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miércoles, 19 de junio de 2019


El embrollo migratorio: la razón de la sinrazón

Saúl Escobar Toledo 

El enfrentamiento entre Estados Unidos y México, desatado hace unas semanas por el gobierno de Trump tiene, como se ha comentado profusamente, dos causas principales: la inescrupulosa ambición política del presidente de aquel país, y su natural inclinación a provocar el sufrimiento ajeno. Pero también hay otras razones más concretas que propiciaron el manotazo, ligadas al fenómeno migratorio.
Para entenderlas vale la pena citar el memorándum del 27 de abril de la entonces secretaria del Departamento de Seguridad Nacional, Nielsen, quien aseguraba:
“La situación en nuestra frontera sur es extremadamente grave. Estamos viendo flujos históricos migratorios que exceden de lejos la capacidad de EU y una situación humanitaria que se agrava cada día. Los agentes migratorios no están preparado ni equipados para tratar con el volumen de personas vulnerables que llegan a nuestro territorio. Nuestras instalaciones están excedidas, nuestros agentes y oficiales son muy reducidos, los niños están llegando más enfermos que nunca y estamos en un grave riesgo de incidentes que amenazan la vida, dadas las proporciones sin precedentes de los flujos… Como resultado, hemos tomado la difícil decisión de desviar recursos de la seguridad fronteriza y dedicarlos a una respuesta humanitaria de tiempo completo.  Y nos hemos visto obligados a poner en libertad a individuos antes de que hayan sido completamente procesados mediante el sistema de inmigración… En breve, hemos llegado a un punto de quiebra de todo el sistema. He pedido al Congreso mayores recursos de emergencia y la contratación de nuevos agentes para lidiar con la crisis.  Estamos obligados a restaurar el orden y al mismo tiempo cumplir con nuestras obligaciones humanitarias”.

