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miércoles, 7 de noviembre de 2018


México y Brasil: un tiempo bífido
Saúl Escobar Toledo

Dos realidades muy distintas se presentan hoy en América Latina después de las elecciones brasileñas. Mientras que en esa nación sudamericana eligieron un presidente que, como se ha comentado ampliamente, tiene un perfil ultraderechista, en México está a punto de tomar posesión un mandatario que ha anunciado la intención de poner en práctica un conjunto de políticas que se pueden caracterizar como progresistas o de izquierda.
En ambos casos se habla del fin de una etapa. En Brasil, el nacimiento de un régimen de mano dura que rompe con la secuela de los gobiernos de Lula y Rousseff. En nuestro país, en cambio, pronto iniciará una administración que trunca la continuidad de las opciones neoliberales representadas por el PRI y el PAN.
La opinión dominante, sobre todo en los medios, equipara de una manera abusiva ambos fenómenos como si se tratara de cosas parecidas, y se conforma con una fórmula simplista: ambos son una manifestación más del populismo que recorre buena parte del mundo.  Desde otro ángulo, hay quienes aseguran que México ha llegado tarde a la ola izquierdista y que Brasil es el ejemplo del fin de esa época. Por lo tanto, aducen, el proyecto de López Obrador tiene la suerte echada. Y desde luego, están los que sostienen que, a pesar de las adversidades y la derrotas en otras tierras, México será un ejemplo de que la izquierda puede gobernar exitosamente.
Para entender mejor el asunto, podría ser útil verlo desde una perspectiva más amplia. Desde la gran recesión mundial de 2007, se ha hablado, cada vez con mayor énfasis,  de una crisis de la democracia liberal, sistemas políticos basados en la democracia representativa. En consecuencia, se han propagado las llamadas democracias no liberales (illiberal democracies)[1], regímenes que son democráticos en la forma (porque son electos por sus ciudadanos) pero que ejercen el poder sin respetar las libertades básicas de los ciudadanos. Yascha Mounk[2], varios años después, consideró que en realidad deberíamos hablar de dos fenómenos distintos: democracias no liberales y liberalismo sin democracia. En este último caso estarían los gobiernos tecnocráticos neoliberales que dicen defender esas libertades, pero sin mecanismo reales de consulta con los ciudadanos. Las políticas económicas se deciden en las cúpulas y sus efectos sociales son resentidos por la mayoría de la población, pero sus quejas no son escuchadas.  La globalización de los mercados y el 1% más próspero deciden casi todo e imponen sus propios intereses sin cortapisas institucionales.
Siguiendo las líneas de este debate, podríamos decir que, frente al malestar de la globalización[3] ha surgido una respuesta bífida, dos caminos distintos para enfrentar esos daños y el descontento que han producido:  una democracia post neoliberal o un neoliberalismo tirano[4].
En el primer caso podríamos situar experiencias como las de Bolivia y Uruguay, aún en el gobierno, y las, por ahora desplazadas en Brasil, Argentina y Ecuador, entre otros, pero también a tendencias políticas como Podemos en España, Sanders en el Partido Demócrata de Estados Unidos, y Corbyn en el Laborista inglés. En la otra vía, se ubica la pandilla europea de los cuatro: Orbán, Kurz, Salvini y Kaczymski[5], además de partidos de oposición como el Frente Nacional de Francia. La elección de Trump en Estados Unidos representa uno de los ejemplos más destacados del avance de esta tendencia. En el caso de los países en desarrollo, habría que colocar en esta lista, de manera destacada, a Rodrigo Duterte en Filipinas. Ahora habría que agregar a López Obrador de un lado y a Bolsonaro del otro.
Los resultados obtenidos por los gobiernos nacionales, desde esta perspectiva, han estado plagados de errores, insuficiencias y excesos. Pero la vigencia y la intención de hacerlos realidad se mantiene en todas estas tendencias y, sobre todo, en la movilización social.
Los émulos del neoliberalismo tirano, en cambio, buscan coartar los derechos fundamentales e inhibir la capacidad de los ciudadanos para estar informados y tomar decisiones. Sostienen una agenda económica y social apegada al mandato las élites económicas[7].  Y, sobre todo, promulgan una ideología fuertemente conservadora, sostenida en un nacionalismo racista y violento de corte homofóbico, machista, y antiinmigrante. Creen que el consumo de estupefacientes debe perseguirse aplicando la máxima violencia. Desprecian las políticas destinadas a conservar el medio ambiente y los derechos de las minorías. Y, de manera sobresaliente, amenazan constantemente con el uso de la fuerza para perseguir a quien consideran sus enemigos: indigentes, migrantes, pueblos nativos, adictos, homosexuales, y en particular a los defensores de los derechos humanos.
Mientras tanto, los partidarios del actual estado de cosas, que se autoproclaman liberales, siguen sin entender dónde está el problema. Creen que la libertad irrestricta de los mercados ha sido beneficiosa para la mayoría y que la democracia representativa tal y como ha funcionado en los últimos años, no necesita ninguna reforma.
Mantienen todavía una gran influencia, pero sus argumentos están perdiendo fuerza. Hace unos meses, Barak Obama, el presidente que en su momento defendió a ultranza el libre comercio, advirtió que, si bien la globalización y la tecnología han abierto nuevas oportunidades, también:
“Han trastocado los sectores agrarios e industriales de muchos países. Han reducido enormemente la demanda de ciertos tipos de trabajadores y han contribuido a debilitar a los sindicatos y la capacidad de negociación de los trabajadores. Han permitido que al capital le resulte más fácil eludir las leyes y los reglamentos fiscales de las naciones-Estado y transferir millones, miles de millones de dólares con solo tocar una tecla de un ordenador”.
Remarcó que:
“La consecuencia de todas estas tendencias ha sido el estallido de las desigualdades económicas. Unas cuantas docenas de personas tienen tanta riqueza como la mitad más pobre de la humanidad”. Todo ello, agregó, empeoró “debido al devastador efecto de la crisis financiera de 2008… y el comportamiento irresponsable de unas élites que provocó años de dificultades para la gente corriente de todo el mundo”
 Y concluyó: “Por consiguiente, ahora que conmemoramos el 100 aniversario de Madiba, nos encontramos en una encrucijada, un momento en el que dos visiones muy distintas del futuro de la humanidad compiten para conquistar a los ciudadanos de todo el mundo. Dos relatos diferentes sobre quiénes somos y quiénes debemos ser”[8].
En efecto, Sr. Obama, hay dos imaginarios hoy y aquí, en este mundo, porque el neoliberalismo tal y como lo conocimos durante varias décadas está mostrando signos de agotamiento.
En esta narrativa bífida el asunto de fondo está en que no se puede fortalecer la democracia y mantener las políticas neoliberales: más tarde o más temprano el Estado acaba por liquidarse (Bauman[9]) y se abre el espacio más propicio para el despotismo.
Del otro lado, está claro que los intentos de construir una democracia post neoliberal están obligados a respetar los fundamentos de las economías de mercado; respetar las libertades de expresión y manifestación; la separación de poderes; a gobernar con transparencia y, ahora sabemos lo importante que resulta, a combatir la corrupción.
Y, sin embargo, volver atrás para repetir los esquemas fallidos de la ortodoxia neoliberal se antoja una posibilidad tanto o más remota. El mundo está cambiando: Brasil ha caído, quién sabe por cuánto tiempo. Pero los tiranos también cometen errores y son absolutamente inmorales y corruptos. Y, si observamos la situación en Estados Unidos, las elecciones del 4 de noviembre demostrarían que, con frecuencia, se desgatan rápidamente.  No hay pues, en estos momentos, nada que pueda indicarnos que la historia se ha inclinado claramente por alguno de las dos opciones. Mal haríamos en confiar ciegamente en el nuevo gobierno, peor sería creer que no nos queda otra opción más que las dictaduras, sean de los mercados, de los gobernantes en turno, o de ambos.
saulescobar.blogspot.com










