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miércoles, 21 de noviembre de 2018


Retrato de mujer con cartulina

Saúl Escobar Toledo


Después de la marcha del domingo 11 de noviembre que recorrió el Paseo de la Reforma para protestar contra la cancelación del aeropuerto de Texcoco, una fotografía circuló en las redes sociales y en algunos medios impresos y digitales. Una mujer, podríamos decir de alrededor de sesenta años, apoyada en un bastón, ve hacia la cámara. Su mirada no es ni de entusiasmo ni de enojo, parece tranquila pero convencida. Su gesto corporal tampoco dice mucho: muestra sin aspavientos una cartulina. No la han tomado por sorpresa ni trata de esconder su mensaje, lo muestra queriendo decirnos: es lo que pienso y no lo oculto. Una mujer que por su vestimenta no parece ni rica, ni pobre. No porta anillos, apenas un sencillo collar y  unos aretes que tampoco delatan ostentación. Una persona  como muchas con las que nos topamos en la calle cualquier día del año o que, por su apariencia,  podría ser nuestra vecina, un familiar, un amigo. La cartulina dice: “No + delincuencia, inseguridad, narcotráfico, usura, prostitución”. Y abajo, con letras de mayor tamaño, “¡INMIGRANTES INDESEABLES Nuestro pueblo primero! Movimiento Nacionalista Mexicano”.
La manifestación se organizó no tanto para mostrar su descontento con la cancelación de la obra, ello hubiera sido una razón poco atractiva para reunir a miles. Lo que querían era evidenciar su rechazo al próximo gobierno porque lo consideran una amenaza. El mensaje que aparece en la foto subraya ese peligro que ahora se agrava por la presencia de personas venidas del extranjero, de tal manera que los males que ya sufrimos van a empeorar. La asociación de los migrantes con todos esos vicios se reiteró después en Tijuana, donde un grupo de personas agredió un campamento de centroamericanos, seguramente con la complacencia o apoyo del alcalde de esa ciudad quien exigió que los derechos humanos (se apliquen solamente) “para los humanos derechos”.
Estas posturas las hemos visto en distintas partes del mundo. Pero en México hace tiempo que no se manifestaban tan abiertamente. La combinación es además reveladora: una oposición a AMLO cargada de prejuicios racistas, conservadores y pretendidamente nacionalistas. Son las señales de un sentir ciudadano que va a pelear contra el próximo gobierno no tanto por lo que ya hizo o lo que ha dicho, sino porque está apoyada en el miedo, la inseguridad y el odio a lo que consideran extraño, distinto a ellos, nuevo como una pesadilla acabada de soñar. Son resultado de tantos años de violencia, de corrupción y de impunidad, pero también de un prejuicio: hay que prepararse para lo peor porque de estos que nos van a gobernar no se pude esperar nada bueno ya que promulgan ideas dañinas para nuestras familias y nuestra patria. En más de un sentido, esa señora y muchos de los manifestantes que ese día se congregaron, son una expresión de un sentimiento que ha permeado a amplias capas de ciudadanos en diversas partes del mundo y que ha sido electoralmente exitoso en Estados Unidos, en diversas partes de Europa, en países como Filipinas y Brasil. Han surgido como respuesta a los errores  de los gobiernos pero, igualmente,  de un caos que no logran entender: el de un progreso desquiciante, desequilibrado, ruinoso y violento.
Otra cara de la oposición al futuro gobierno se ha expresado día con día, casi unánimemente,  en la prensa nacional. Se trata en este caso, de un rechazo más educado, proveniente de intelectuales, editorialistas, y expertos, cuya consigna puede sintetizarse, según sus propias palabras, de la siguiente manera: “Pelear con los mercados lleva al fracaso” (como encabezó Quintana en El Financiero su columna hace unos días).  Los mercados, en este caso, según lo aclara el mismo autor, son una entelequia. Se trata en realidad de un grupo personas que son grandes inversionistas, o  que trabajan como intermediarios de empresas financieras o están al frente de instituciones multilaterales. Forman sus opiniones no siempre basados en los hechos, pero son capaces de alterar la estabilidad  de un país con movimientos bruscos en las bolsas de valores, el tipo de cambio, los flujos de capitales. Y, aunque no nos guste, el mundo de hoy está acotado por los mercados, o, mejor dicho, por las manos visibles que los mueven.
Este punto de vista es parcial y olvidadizo. No recuerda que precisamente hace diez años, cuando la quiebra del Banco Lehman, esos agentes propiciaron la mayor recesión mundial de las últimas décadas provocando grandes daños a las economías y a las personas. Los representantes de los países más importantes del mundo coincidieron entonces que la causa de esa debacle radicó en la existencia de mercados muy poco y mal regulados. Algo se ha avanzado pero nuevos riesgos han aparecido y con ello la posibilidad de una nueva crisis, según el FMI (Informe sobre la estabilidad financiera mundial, octubre 2018). Las autoridades pueden tratar de ajustar sus políticas para evitar las sacudidas pero ello no basta: el mundo sigue a merced de un sistema financiero mundial que requiere más y nuevos controles, no menos. O, como dijera Jürgen Habermas en un reciente artículo (El País, 18 de noviembre de 2018): necesitamos que los gobiernos lleven a cabo una serie de políticas para contener y reducir los desequilibrios económicos  y se planteen objetivos de largo alcance como acabar con la evasión fiscal e imponer una regulación más estricta de los mercados financieros.
La existencia de los paraísos fiscales, la banca en la sombra (y sus instrumentos que operan sin ninguna supervisión), y su afán de lograr la máxima ganancia en el menor tiempo a costa de la estabilidad económica, propiciaron la explosión de 2018. No han cambiado mucho las cosas desde entonces. El mundo sigue siendo un lugar peligroso y lleno de amenazas debido a la existencia de ese comercio especulativo que muy pocos se atreven a cuestionar.
Cambiar esta situación requiere un esfuerzo concertado a nivel internacional. Poco pueden hacer los gobiernos nacionales aisladamente. Aun así,  no parece razonable calificar las acciones de la futura administración mexicana con base en las respuestas de esos agentes y grupos, ni renunciar definitivamente a poner en práctica nuevas políticas económicas para no pelearse con ellos. En el pasado ese temor y esa inacción simplemente han agravado las cosas.
Es probable que la señora de la foto no haya leído a ninguno de esos  escritores que basan sus opiniones en el comportamiento de los mercados. Y que éstos vean con repugnancia las frases de la cartulina que aquella ostentaba con un dejo de satisfacción. Por lo pronto, su única coincidencia es ver al próximo gobierno como una amenaza, aunque por diferentes razones.  En otras latitudes, sin embargo, han llegado a formar un frente común para derrocar gobiernos e imponer personajes dispuestos a violar los derechos humanos si al mismo tiempo se muestran muy amigables con ese grupo selecto de inversionistas e intermediarios financieros, como sucedió recientemente en Brasil. 
Nuestro personaje quizás no sepa ni le interese saber que su miedo y quizás su dolor, derivado de la situación del país, no es resultado del arribo de esas personas que ella llama indeseables, sino de los profundos desequilibrios causados, entre otras cosas, pero de manera muy importante, por el comportamiento de los mercados, por esas manos que manejan billones de dólares todos los días. Muchos mexicanos seguramente compartimos sentimientos parecidos y su repudio a los gobiernos y los actores políticos. Quizás resultaría muy difícil convencerla de que esos centroamericanos son también víctimas, como ella, del desorden y la injusticia que padece el mundo. Lo que si está dentro de nuestras posibilidades es fomentar un mensaje de solidaridad,  empatía y  reconocimiento de los otros, más allá de su raza, su condición social, y su origen nacional, como habitantes de este planeta que tienen los mismos derechos que nosotros. Y exigirle al próximo gobierno que haga lo mismo en sus declaraciones y en sus obras.