Es probable que esta posición haya resultado inaceptable para el presidente, lo que llevó al despido de la secretaria Nielsen. Ahora bien, los estudios realizados por el Centro Pew (https://www.pewhispanic.org) confirman varios hechos importantes: desde hace tres años, las autoridades fronterizas de Estados Unidos han arrestado a más personas de origen centroamericano que de nacionalidad mexicana. Ahora, éstos son una minoría, a diferencia con lo que sucedía antes, hace dos décadas, cuando la proporción era completamente inversa: los mexicanos detenidos representaban el 98% y las otras nacionalidades apenas el 2%. Más importante aún, del total de arrestos ocurridos en los últimos años, en el 53% de los casos se trata de grupos familiares, es decir que incluyen menores de edad. Se trata de un cambio sustancial pues en el pasado se detenía, en una gran proporción, a personas que viajaban solas, principalmente hombres.
Estos nuevos perfiles de la migración han provocado fuertes presiones a las autoridades estadounidenses ya que, de acuerdo a las leyes de ese país, en especial la Ley de Refugiados y el Programa Federal de Reasentamiento de Refugiados de 1980, el gobierno está obligado a examinar las solicitudes de las familias y a ayudarlas a que obtengan los medios económicos suficientes para sobrevivir tan pronto lleguen a suelo estadounidense.  También pone un plazo que no puede exceder 20 días (Acuerdo Flores) de detención a las personas que estén acompañadas por niños.
De ahí que el gobierno como decía Nielsen, esté obligado a proporcionar ayuda humanitaria a estos solicitantes, tratar de cumplir con el plazo señalado o liberar a los detenidos, y además vigilar la frontera para evitar que entren al territorio de ese país. Ante la imposibilidad, según la ex secretaria, de hacer todo ello, Nielsen aparentemente decidió poner mayor atención y recursos a la ayuda humanitaria.
Debe advertirse que la cantidad de migrantes que llegan a Estados Unidos ha venido disminuyendo, sobre todo en el caso de los indocumentados. Esto último obedece a que ahora los mexicanos que regresan son más que los que tratan de llegar allá. Así, el número de personas nacidas fuera de EU, no documentadas, que trabajan o buscan un trabajo en EU es menor que hace unos diez años: pasaron del 5.4% al 4.8% del total de la fuerza de trabajo civil.
Consecuentemente, el número de deportados se ha reducido: de un promedio anual de 375 mil con Obama a 295 mil con Trump. El cambio ha sido muy notorio en la frontera con México:  aquí las detenciones cayeron de 1 millón en 2006 (y un número aún mayor en los años ochenta y noventa) a 400 mil en 2018.
Es decir, para el gobierno de Estados Unidos, el problema más urgente ya no radica en el número de migrantes que tratan de ingresar sin permiso, sino en el hecho de que se trata de grupos acompañados de niños provenientes principalmente de tres países: El Salvador, Guatemala y Honduras. Familias que solicitan refugio, de acuerdo a las leyes de ese país.
El mandatario ha tratado de cambiar o saltarse la ley (The Refugee Act) y todas las obligaciones que se derivan de ella. Ante la negativa del Congreso y de algunos jueces, el presidente decidió que México debería hacerse cargo del problema (o de una parte de él). De esta manera Trump está tratando de resolver un asunto administrativo, la falta de presupuesto y personal adecuado, y evadir la obligación legal de atender debidamente a las familias. Igualmente, presiona a los legisladores y desde luego intenta demostrar sus votantes que cumple con la promesa de fronteras seguras.
El gobierno mexicano tendrá ahora   que resolver la problemática que apuntaba la secretaria Nielsen: atender debidamente a las familias migrantes, incluyendo el delicado asunto de los niños, y tratar de detener el flujo. Son asuntos difícilmente compatibles: detener   a los migrantes con la fuerza militar y arrestarlos, afectará sin duda, principalmente, a los menores. El esfuerzo en materia de recursos, calidad del servicio, adiestramiento del personal, instalaciones apropiadas y protocolos de detención para que las madres, padres e infantes vean respetados sus derechos más elementales será enorme y muy complicado. Todavía más si se acepta finalmente convertirnos en tercer país seguro.
Desde luego, resulta evidente que las familias centroamericanas abandonan su territorio no sólo por razones de búsqueda de un trabajo, como en el caso de la mayoría de los mexicanos que se han ido (ahora en menor número) a EU. La violencia que sufren   en sus países de origen, al sur de nuestra frontera, se ha convertido en la causa principal. Ningún padre o madre de familia arriesgaría a sus propios hijos a una atravesía tan arriesgada sólo porque piensan que de esta manera puede ser más viable obtener un ingreso legal a Estados Unidos. El terror que sufren en sus barrios y vecindarios debe ser mayúsculo.
El gobierno mexicano tiene razón en tratar de promover programas económicos en la zona del Triángulo Norte de Centro América para tratar de frenar la migración. Pero no basta. Las detenciones y deportaciones que lleven a cabo nuestras autoridades, sobre todo cuando se trate de familias, deberían ser excepcionales. El acento debería recaer en la disuasión, los permisos temporales que garanticen su tranquilidad, y un programa de ayuda para garantizarles alimentos y asistencia médica.
Estas políticas, que se intentaron al principio del sexenio, chocan con los acuerdos más recientes entablados con EU. México no pude responsabilizarse de una probable catástrofe humanitaria. Durante los próximos días veremos si estos peligros se confirman o se desvanecen. Pero lo más razonable es prepáranos para un escenario más ingrato. La estrategia de contención en la frontera sur y de acogida en la norte pueden resultar inviables con el respeto a los derechos humanos de las familias.  Los flujos no necesariamente se van a reducir a los niveles que desea Estados Unidos, lo cual podría de nueva cuenta ser motivo de represalias comerciales. Se trata sin duda de un problema muy complejo, un verdadero embrollo, en el que la vida y la seguridad de cientos de miles de personas, sobre todo niños, está en riesgo.
saulescobar.blogspot.com


