Un país de pobres pero distintos
Saúl Escobar Toledo
Al principio de su famosa novela,
Ana Karenina, León Tolstoi escribió: “Las familias felices son todas iguales;
las infelices lo son cada una a su manera”.
Revisando el estudio de CONEVAL
(Consejo Nacional para la Evaluación de la Política de Desarrollo Social)
publicado recientemente, podría decirse de manera similar que México es un país
compuesto, en su mayoría, de familias pobres, pero que éstas son distintas unas
de otras pues las condiciones y razones de su exclusión social son diferentes.
Según este organismo, sólo el
22.6% de la población es no pobre y no vulnerable, lo que haría a este grupo
más o menos homogéneo con la excepción de un pequeño porcentaje de familias
ricas y muy ricas. El resto está compuesto por personas pobres (43.6%) o
vulnerables (26.8%). Esto quiere decir que hay familias que no tienen acceso suficiente,
al menos, a una de estas carencias: alimentación,
vivienda, seguridad social o servicios de salud. Otras, en cambio, están
privadas de todas ellas. Asimismo, algunas familias pueden recibir ingresos por
debajo del bienestar mínimo (y por lo tanto no les alcanza para comprar los
alimentos de la canasta básica) y otras reciben ingresos inferiores a la línea
de bienestar (es decir, no ganan lo suficiente para adquirir los bienes y
servicios básicos en los rubros antes señalados).
No sólo se trata de diferentes
tipos de carencias y niveles de ingreso. También padecen exclusión en mayor o
menor medida debido a su género, su edad, si se trabajan en el campo o en las
ciudades, si son indígenas o no, y a la región en la que habitan.
Así, una persona tiene mayores posibilidades
de ser pobre si es mujer, adulta mayor, realiza labores agrícolas, es indígena
y vive en una región donde se concentran todas esas privaciones. Peor aún, si
éste es el caso, también le será más difícil superar esas condiciones adversas y
acceder a un mejor nivel de vida.
Concentremos la atención, por
esta vez, en el nivel regional. Según CONEVAL, con datos actualizados hasta
2016, el porcentaje de personas que vivían en pobreza era mayor a la media
nacional (43.6%) en 15 entidades. Con
base en lo anterior y tomando como criterio la proximidad geográfica, podemos dibujar
una franja que abarca los estados de Michoacán,
Guerrero, Oaxaca, Chiapas, Morelos, Puebla, Veracruz, Tabasco, y Campeche
abarcando la costa del Pacifico y el Golfo, así como el centro sur. Un territorio compuesto por 9 entidades.
Por su parte, el Programa
Regional de Desarrollo Sursureste 2014-2018 del gobierno de Peña Nieto incluyó
a todas estas entidades con la excepción de Michoacán y Morelos, pero sumó a
Quintana Roo y Yucatán.
Si consideramos el conjunto de esos
once estados, observamos que suman 25.5 millones de personas en pobreza, es
decir el 48% del total nacional. Tomando en cuenta sólo las personas en extrema
pobreza sumarían el 67% de todos los mexicanos que padecen esta condición.
Hay desde luego otras entidades
donde los niveles de pobreza son elevados, sobre todo en el centro norte, pero
podemos decir que las once entidades mencionadas forman una porción maciza y
consistente del territorio nacional donde se concentra la exclusión social. No es
la única, pero si la más importante. Dentro de esta franja hay ciudades prósperas
y ramas industriales dinámicas y de exportación. Pero en su conjunto la
población padece elevados índices de marginación y grandes carencias sociales.
Las diferencias se hacen más
visibles si revisamos otras regiones. Los estados donde el número de pobres es,
según los datos, proporcionalmente menor incluyen a: Baja California Sur, Baja California, Sonora,
Sinaloa Chihuahua, Nuevo León Aguascalientes, la Ciudad de México, Jalisco, y
Querétaro: otras once entidades en donde podría decirse que se concentra la
modernización y los niveles de vida más altos. Aquí también hay pobres, pero en
un porcentaje relativamente menor que va del 14 al 31% según la entidad de que
se trate.
El diagnóstico publicado en el
Plan Sur Sureste puede aplicarse al conjunto de esta franja de la pobreza. A
diferencia del resto del país, en estas entidades sus habitantes se encuentran
dispersos en zonas rurales pues casi la mitad vive en localidades menores a
2,500 habitantes, mientras que a nivel nacional sólo lo hace el 28%. Salvo
excepciones, aquí se presenta una insuficiente y deteriorada red carretera,
ferroviaria, marítima y aeroportuaria. En una palabra, la infraestructura
productiva es atrasada e insuficiente
Asimismo, existen pocos motores
económicos o polos de desarrollo y éstos se reducen básicamente a la industria petrolera
y el turismo. La agricultura, salvo algunas excepciones, también padece en
general, de bajos niveles de desarrollo, compuesta por pequeños productores de
baja rentabilidad. Predominan, en cambio, las ocupaciones de baja productividad.
Los servicios financieros y el acceso al crédito son muy limitado. No es
entonces sorprendente que este conjunto de entidades tenga una baja
participación en el PIB nacional: poco más del 20%, y que no existan suficientes
empleos formales. De acuerdo con el IMSS, estos apenas representan el 17% del
total nacional.
A todos los problemas mencionados,
debe agregarse un acceso deficiente a las instituciones públicas sanitarias,
así como bajos niveles de escolaridad. Lo mismo sucede con la vivienda y los
servicios esenciales que requieren las familias. En cobertura de agua y drenaje, por ejemplo,
esta región se encuentra por debajo de la media nacional.
En síntesis, hay un patrón de
desarrollo que ha convertido a esta región en la menos productiva y la de mayor atraso: de los 125 municipios de México con menor
Índice de Desarrollo Humano (IDH), 123 se encuentran en estas entidades. Y, sin
embargo, cuentan con recursos naturales muy abundantes pues concentran más del
70% de la biodiversidad de América Septentrional. Pero ello no ha sido aprovechado
para crear un mayor bienestar de la población residente y en cambio ha servido
para financiar el desarrollo de otras regiones.
La franja de la pobreza, compuesta
por esas once entidades, que abarca desde Michoacán hasta la península yucateca
es el territorio más amplio y consistente del atraso económico y la exclusión
social. El país, en su conjunto, no podrá alcanzar mejores niveles de
desarrollo si esta situación persiste. Aquí
radica quizás el desafío mayor de nuestro presente. Hasta ahora, el modelo de
crecimiento imperante ha favorecido principalmente a las industrias exportadoras
de manufacturas, marginando al resto de las actividades productivas. Cambiar
este patrón, exigirá mayor inversión, sobre
todo pública, en infraestructura, vivienda, educación y salud. Ello no puede
reducirse a programas focalizados. Se
requiere un gran esfuerzo, planeado para varios años. Perpetuar la pobreza y el
atraso de una franja tan vasta es ya insostenible. El próximo gobierno de la
república tendrá que hacerse cargo de ello, o seguiremos viviendo en la ficción
del crecimiento desigual, una apariencia que esconde el hecho de que millones
de mexicanos no tengan posibilidades reales de acceder a una mejor calidad de vida
debido, entre otras cosas, pero destacadamente, a que les tocó fincar su hogar,
su familia y su trabajo, en este espacio de la geografía mexicana.
Twitter: #saulescoba