saulescobar.blogspot.com   





miércoles, 7 de noviembre de 2018


México y Brasil: un tiempo bífido
Saúl Escobar Toledo

Dos realidades muy distintas se presentan hoy en América Latina después de las elecciones brasileñas. Mientras que en esa nación sudamericana eligieron un presidente que, como se ha comentado ampliamente, tiene un perfil ultraderechista, en México está a punto de tomar posesión un mandatario que ha anunciado la intención de poner en práctica un conjunto de políticas que se pueden caracterizar como progresistas o de izquierda.
En ambos casos se habla del fin de una etapa. En Brasil, el nacimiento de un régimen de mano dura que rompe con la secuela de los gobiernos de Lula y Rousseff. En nuestro país, en cambio, pronto iniciará una administración que trunca la continuidad de las opciones neoliberales representadas por el PRI y el PAN.
La opinión dominante, sobre todo en los medios, equipara de una manera abusiva ambos fenómenos como si se tratara de cosas parecidas, y se conforma con una fórmula simplista: ambos son una manifestación más del populismo que recorre buena parte del mundo.  Desde otro ángulo, hay quienes aseguran que México ha llegado tarde a la ola izquierdista y que Brasil es el ejemplo del fin de esa época. Por lo tanto, aducen, el proyecto de López Obrador tiene la suerte echada. Y desde luego, están los que sostienen que, a pesar de las adversidades y la derrotas en otras tierras, México será un ejemplo de que la izquierda puede gobernar exitosamente.
Para entender mejor el asunto, podría ser útil verlo desde una perspectiva más amplia. Desde la gran recesión mundial de 2007, se ha hablado, cada vez con mayor énfasis,  de una crisis de la democracia liberal, sistemas políticos basados en la democracia representativa. En consecuencia, se han propagado las llamadas democracias no liberales (illiberal democracies)[1], regímenes que son democráticos en la forma (porque son electos por sus ciudadanos) pero que ejercen el poder sin respetar las libertades básicas de los ciudadanos. Yascha Mounk[2], varios años después, consideró que en realidad deberíamos hablar de dos fenómenos distintos: democracias no liberales y liberalismo sin democracia. En este último caso estarían los gobiernos tecnocráticos neoliberales que dicen defender esas libertades, pero sin mecanismo reales de consulta con los ciudadanos. Las políticas económicas se deciden en las cúpulas y sus efectos sociales son resentidos por la mayoría de la población, pero sus quejas no son escuchadas.  La globalización de los mercados y el 1% más próspero deciden casi todo e imponen sus propios intereses sin cortapisas institucionales.
Siguiendo las líneas de este debate, podríamos decir que, frente al malestar de la globalización[3] ha surgido una respuesta bífida, dos caminos distintos para enfrentar esos daños y el descontento que han producido:  una democracia post neoliberal o un neoliberalismo tirano[4].
En el primer caso podríamos situar experiencias como las de Bolivia y Uruguay, aún en el gobierno, y las, por ahora desplazadas en Brasil, Argentina y Ecuador, entre otros, pero también a tendencias políticas como Podemos en España, Sanders en el Partido Demócrata de Estados Unidos, y Corbyn en el Laborista inglés. En la otra vía, se ubica la pandilla europea de los cuatro: Orbán, Kurz, Salvini y Kaczymski[5], además de partidos de oposición como el Frente Nacional de Francia. La elección de Trump en Estados Unidos representa uno de los ejemplos más destacados del avance de esta tendencia. En el caso de los países en desarrollo, habría que colocar en esta lista, de manera destacada, a Rodrigo Duterte en Filipinas. Ahora habría que agregar a López Obrador de un lado y a Bolsonaro del otro.
Los resultados obtenidos por los gobiernos nacionales, desde esta perspectiva, han estado plagados de errores, insuficiencias y excesos. Pero la vigencia y la intención de hacerlos realidad se mantiene en todas estas tendencias y, sobre todo, en la movilización social.