miércoles, 5 de junio de 2019

Las guerras de Trump


Las guerras de Trump

Saúl Escobar Toledo

El presidente de Estados Unidos está desatando varios conflictos mundiales al mismo tiempo. Tanto amenazas militares como en el caso de Irán o Venezuela, como de tipo comercial contra China, India, Japón, Europa y, ahora, México. Estas últimas son de distinta intensidad, pero producen a nivel mundial una gran incertidumbre, minan la confianza de inversionistas y empresas y reducen las oportunidades de empleo. 
En el caso de México, el incidente es particularmente llamativo dado que se trata de un viejo aliado que ha estado ligado a EU desde hace décadas a través del TLCAN. Justamente, el día en que el presidente López Obrador anunció su decisión de pedirle al Congreso la aprobación del nuevo acuerdo comercial (el T-MEC), Trump a través de su Twitter, amenazó a nuestro país con imponer aranceles a todas las importaciones de mercancías. Con ello puso en duda la certidumbre de ése y cualquier arreglo escrito firmado por Washington.  
La amenaza es aún más incomprensible si tomamos en cuenta que la economía estadounidense pasa por un buen momento, con tasas de crecimiento superiores al promedio histórico de las últimas décadas y un desempleo mínimo.
¿Por qué Trump decide escalar las guerras comerciales en un momento como éste, sabiendo, como sabe, que ello puede producir efectos nocivos para la economía global y, en particular para la de su propio país?
La respuesta pudiera ser, como ha sido expresado por varios comentaristas, miembros del Congreso de EU e incluso representantes del sector privado, tan simple como: por irresponsable. Pero podría ser que estas conductas no respondieran sólo a un acceso de furia que no mide las consecuencias.
Como se ha dicho, también, Trump parece estar buscando dos objetivos políticos: el primero, darle a su campaña por la reelección un mayor brío. Cuestiones muy estimadas por sus electores duros han sido el problema de la inmigración y el llamado outsourcing, es decir, el traslado de empresas y proceso productivos, principalmente a China y México, con la consecuente pérdida de empleos en territorio estadounidense. El segundo, distraer la atención pública para que el asunto de la intromisión rusa en las elecciones de noviembre de 2016 se minimice en la prensa.
Si esto es cierto, México se convertirá cada vez más en la víctima de un juego perverso que consiste en tratar de demostrar que nuestro país no puede o no quiere detener la inmigración indocumentada proveniente de Centro América. Diversos indicadores muestran que el flujo de personas provenientes del sur de la frontera de EU no está en su momento más álgido, de acuerdo con los niveles históricos que se han presentado en otras décadas. Recordemos tan solo que alrededor de 400 mil mexicanos promedio anual se fueron a vivir al otro lado de la frontera entre 1990 y 2010, mientras que el número de centroamericano promedio anual ha sido de poco más de 80 mil en las últimas décadas (sin tomar en cuenta las personas repatriadas).  Puesto que el problema tiende a agravarse y se trata de un asunto muy llamativo, con una fuerte carga dramática debido al número de niños y mujeres que tratan de llegar hasta allá debido al desastre que padecen en sus propias naciones (Honduras, El Salvador, Guatemala), la manipulación mediática es relativamente fácil. De esta manera, para Trump el problema nunca estará resuelto, no importan las estadísticas o la conducta y el discurso del gobierno mexicano.
En lo que toca a la posibilidad de que regresen a EU las compañías que operan en México, ello difícilmente va a suceder en el corto plazo: las cadenas de valor que se han construido entre los dos países en las empresas fabricantes de autos, computadoras, cámaras fotográficas, televisiones y hasta cerveza, no se pueden romper para rehacerse fácilmente en territorio estadounidense. Además, si esto sucediera, la potencia del norte tendría entonces un serio problema de escasez de mano de obra.
