De la fe ciega en los mercados a la
tiranía política de los aranceles
Saúl Escobar Toledo
El Sur 002042025
Durante muchos años, particularmente
desde la segunda mitad del siglo XX, muchos economistas, algunos muy
distinguidos, y sobre todo los medios de comunicación, proclamaron
constantemente que el capitalismo se basaba en la “libertad de los mercados”.
Esta idea se apoyaba en Adam Smith, considerado uno de los fundadores de la
ciencia económica, el cual acuñó la expresión “la mano invisible del mercado”.
Sin embargo, recientemente diversos
economistas (cito a Oren Cass, fundador
y economista jefe del centro de estudios American Compass) han aclarado, en un
ensayo publicado en una revista del FMI (disponible en www.imf.org) que, “con
esa expresión (Smith) quiso decir poca cosa, o tal vez nada: el término aparece
una sola vez en los dos volúmenes de su obra más relevante La riqueza de las
naciones, y la utilizó también por única ocasión, en un contexto totalmente diferente
en otro ensayo, La teoría de los sentimientos morales”.
A pesar de ello, agrega, “en la
segunda mitad del siglo XX, los economistas construyeron toda una visión del
mundo en torno a ella y generaron la idea infundada de que, el capitalismo
funciona de manera automática gracias a esa mano invisible… Lo malo es que no
fueron los economistas quienes cayeron al fondo del barranco cuando se
descubrió su desatino, sino el ciudadano de a pie”.
En ensayo agrega que “después de la
Segunda Guerra Mundial, la expresión inicia un auge imparable. Resueltos a
defender el capitalismo democrático frente al entusiasmo por la planificación
centralizada del comunismo, algunos economistas, como Paul Samuelson y
Friedrich Hayek, adoptaron la metáfora de Smith y la colocaron en el centro de
su lógica conceptual acerca del libre mercado”.
Samuelson, en su obra Economía,
publicada en 1948 y principal libro de texto de la disciplina durante decenios,
distorsionó la expresión de Smith y la convirtió en una declaración de “fe
ciega”. Hayek, por su parte, la elevó
hasta convertirlo en una religión. Suponía que, especialmente en el ámbito
económico, las fuerzas autorreguladoras del mercado introducirían los ajustes
necesarios para resolver las contradicciones y problemas del capitalismo.
La verdad, agrega Cass, es que, si el crecimiento económico depende de
que se invierta en aumentar la productividad de los trabajadores, habrá
innovación, subirán los salarios y crecerá la prosperidad. Pero si se presiona
a los economistas para que expliquen cómo pueden estar tan seguros de que el
capitalismo llevará a la prosperidad en un contexto de globalización, los
argumentos se desvanecen. En realidad, el capitalismo puede funcionar, sólo si hay
limitaciones que garanticen que los mercados, efectivamente, serán beneficioso
para todos.
“La mano invisible” imaginaria en
realidad ha servido para justificar que la financiarización de la economía es
buena para la nación y para el mundo porque rinde buenas ganancias. Wall Street
y sus voceros confunden el “valor social” con el hecho de que las inversiones
en la Bolsa de Valores y otros instrumentos generan rendimientos brutos
superiores al promedio del mercado. Sin embargo, ninguna teoría económica ni la
realidad han demostrado que haya correlación alguna entre las estrategias que
generan los mayores rendimientos y las inversiones que “promueven el interés
público”, como dijo Smith.
El ensayo explica que “la oleada de
popularidad de la mano invisible” se detuvo bruscamente hace unos diez
años. La razón fue política: por esas fechas, diversos acontecimientos, como la salida del
Reino Unido de la Unión Europea y la primera elección de Trump, así como el
auge de la ultraderecha, obligaron a reconsiderar las teorías económicas y las
supuestas bondades de la “mano invisible” y la “libertad de los mercados”.
La disrupción que ha provocado el
segundo mandato de Trump en su país y en el mundo son un reflejo de esa crisis
política y de la quiebra intelectual de los economistas que proclamaron durante
muchos años esas teorías neoliberales.
No obstante, esta pérdida de fe no
necesariamente significa buenas noticias: otro estudio, en esta ocasión de la profesora Sunanda Sen de la Universidad Jawaharlal Nehru de la India
(disponible en www.networkideas.org),
afirma que después de la segunda guerra
mundial las naciones menos desarrollados y sus gobiernos conocieron una fase que puede
calificarse como “dependiente” de la
ayuda de los países ricos cuyos préstamos estuvieron ligados al
cumplimiento de los requisitos señalados por los gobiernos de esas naciones.
Este modelo cambió notablemente a
fines de los años 70s cuando los recursos de los organismos internacionales se
agotaron al terminar la “etapa dorada del capitalismo”. El control de los
países ricos, sin embargo, fue más estricto y obligaron a los menos
desarrollados a “liberar” sus mercados con el propósito de extraer una mayor
cantidad de excedente económico. Para muchas naciones la globalización de los
años 90s significó un cambio: de la dependencia a la subordinación.
El control de las políticas públicas
de los países en desarrollo se realizó en provecho de los grandes capitales
muchas veces con la complicidad de los gobiernos y las instituciones
financieras internacionales y marcó la evolución del capitalismo contemporáneo.
Esta subordinación restó autonomía a esas naciones, los cuales tuvieron que
adoptar políticas neoliberales para atraer las inversiones extranjeras.
Ahora estamos observando otro momento,
el cual puede entenderse como la “fase agresiva de la subordinación”, dirigida
por el actual presidente Trump con el aumento de los aranceles a las
importaciones.
Estas medidas pueden llevar a un
escenario de guerra comercial que probablemente no cumplirá el sueño
mercantilista para hacer grande a EU (MAGA, make America great again), ya que la
respuesta de los países afectados puede llevar a una recesión global.
Además, los socios comerciales de EU,
como México y Canadá, tendrán que
enfrentar una mayor subordinación esta vez en materia de política industrial
con muy poco margen de acción para responder a las políticas agresivas de EU.
En resumen, el postulado del libre
comercio se basó en una falacia teórica que utilizó erróneamente la famosa expresión
“la mano invisible del mercado”. Aunque fue aceptada por las escuelas de
economía más influyentes y los medios de comunicación, en realidad se trató de
una justificación para doblegar la soberanía de los países, extraer beneficios
para las grandes compañías multinacionales y aumentar las ganancias de los conglomerados
financieros.
Esta fase ha llegado políticamente a
su fin. Trump quiere sustituirla por acciones más drásticas que afectan
peligrosamente la soberanía de las naciones.
Si la globalización neoliberal,
basada la liberación de los mercados resultó devastadora para las naciones menos
desarrollados y provocó serias disrupciones políticas, la nueva fase que
pretende imponer Trump puede provocar una calamidad económica mundial sin
precedentes.
Por ello, México y los países en
desarrollo atraviesan por un momento de incertidumbre aguda pero también de
desafíos inmensos: ser presa de una subordinación más agresiva o buscar, con
poco margen de acción, un rumbo soberano
que, en el corto plazo puede ser muy costoso. A largo plazo, sin embargo, ninguna
opción debería estar descartada. Y habría que construirla (y pensarla) desde hoy.
saulescobar.blogspot.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario