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miércoles, 26 de febrero de 2020

La CTM: la disputa por la historia


La CTM: la disputa por la historia
Saúl Escobar Toledo

El domingo pasado, el presidente de la república acudió a un acto masivo en la Ciudad de México en ocasión del 84 aniversario de la fundación de la CTM. En los discursos tanto del secretario general de esa organización como del primer mandatario se hicieron varias referencias a la historia y en particular al presidente Lázaro Cárdenas.
Quizás muchos lectores de El Sur no recuerden con precisión los hechos de aquel entonces y no comprendan cabalmente la relación del mandatario michoacano que gobernó el país entre 1934 y 1940 con la lucha sindical. Vale la pena entonces recordar que la Confederación de Trabajadores de México (CTM) fue en realidad el momento culminante de un proceso de unificación que se había iniciado varios años antes. Diversas organizaciones jugaron un papel muy importante en este proceso. En primer lugar, la Confederación Sindical Unitaria de México (CSUM), una agrupación fundada por activistas sindicales, miembros del Partido Comunista, que logró reunir a un número significativo de sindicatos a fines de los años veinte. Poco tiempo después, surgiría la Confederación General del Obreros y Campesinos (CGOCM) dirigida por Vicente Lombardo Toledano. El movimiento sindical iniciaba una profunda reorganización después de varios años de sufrir el control hegemónico de la CROM (Confederación Regional de Obreros Mexicanos), organización que, con el apoyo del gobierno callista (1924-1928), había logrado desplazar a otras corrientes obreras por medio de la violencia y la ayuda oficial. Recordemos que su principal líder, Morones, había sido Secretario de Industria, Comercio y Trabajo.
Tanto la CSUM como la CGOM, junto con los nacientes sindicatos de industria como los ferrocarrileros, se propusieron la formación de un movimiento obrero independiente ajeno a “toda colaboración y sometimiento al Estado”. Durante los primeros años de la década de los treinta, se llevaron a cabo paros y manifestaciones para lograr el reconocimiento de los contratos colectivos. Así, por ejemplo, en 1934, antes de las elecciones presidenciales, se organizaron dos huelgas generales.
Cuando el general Cárdenas tomo posesión de su cargo, el sindicalismo se había convertido en “la fuerza política y social más importante del país”, según algunos historiadores. El presidente, por su parte, decidió acercarse al movimiento desde el principio de su administración. En 1935, cuando se produjo la ruptura con Calles, las organizaciones obreras decidieron apresurar su unificación. La CGOCM, la CSUM, los sindicatos nacionales de industria más importantes, ferrocarrileros, mineros y electricistas, entre otros, firmaron un pacto de unidad que dio lugar a la creación del Comité de Defensa Proletaria. Las huelgas se multiplicaron a fines de ese año y principios de 1936 abarcando diversas ramas industriales de gran importancia económica. Destacó, en ese momento, el caso de Vidriera Monterrey pues ante las quejas patronales, Cárdenas defendió sin ambigüedades a los trabajadores e incluso la participación de los comunistas en el conflicto y condenó severamente las amenazas de los empresarios regiomontanos.
En estas condiciones, a fines de febrero de 1936 se llevó a cabo al Congreso Nacional de Unificación Obrera y Campesina, convocado por el CNDP, del que surgiría la CTM. Según algunas fuentes, se logró reunir a representantes de 2 800 sindicatos tanto los más pequeños como los grandes sindicatos nacionales de industria recién creados. Una fuerza muy considerable.
El Congreso de 1936 culminó aprobando una resolución en la que se reiteraba la independencia de la organización respecto del poder público y se llamaba a la unidad con el movimiento campesino.  El objetivo, afirmaron, era la formación de un Frente Popular Antiimperialista para luchar por la “emancipación y la verdadera autonomía de la nación mexicana”.
La creación de la CTM dio un mayor impulso a la movilización de los trabajadores. Varias huelgas estallaron.  Una de las más importantes fue la ferrocarrilera que tuvo lugar en mayo. Menos de un mes después ocurrió la huelga de los electricistas que se prolongaría por diez días paralizando la mayoría de las actividades económicas de la Ciudad de México y algunas otras regiones cercanas. En noviembre, el recién constituido sindicato nacional petrolero emplazó a huelga por firma de contrato colectivo. La huelga estallaría en mayo de 1937 y, como se sabe, se resolvería en marzo de 1938 con la expropiación petrolera decretada por el presidente Cárdenas.
Valga este recuento histórico para subrayar que la CTM no fue resultado de una decisión de gobierno, aunque las políticas impulsadas por el mandatario crearon un ambiente favorable para ello. Dicha organización fue posible gracias a una estrategia de movilización desatada con plena independencia del poder público y del partido en el poder (el flamante PNR). Fue, por ello, una de las etapas históricas más sobresalientes del movimiento obrero mexicano.
Después, las cosas cambiaron y en los años cuarenta tanto los comunistas como el propio Lombardo Toledano y otros dirigentes fueron echados o salieron de la CTM. Un grupo, encabezado, entre otros, por Fidel Velázquez, se apropió de la central y decidió convertirse en aliada del gobierno para combatir a las otras corrientes sindicales. Bajo esa dirigencia y con esas estrategias, la CTM se corrompió y se creó un sistema corporativo muy autoritario.
La CTM que en estos días celebró su aniversario, hace mucho que ha dejado de ser una organización combativa e independiente; tampoco es ya, desde hace décadas, la central favorita del gobierno en turno. Se ha convertido en una administradora de contratos de protección con una afiliación dudosa: seguramente muchos trabajadores forman parte de los sindicatos de la CTM sólo en el papel y ni siquiera saben que pertenecen a esas organizaciones.
Muchas de estas cosas, la participación de los comunistas, el liderazgo de Lombardo, la represión contra la oposición sindical, el corporativismo y la simulación de los contratos colectivos, no salieron a relucir en los discursos del domingo pasado. Era de esperarse, ya que forman parte del pasado vergonzoso que explica la sobrevivencia   de los lideres cetemistas de hoy.
 El presidente López Obrador planteó en dicho acto una agenda laboral que incluyó el fortalecimiento del IMSS, un cambio en las políticas a cargo del INFONAVIT y, lo más destacado, una revisión del sistema de pensiones. A esos puntos habría que agregar otros: el tema de la subcontratación; el sostenimiento de una política salarial progresiva; y la implementación de las reformas a la ley para hacer realidad la democracia sindical y la contratación colectiva.
Puede entenderse la presencia del primer mandatario en el aniversario de la CTM de diversas maneras. Quizás considera que no queda sino arar con los bueyes que hay, no con los que uno quisiera, para echar a andar, con el consenso institucional de las organizaciones patronales y sindicales, nuevas reformas a la ley y políticas distintas en beneficio de los obreros. La agenda laboral, como pude verse, es de una gran relevancia. Ya veremos si la CTM se convierte en un lastre o apoya estos cambios. Y, sobre todo, si pasa la prueba de la democracia bajo las reglas legales apenas aprobadas el año pasado.
Pero la presencia del general Cárdenas en los discursos y la apelación a su legado, nos deben hacer reflexionar sobre ese momento histórico. Una de las cuestiones más relevantes para nuestro presente consistiría en reconocer que un gobierno dispuesto a cambiar al país debe contar con el acompañamiento de las agrupaciones sociales, y que éstas deben mantener su independencia y su propia iniciativa. Tratar de controlarlas o condicionar su participación, sólo puede hacerse por medio de la fuerza, la corrupción y el autoritarismo. La historia de la CTM es un buen ejemplo.

