La economía mexicana: una situación inédita
Saúl Escobar Toledo
Los últimos indicadores de la evolución de la economía
mexicana muestran una combinación que no habíamos visto en los últimos tiempos
y probablemente en la historia reciente del país. Por un lado, un estancamiento
de la producción y una muy débil creación de empleos, aunque el crecimiento de
los puestos de trabajo formales (registrados en el IMSS) sea mayor al del
producto (PIB), una situación que no es nueva y viene presentándose desde
alrededor de 2010. Por otra, una inflación controlada (con una baja en la
primera quincena de agosto) y anualizada en 3.3%. Pero, al mismo tiempo, un
aumento de los salarios mínimos y contractuales, sobre todo de los primeros y
en mucho menor medida de los segundos; un aumento real y por tanto superior al
de las últimas décadas. En 2018, entre enero y junio éstos tuvieron cifras
negativas a diferencia de lo que sucedió en ese mismo lapso de 2019. Consecuentemente el comercio minorista aumentó
poco más de dos puntos porcentuales.
En pocas palabras, a pesar de que la economía no crece, lo
han hecho los salarios y el poder de compra de muchos mexicanos. Lo que habíamos
visto en los últimos años era un esquema distinto: el producto crecía también lentamente, los empleos
todavía más, y una inflación controlada,
pero con una disminución de los salrios (mínimos y contractuales).
La caída en la producción desde luego es el hecho más
significativo y preocupante: la industrial cayó 2.9% en el segundo trimestre,
acumulando nueve meses de retrocesos, mientras que los servicios, que aportan
más del 60% del PIB, probablemente por el aumento de la demanda interna, crecieron
un poco. La industria de la construcción ha sido la más afectada con una caída
de casi 3%.
La diferencia fundamental entre el pasado y el presente
parece estar recayendo en la política salarial, tanto en el aumento al mínimo,
que tuvo un alza sin precedentes en las últimas décadas, como en los
contractuales. El crecimiento de estos últimos ha sido muy moderado, pero se advierte
una política distinta. El gobierno y, en particular las autoridades del trabajo
no están interviniendo para que las revisiones se den al parejo de la tasa de inflación
esperada. Ya no hay interés en ponerle topes a los salarios.
Repartir mejor el pastel, aunque éste no crezca, podría verse
como un escenario aceptable. El problema es que esta situación no puede durar
mucho tiempo. En el corto plazo, el estancamiento de la producción va a
presionar al mercado laboral y la oferta de empleos, al debilitarse, hará que
los salarios se vean presionados a la baja. La posibilidad de un repunte de la
demanda por el aumento del consumo interno se ve muy complicaa pues el aumento
de los ingresos laborales es todavía pequeño, de alrededor de uno o dos puntos
porcentuales. A ello hay que agregar las dificultades que ha habido en el
ejercicio del gasto, en particular, las transferencias monetarias de los
programas sociales.
Un cambio sustancial del esquema de crecimiento requiere una
política de inversiones públicas cuantiosa.
Por ejemplo, para recuperar la industria petrolera y lograr que la
producción de crudo y los niveles de exportación se eleven, al mismo tiempo que
mejora la producción de gasolinas y refinados. Igualmente, es necesario detonar
otras obras de infraestructura que mejoren las comunicaciones y la red de
servicios de salud, sobre todo en las zonas más rezagadas del país. Pero la
inversión pública, por su propia naturaleza, tendrá efectos en el largo plazo.
La demanda externa, la exportación, ha sido el motor de la
economía mexicana desde los años noventa. A tal punto que el ciclo económico del
país se alineó al de Estados Unidos.
Sin embargo, el panorama mundial, según diversos analistas,
es sombrío. Un reportaje de la AP (Associated Press) lo describe así: fábricas
con baja producción, negocios paralizados, el crecimiento global que vacila y
las dos economías más poderosas del mundo enfrentadas en una guerra comercial.
Hace apenas un año, las grandes economías gozaban de un período inusual de
prosperidad compartida, pero ahora la globalización parece estar al borde de
caer en una grieta similar a la que precipitó la crisis financiera de 2007.
El enfrentamiento entre Estados Unidos y China y el temor a
que el ciclo económico muestre tendencias hacia la recesión, está provocando un
nerviosismo general. La Europa de la
zona euro está registrando un crecimiento de apenas 1% y Alemania la gran
potencia económica de esta región contrajo su producción en 0.1%. A ello hay
que agregar los problemas del BREXIT.
La palabra más usual para definir la situación mundial es incertidumbre.
Analistas, instituciones y empresarios la dicen todo el tiempo. En parte tienen
razón pues no se sabe qué pude pasar con las estrategias proteccionistas de
Trump o cuál será la decisión que vayan a tomar los gobernantes del Reino Unido
y los dirigentes de la Unión Europea por su diferendo. Las alarmas también están sonando debido a
que la calidad del crecimiento en Estados Unidos y Europa ha sido mala. Los problemas
de la recesión de 2008 no se han resuelto y en cierto sentido se han agravado.
Los instrumentos de política económica están casi agotados (sobre todo en
materia de política monetaria) y no se avizoran soluciones nuevas ni en la
mente ni en la voluntad de quienes toman las principales decisiones en la
conducción de la economía en esas regiones del mundo.
Esa misma palabra, incertidumbre, se ha aplicado retiradamente
para describir la situación en México. Pero aquí se mezclan con razones de
política interna. Según algunos voceros
de los organismos empresariales, la incertidumbre proviene de que se haya cancelado el aeropuerto de Texcoco. Lo
que suena más bien a una estrategia de presión para lograr ventajas.
Si el gobierno pudiera desatar para el próximo año (mediante
una reforma fiscal o cualquier otro medio) una cantidad de recursos suficientes
para estimular el crecimiento mediante inversiones bien planeadas y ejecutadas
es probable que nuestra incertidumbre interna pasaría a un segundo plano.
El frente externo es el que realmente puede convertirse en el
problema más difícil de resolver. Las relaciones con Estados Unidos enfrentan
diversos problemas conectados desgraciadamente con la campaña por la reelección
de Donald Trump. Tenemos en esta agenda principalmente la aprobación del T-MEC
(el Acuerdo comercial trilateral), el tema de la migración, y las políticas
proteccionistas que afectan directamente al país. En el primer caso, nadie pude
asegurar que el voto aprobatorio en el Congreso de EU esté asegurado. O que
éste se lleve a cabo de inmediato. Y
aunque el tema migratorio parece estar en un impasse, el hecho de que Trump lo
haya ligado a sanciones comerciales lo convierte en un tema que abona a la
incertidumbre.
Así que la suma de incertidumbre, internas y externas, puede
convertirse en un factor real que impida el crecimiento de México para éste y
el próximo o próximos años.
Por ello, las medidas que puedan tomarse ahora, en estos
meses, cuando la recesión aún no se ha presentado, serán vitales: la definición
de un presupuesto más expansivo y un ajuste de las prioridades del gasto
público para detectar fallas, desperdicios y retrasos. En pocas palabras, una
revisión profunda de la estrategia económica que rescate los componentes esenciales
que la animaron desde el principio: una mejor redistribución del ingreso
mediante una política salarial más flexible y progresista; fomento al empleo;
recursos a programas sociales esenciales, sobre todo en educación y salud. Revisar metas, evaluar los instrumentos y cambiar
lo que sea necesario. Antes de que la incertidumbre se convierta en hechos
consumados.
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