en varias partes del mundo, particularmente Asia y
Europa); por las contradicciones internas en el equipo de Trump; y por la
personalidad del presidente, el cual se ha distinguido por su veleidad.
Las medidas que tome México tienen
además del gobierno de EU, otro interlocutor: los inversionistas nacionales y
extranjeros. No está claro cuál será su reacción y dependerá no sólo de la ruta
que decida México. También de sus expectativas acerca de la magnitud del
conflicto. Es posible que algunos decidan esperar un tiempo antes de tomar
decisiones drásticas como cerrar empresas y despedir a sus empleados. Habrá,
asimismo, quienes decidan sacar sus
inversiones financieras fuera del país. Sin embargo, al mismo tiempo, sus
reacciones adversas afectarán al mercado estadounidense.
Como se ha repetido con frecuencia,
desatar una guerra es más fácil que detenerla. Son fenómenos en los que todos
los involucrados pierden, aunque aparentemente pueden ganar algo. En esta
ocasión, aún si la confrontación arancelaria se resolviera pronto, las cosas no
volverían a ser como antes. La desconfianza, el temor a sufrir otras puñaladas,
y el costo de los daños y su reparación no podrán ser borrados.
Por ello, la respuesta que ofrezca la
presidenta Sheinbaum el domingo en el Zócalo no será, no puede ser, final ni
definitiva. Será sólo el principio de un camino inédito que requerirá ajustes
constantes, decisiones severas y otras más bien discursivas, y una actitud que
muestre al mismo tiempo fortaleza y flexibilidad. Llamará, sin duda, a la
unidad nacional. Esperemos que de lo anterior se desprenda un diálogo
permanente con la sociedad, incluyendo a los trabajadores mexicanos quienes
serán las principales víctimas de esta confrontación. Y surja una visión de
largo plazo que tendrá que construir un nuevo curso de desarrollo a lo largo de
varios años.
saulescobar.blogspot.com
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