La caravana de todos
Saúl Escobar Toledo
La migración sigue siendo, en este siglo XXI, un problema
que ni los gobiernos ni las sociedades han aprendido a resolver. Sabido es, o
debería serlo, que todos somos multirraciales y por lo tanto descendientes de
migrantes. Sin embargo, a partir de la
Gran Recesión que azotó al mundo hace diez años, los flujos de personas que
transitan de un país a otro por razones humanitarias se han convertido, todavía
más que en el pasado inmediato, en pieza de cambio, pretexto, o señal de alarma
que se utiliza para beneficio político. Pero
también es cierto que esto es así porque hay sectores de la sociedad que creen
que aquellas personas que llegan a instalarse en su país, su ciudad, su barrio,
provenientes de otras latitudes, son extraños que representan un peligro. Se
crean prejuicios según los cuales unos tienen fama de ladrones, otros de
terroristas y aquellos de mal vivientes. En todo caso, vienen a quitarnos
nuestros trabajos, nuestros beneficios, nuestra seguridad.
La caravana de migrantes centroamericanos, principalmente
hondureños, que hoy recorren el territorio nacional para dirigirse a Estados
Unidos ha puesto en jaque a Peña Nieto y éste no ha sabido atender la
emergencia correctamente. Primero optó
por la represión, tratando de contener por la fuerza su entrada a territorio
nacional, y ahora parece acompañarla bajo amenazas, sin saber bien a bien que
hará en los próximos días.
El gobierno mexicano intentó detenerlos, no tanto por
razones legales, sino sobre todo para seguir cumpliendo su papel de guardián fronterizo
y así impedir su recorrido hacia el norte. De hecho, se han expulsado en los
últimos años más centroamericanos de nuestro territorio que del suelo
estadounidense según diversas fuentes oficiales. Es una estrategia insostenible
que da pie a constantes agresiones e infamias de todo tipo.
El presidente Trump, por su parte, ha aprovechado este
acontecimiento con fines electorales, ante la proximidad de los comicios de
noviembre y la posibilidad de perder la mayoría en una o ambas cámaras del
Congreso. No ha dudado en calificar a los marchistas de delincuentes, ni de
culpar a sus rivales, los demócratas, de ser los verdaderos instigadores y
organizadores de la caravana.
Sin embargo, todos los testimonios a la mano, recogidos de
la prensa internacional y de las organizaciones humanitarias, coinciden en que
estamos frente a una movilización genuina que en unos días logró reunir a miles
de personas para enfrentar los malos tratos que reciben en nuestro territorio y
debido a las condiciones cada vez más graves que ocurren en sus países:
violencia, desempleo, hambre y miedo. Éste es el caso, sin duda y especialmente
de Honduras donde existe una situación caótica, bajo un presidente rapaz y
extremadamente represivo, impuesto a toda costa por Estados Unidos (recordemos
el fraude electoral del año pasado).
De esta manera, la marcha que en estos momentos recorre
Chiapas plantea un reto inmediato que sólo podrá resolverse con medidas de
largo plazo. El flujo de personas provenientes de esos países va a continuar,
pase lo que pase con esta marcha. Por ello, tocará a la administración de López
Obrador definir un conjunto de políticas, indispensables para enfrentar
distintos problemas.
En primer lugar, el respeto a los derechos humanos. Se
tienen que reconocer que las causas de la migración son reales y por lo tanto
atendibles. Y por lo tanto encontrar soluciones que de manera ordenada y bajo
supervisión de las autoridades locales y de instancias internacionales, pueda
proporcionarles oportunidades de estancia, tránsito, trabajo y apoyos básicos
para cuidar su salud y su integridad física.