miércoles, 12 de febrero de 2020

Financiarización


Financiarización          

Saúl Escobar Toledo
 

Bajo esta palabra, difícil de pronunciar en español, se ha traducido el término en inglés “financialization” que alude al poder de los mercados financieros en el mundo, el cual ha crecido verticalmente en las últimas décadas. En la actualidad, estos mercados y sus diversos instrumentos, algunos muy complejos en cualquier idioma (derivados, hedge funds) han tomado una mayor importancia a tal punto que las empresas productivas dedican buena parte de su capital a la especulación financiera en lugar de invertir en nuevas tecnologías, mejores equipos o la contratación de nuevos empleados.
Sorprende que el volumen de capitales que circula por todo el mundo represente varias veces el valor de las transacciones comerciales de mercancías, lo que también indica el alto grado de fianciarización.
Distinguidos economistas (ver por ejemplo J.M. Sundaram en ips.news.net) han coincidido en que la financiarización ha empeorado la desigualdad a través de varios canales, incluidas las políticas macroeconómicas. Tal cosa se puede observar claramente en los países de la OCDE (incluyendo a México): ahora hay una mayor desigualdad de ingresos debido a un marcado estancamiento en los salarios reales.
El problema se ha dado tanto en los países de altos ingresos como en las regiones menos desarrolladas. La financiarización en los países ricos ha transformado la vida cotidiana de mucha gente con más y más novedosos productos  financieros. Algunos de ellos se han vuelto indispensables para hacer frente a las incertidumbres futuras y el deterioro actual de sus ingresos familiares, carencias que ya no son mitigadas por el viejo estado de bienestar.
Aunque la financiarización es menos pronunciada en los países en desarrollo, muchas familias tienen que recurrir a créditos, hipotecas, seguros médicos y de vida, fondos de pensiones, todos ellos ofrecidos por instituciones privadas. Instrumentos que, en muchos casos son muy onerosos y pueden debilitar en lugar de fortalecer su nivel de vida presente y futuro.
En todo el mundo, los mercados financieros   aumentan la desigualdad a través de una mayor concentración de riqueza. Las personas más acaudaladas cuentan con servicios y atenciones especializadas que les permiten el acceso a información y productos de alto rendimiento, aunque muy riesgosos.
La banca privada dedica sus mejores administradores para atender a los clientes más ricos, ofreciendo ganancias de dos dígitos, mientras que la gran mayoría de los depositantes tienen que aceptar tasas de interés muy moderadas bajo esquemas muy comunes (cuentas maestras).