Los émulos del neoliberalismo tirano, en cambio, buscan coartar los derechos fundamentales e inhibir la capacidad de los ciudadanos para estar informados y tomar decisiones. Sostienen una agenda económica y social apegada al mandato las élites económicas[7].  Y, sobre todo, promulgan una ideología fuertemente conservadora, sostenida en un nacionalismo racista y violento de corte homofóbico, machista, y antiinmigrante. Creen que el consumo de estupefacientes debe perseguirse aplicando la máxima violencia. Desprecian las políticas destinadas a conservar el medio ambiente y los derechos de las minorías. Y, de manera sobresaliente, amenazan constantemente con el uso de la fuerza para perseguir a quien consideran sus enemigos: indigentes, migrantes, pueblos nativos, adictos, homosexuales, y en particular a los defensores de los derechos humanos.
Mientras tanto, los partidarios del actual estado de cosas, que se autoproclaman liberales, siguen sin entender dónde está el problema. Creen que la libertad irrestricta de los mercados ha sido beneficiosa para la mayoría y que la democracia representativa tal y como ha funcionado en los últimos años, no necesita ninguna reforma.
Mantienen todavía una gran influencia, pero sus argumentos están perdiendo fuerza. Hace unos meses, Barak Obama, el presidente que en su momento defendió a ultranza el libre comercio, advirtió que, si bien la globalización y la tecnología han abierto nuevas oportunidades, también:
“Han trastocado los sectores agrarios e industriales de muchos países. Han reducido enormemente la demanda de ciertos tipos de trabajadores y han contribuido a debilitar a los sindicatos y la capacidad de negociación de los trabajadores. Han permitido que al capital le resulte más fácil eludir las leyes y los reglamentos fiscales de las naciones-Estado y transferir millones, miles de millones de dólares con solo tocar una tecla de un ordenador”.
Remarcó que:
“La consecuencia de todas estas tendencias ha sido el estallido de las desigualdades económicas. Unas cuantas docenas de personas tienen tanta riqueza como la mitad más pobre de la humanidad”. Todo ello, agregó, empeoró “debido al devastador efecto de la crisis financiera de 2008… y el comportamiento irresponsable de unas élites que provocó años de dificultades para la gente corriente de todo el mundo”
 Y concluyó: “Por consiguiente, ahora que conmemoramos el 100 aniversario de Madiba, nos encontramos en una encrucijada, un momento en el que dos visiones muy distintas del futuro de la humanidad compiten para conquistar a los ciudadanos de todo el mundo. Dos relatos diferentes sobre quiénes somos y quiénes debemos ser”[8].
En efecto, Sr. Obama, hay dos imaginarios hoy y aquí, en este mundo, porque el neoliberalismo tal y como lo conocimos durante varias décadas está mostrando signos de agotamiento.
En esta narrativa bífida el asunto de fondo está en que no se puede fortalecer la democracia y mantener las políticas neoliberales: más tarde o más temprano el Estado acaba por liquidarse (Bauman[9]) y se abre el espacio más propicio para el despotismo.
Del otro lado, está claro que los intentos de construir una democracia post neoliberal están obligados a respetar los fundamentos de las economías de mercado; respetar las libertades de expresión y manifestación; la separación de poderes; a gobernar con transparencia y, ahora sabemos lo importante que resulta, a combatir la corrupción.
Y, sin embargo, volver atrás para repetir los esquemas fallidos de la ortodoxia neoliberal se antoja una posibilidad tanto o más remota. El mundo está cambiando: Brasil ha caído, quién sabe por cuánto tiempo. Pero los tiranos también cometen errores y son absolutamente inmorales y corruptos. Y, si observamos la situación en Estados Unidos, las elecciones del 4 de noviembre demostrarían que, con frecuencia, se desgatan rápidamente.  No hay pues, en estos momentos, nada que pueda indicarnos que la historia se ha inclinado claramente por alguno de las dos opciones. Mal haríamos en confiar ciegamente en el nuevo gobierno, peor sería creer que no nos queda otra opción más que las dictaduras, sean de los mercados, de los gobernantes en turno, o de ambos.
saulescobar.blogspot.com