En segundo lugar, la migración forzada de mexicanos y centroamericanos
ha sido motivo, desde hace años, de una tensión cada vez más aguda con el
gobierno de Estados Unidos. Trátese de demócratas o republicanos, lo cierto es
que las deportaciones masivas, la persecución, los malos tratos y el
encubrimiento de la explotación laboral han sido permanentes. Es indudable que
con Trump el discurso y las amenazas se han endurecido hasta convertirse en un
motivo de discordia sin precedentes. Es posible que la situación pudiera
cambiar si los próximos comicios en aquel país alteran el dominio absoluto de
los republicanos, pero no hay que esperar demasiado. Por ello, se requerirá una
posición firme que deje atrás la obediencia casi absoluta y se proponga poner
en práctica un nuevo trato con los migrantes que vienen del sur. Ello tendrá
que ser así, igualmente, en el caso de nuestros compatriotas que seguirán
viajando hacia tierras estadounidenses. Si ello sucede, la confrontación será
inevitable y habrá que pensar en un nuevo enfoque diplomático con nuestros
vecinos del norte y del sur.
Dentro de México, adoptar una política humanitaria hacia los
migrantes tendrá resistencias y costos políticos. No faltarán,
desgraciadamente, campañas de odio y racismo. Y de ahí podrían desprenderse
hechos de violencia. Pero todo esto se puede prevenir si se actúa con
prontitud, con autoridades y agentes honestos y entrenados para atender a una
población extremadamente vulnerable y fácil de caer presa, como hasta ahora, de
chantajes y abusos. También tendrá que emprender una campaña que fortalezca la
solidaridad y la empatía con los migrantes. Seguramente se requerirán recursos
públicos, ya muy escasos en el presupuesto del próximo año, pero probablemente
de una cuantía manejable si se administran con rectitud y destreza.
Afortunadamente, un gran parte de la sociedad mantendrá una
actitud positiva. Procurará, sin duda, mostrar su solidaridad y apoyo.
Resistirá la tentación de verlos como invasores no deseados y los recibirán
como lo que son: parte de nuestra historia y nuestra cultura mesoamericana.
En resumen, la caravana de migrantes que hoy nos ocupa hará
sonar muchas alarmas. Esperemos que se resuelva correctamente, poniendo en
primer lugar los valores humanitarios. Pero habrá en el futuro otras expediciones
más pequeñas o más grandes y un flujo de personas imparable que seguirán transitando
por nuestro territorio huyendo de la inseguridad y la pobreza.
Étienne Balibar, el filósofo francés, muy conocido hace unas
décadas por sus estudios sobre marxismo, ha publicado un breve ensayo traducido
al español en El País que propone una revisión del derecho internacional para
detener esta catástrofe cotidiana, la criminalización de los migrantes, que se
presenta en varios lugares del mundo incluyendo Europa. Sugiere el
reconocimiento de un nuevo derecho, el derecho de acogida a todas las personas errantes,
como cree que deben ser calificadas. Ello significaría que la libre circulación
de personas se convierta en un derecho inalienable que exija a los Estados
poner los menores obstáculos posibles. Aplicar el concepto liberal de dejar
hacer, dejar pasar, no sólo a las mercancías y a los capitales sino también a
los seres humanos. Pero ello deberá ir acompañado de la obligación de los
Estados soberanos de garantizar la dignidad y seguridad de las personas.
Derecho que debe prevalecer en todo momento incluso frente a leyes y
reglamentos de los Estados. Debe entonces quedar establecida la prohibición del
rechazo o la expulsión de los migrantes; su maltrato; las listas negras por
razones de país de origen, religión o raza. También las operaciones militares
que los afecten. Y no debería permitirse tampoco la negociación con terceros
países como refugios aparentemente seguros. En síntesis, no tratar a los
extranjeros como enemigos pues son en realidad una parte de la población
mundial, representativa, por su condición, de todas las desigualdades del
mundo. Una propuesta, dice Balibar, para que, al fin, humanidad rime con
igualdad. En el fondo, lo que está en cuestión es si las personas van a seguir expulsando
de su seno a otras, o si se proponen integrarlas.
Bajo esta óptica, en esta caravana marcha una parte de nosotros
mismos. Así hay que tratarla y entenderla.
saulescobar.blogspot.com
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