Además, las corporaciones y las personas adineradas utilizan frecuentemente estas ventajas exclusivas para evadir impuestos. Los paraísos o refugios fiscales han crecido notablemente debido a la extensión, sin control, de los mercados financieros con el apoyo de instituciones que gozan de gran prestigio mundial.
Las grandes ganancias de los bancos y las instituciones financiera dieron lugar a una elite o tecnocracia financiera que se enriqueció desaforadamente gracias a la especulación con los dineros de sus clientes. El escándalo fue tal, sobre todo a partir de la crisis mundial de 2008, que varias películas, videos y libros se han publicado sobre este asunto.
Frente a este proceso de financiarización, las instituciones, gobiernos y organismos multilaterales como el FMI y el Banco Mundial han propuesto la inclusión financiera. Sin embargo, muchas veces no toman en cuenta la falta de información de las personas frente a la existencia de instrumentos cada vez más complejos. Consideran, erróneamente, que algunas normas regulatorias y la "alfabetización financiera" pueden lograr prácticas menos depredadoras.
Algunos esquemas se han elaborado para llegar a los "no bancarizados", por ejemplo, a través de servicios de microfinanzas, con innovación tecnológica (Fintech). Tales innovaciones han tenido consecuencias distributivas mixtas. En algunos casos las nuevas tecnologías sólo han servido para aumentar las ganancias de los inversionistas a expensas de clientes poco informados. Pero en otros, las innovaciones han ayudado a personas de bajos recursos.
Así, una investigación en curso, a cargo de la Universidad de Hamburgo, Alemania, está indagando sobre los beneficios reales de la inclusión financiera en el mercado de la vivienda en México en sectores de la población de bajos ingresos que no tienen acceso a créditos públicos (INFONAVIT o FOVISSSTE) ni privados, por medio de sistemas de microcréditos. Hasta ahora han comprobado estos resultados mixtos: algunas personas pueden salir beneficiados y otras simplemente se han endeudado más sin resolver sus problemas. La diferencia está en la capacidad de organización de los sujetos de crédito. Un mayor poder de negociación puede aportar mayores beneficios para un número más amplio de personas, o al menos impedir que caigan en las redes de agiotistas o en planes crediticios que los atan por casi toda su vida.
Más allá de este tipo de servicios, todavía excepcionales, lo cierto es que la financiarización se ha traducido principalmente en la intensidad de los flujos de capitales a nivel internacional. Algunos economistas se han mostrado preocupados pues consideran que, aunque la mayoría de los principios del consenso neoliberal (privatización, desregulación, integración comercial, inmigración, disciplina fiscal y la primacía del crecimiento sobre la distribución) están siendo cuestionados, no ha sucedido lo mismo con la globalización financiera.
Estos críticos (ver por ejemplo D. Rodrik en Project-syndicate.org) han advertido que, especialmente los flujos de dinero caliente sin restricciones (inversiones de corto plazo en activos financieros como acciones y fondos de inversión), agrava la inestabilidad macroeconómica, crea las condiciones para las crisis financieras y frena el crecimiento a largo plazo al hacer que las ramas económicas productivas sea menos competitivas.
Si bien el Fondo Monetario Internacional ha comenzado a permitir ciertas medidas de control de los flujos de capital, aunque sólo como un último recurso temporal para resistir las oleadas cíclicas, el dogma de la globalización financiera permanece intacto. Una razón, tal vez, es que la economía del desarrollo no ha cambiado algunas tesis que atribuyen el atraso de estos países  a la falta de ahorro interno. La consecuencia de este postulado   es que las economías en desarrollo y emergentes están obligadas a atraer recursos del exterior, incluyendo capital privado extranjero especulativo.
Más allá de la ortodoxia teórica, la resistencia a imponer controles a los flujos de capital transfronterizos obedece al poder de los inversionistas. Las élites más acaudaladas, especialmente en América Latina, son firmes defensores de la globalización financiera porque lo han visto como una ruta de escape útil para conservar su riqueza. Por su parte, los administradores de las corporaciones financieras mundiales elaboraron un discurso que equiparó los controles de capital con una expropiación, de tal manera que los gobiernos no han querido ser acusados de violar los sagrados derechos de propiedad.
Recientemente, las restricciones a los flujos financieros han sido menos censuradas, por ejemplo, en el caso de Argentina a finales del año pasado.  No obstante, en el contexto actual de crecimiento anémico crónico y tasas de interés a largo plazo persistentemente bajas, o incluso negativas, en las economías avanzadas, existe el peligro de que los países en desarrollo se vean tentados a buscar un mayor endeudamiento externo. Ese camino puede conducir a una mayor volatilidad, crisis más frecuentes y menos dinamismo económico general.
La crítica al neoliberalismo debe incluir un examen más riguroso de la financiarización, incluyendo la necesidad de aplicar controles de capitales, sobre todo si, como en la actualidad, priva una incertidumbre general y los flujos cambian súbitamente de dirección. México debe tomar en cuenta seriamente este problema y tomar las debidas previsiones. 

saulescobar.blogspot.com