Sólo para ilustrar el fenómeno, México vendió a EU el año pasado mercancías por un total aproximado de 347 miles de millones de dólares. Una tercera parte fueron automóviles, sus accesorios o partes. Otro 11 por ciento consistió en computadoras, aparatos de televisión y de video; y un pequeño pero significativo dos por ciento fueron cervezas. Del total de productos exportados por nuestro país a nuestro vecino, por lo menos un 30% tienen un contenido estadounidense. Hasta las chelas fabricadas en nuestro suelo llevan lúpulo y cebadas cultivadas en Estados Unidos. La esperada ratificación del T-MEC significa la continuidad y fortalecimiento de este esquema productivo que consolida las cadenas de valor trasfronterizas.
Se puede concluir entonces que las amenazas de Trump contra México son pura demagogia. No buscan resolver ningún problema. Son simplemente anuncios publicitarios para promover su propia candidatura.
Pero, y ¿qué sucede con el resto del mundo? Ni China, ni la Unión Europea ni Japón pueden ser acusados de promover la inmigración indocumentada a EU, y aunque también pudieran servir como chivos expiatorios para demostrar que el nacionalismo de Trump va en serio y así ganar votos, las razones pueden ser más complejas.
La economía de EU, a pesar de su auge en estos momentos, es estructuralmente muy vulnerable. Su talón de Aquiles reside en sus desequilibrios macroeconómicos: básicamente los déficits en sus finanzas públicas, en el comercio de mercancías, y en su cuenta corriente. Esto quiere decir que el gigante económico vive de prestado: el gobierno gasta más de lo que recauda; importa más de lo que exporta; y en general salen más dólares de EU de los que entran debido a sus flujos comerciales y financieros. La diferencia tiene que cubrirse sobre todo emitiendo deuda externa. Esta situación ha empeorado con Trump debido a la rebaja de impuestos que otorgó a las personas y empresas más acuadaladas.
La economía estadounidense es como un auto muy poderos que puede alcanzar velocidades muy altas pero que necesita refacciones, llantas y gasolina que tiene que adquirir en el extranjero. Depende entonces de este abastecimiento y ello produce dos problemas mayores. El primero, que desde el punto de vista geopolítico la economía estadounidense está haciendo fuerte a otras naciones, particularmente a China, su rival económico mayor. Y segundo, que esa dependencia puede en un momento dado representar una amenaza a su sobrevivencia.
Las guerras, incluyendo las comerciales, son producto de una decisión política. La búsqueda de una nueva supremacía mundial de EU pasa hoy por la disputa de los mercados. El plan de Trump consiste en tratar de frenar a China, y subordinar a sus aliados como la Unión Europea, India, Japón y México, a un esquema económico que permita revertir los problemas estructurales de su economía. Pero es un proyecto equivocado: falla en el diagnóstico pues los déficits estadounidenses no se resolverán con medidas de fuerza unilaterales, principalmente barreras aduaneras. Se equivoca en su instrumentación: a corto plazo las disputas comerciales sólo podrán traer mayores riesgos de una recesión mundial.
Dado que aún faltan 17 meses para las elecciones presidenciales en Estados Unidos, la mejor solución y quizás la única, a corto plazo, sería la destitución de Trump como presidente de Estados Unidos. El mundo estaría más tranquilo. Y México se quitaría de encima una causa de sufrimiento que no nos merecemos. Se trata de un episodio que todavía se ve lejano y que no puede ser tomada como una alternativa realista para el gobierno mexicano. Pero casi todos podrían coincidir en que Trump difícilmente va a cambiar sus posturas.  Así las cosas, puede que no tengamos muchas opciones. En el corto o en el mediano plazo, el gobierno tendrá que replantear su esquema de conducción política hacia afuera y hacia dentro. Se requerirá una nueva orientación diplomática  y un proyecto económico alternativo. Esperemos que surjan acompañado de un diálogo abierto con la sociedad para encontrar las mejores soluciones.
saulescobar.blogspot.com