[1] El término fue empleado por Fareed Zakaria desde 1997 en un artículo publicado en la revista  Foreign Affairs,  "The Rise of Illiberal Democracy".  Hay una traducción al español: “El surgimiento de la democracia iliberal” en una edición del BID y el Gobierno de Ecuador.
[2] “Illiberal Democracy or Undemocratic Liberalism?” (Project Syndicate, Junio 6, 2016).
[3] Para usar el término de Stglitz, J., en su libro, El malestar en la globalización. Ed. Taurus, Madrid, 2002.
[4] En su texto, Zakaria se refería a los gobiernos despóticos latinoamericanos de finales de los noventa, como el de Menen en Argentina y Fujimori en Perú. En los últimos años, las democracias no liberales han acentuado sus rasgos autoritarios ostentando, sin pudor, ideologías y políticas que expresamente niegan los derechos humanos. Su perfil los acerca más bien a lo que podría caracterizarse como tiranías, con rasgos semi fascistas.   
[5] Victor Orbán, primer ministro de Hungría; Sebastían Kurz, canciller de Austria; Mateo Salvini vicepresidente del gobierno de Italia; y Jarsolaw Kaczynski considerado líder en la sombra del gobierno polaco.
[6] La lista incluye entre otros, el derecho al trabajo, el derecho a la salud, el derecho a la educación y el derecho a un nivel de vida adecuado, que deben ser reconocidos por los Estados y exigibles por los ciudadanos.
[7] Algunos de estos gobiernos propugnan un proteccionismo económico que ha tomado diversas variantes. En el gobierno de Trump, un proteccionismo comercial que no afecta la movilidad de los capitales financieros. En otros casos, como el Brexit, apoyado fundamentalmente por los grupos políticos del Partido Conservador, se trataba de un proteccionismo frente al gobierno de la Unión Europea.
[8] The Nelson Mandela Lecture. Barack Obama en Johannesburgo, Sudáfrica, en el Centenario del aniversario del nacimiento de Nelson Mandela, Julio 17, 2018.

[9] Ver, entre otros, Bauman, Zygmunt. Modernidad líquida. Buenos Aires. Fondo de Cultura Económica. 1999. Dani Rodrik, profesor de la Universidad de Harvard propuso la tesis que, dicha en unas cuantas palabras, sostiene que la democracia, la soberanía de los estados nacionales y la integración económica global son incompatibles. Se pueden combinar dos de estos elementos, pero no se pueden tener los tres plena y simultáneamente. “The inescapable trilemma of the world economy”, disponible en: http://rodrik.typepad.com.




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