[1] El término fue empleado por Fareed Zakaria desde 1997 en un artículo publicado en la revista  Foreign Affairs,  "The Rise of Illiberal Democracy".  Hay una traducción al español: “El surgimiento de la democracia iliberal” en una edición del BID y el Gobierno de Ecuador.
[2] “Illiberal Democracy or Undemocratic Liberalism?” (Project Syndicate, Junio 6, 2016).
[3] Para usar el término de Stglitz, J., en su libro, El malestar en la globalización. Ed. Taurus, Madrid, 2002.
[4] En su texto, Zakaria se refería a los gobiernos despóticos latinoamericanos de finales de los noventa, como el de Menen en Argentina y Fujimori en Perú. En los últimos años, las democracias no liberales han acentuado sus rasgos autoritarios ostentando, sin pudor, ideologías y políticas que expresamente niegan los derechos humanos. Su perfil los acerca más bien a lo que podría caracterizarse como tiranías, con rasgos semi fascistas.   
[5] Victor Orbán, primer ministro de Hungría; Sebastían Kurz, canciller de Austria; Mateo Salvini vicepresidente del gobierno de Italia; y Jarsolaw Kaczynski considerado líder en la sombra del gobierno polaco.
[6] La lista incluye entre otros, el derecho al trabajo, el derecho a la salud, el derecho a la educación y el derecho a un nivel de vida adecuado, que deben ser reconocidos por los Estados y exigibles por los ciudadanos.
[7] Algunos de estos gobiernos propugnan un proteccionismo económico que ha tomado diversas variantes. En el gobierno de Trump, un proteccionismo comercial que no afecta la movilidad de los capitales financieros. En otros casos, como el Brexit, apoyado fundamentalmente por los grupos políticos del Partido Conservador, se trataba de un proteccionismo frente al gobierno de la Unión Europea.
[8] The Nelson Mandela Lecture. Barack Obama en Johannesburgo, Sudáfrica, en el Centenario del aniversario del nacimiento de Nelson Mandela, Julio 17, 2018.

[9] Ver, entre otros, Bauman, Zygmunt. Modernidad líquida. Buenos Aires. Fondo de Cultura Económica. 1999. Dani Rodrik, profesor de la Universidad de Harvard propuso la tesis que, dicha en unas cuantas palabras, sostiene que la democracia, la soberanía de los estados nacionales y la integración económica global son incompatibles. Se pueden combinar dos de estos elementos, pero no se pueden tener los tres plena y simultáneamente. “The inescapable trilemma of the world economy”, disponible en: http://rodrik.typepad.com.