Financiarización
Saúl Escobar
Toledo
Bajo esta
palabra, difícil de pronunciar en español, se ha traducido el término en inglés
“financialization” que alude al poder de los mercados financieros en el mundo,
el cual ha crecido verticalmente en las últimas décadas. En la actualidad, estos
mercados y sus diversos instrumentos, algunos muy complejos en cualquier idioma
(derivados, hedge funds) han tomado una mayor importancia a tal punto que las
empresas productivas dedican buena parte de su capital a la especulación
financiera en lugar de invertir en nuevas tecnologías, mejores equipos o la
contratación de nuevos empleados.
Sorprende que el
volumen de capitales que circula por todo el mundo represente varias veces el
valor de las transacciones comerciales de mercancías, lo que también indica el
alto grado de fianciarización.
Distinguidos economistas (ver por
ejemplo J.M. Sundaram en ips.news.net) han coincidido en que la
financiarización ha empeorado la desigualdad a través de varios canales,
incluidas las políticas macroeconómicas. Tal cosa se puede observar claramente
en los países de la OCDE (incluyendo a México): ahora hay una mayor desigualdad
de ingresos debido a un marcado estancamiento en los salarios reales.
El problema se ha dado tanto en
los países de altos ingresos como en las regiones menos desarrolladas. La
financiarización en los países ricos ha transformado la vida cotidiana de mucha
gente con más y más novedosos productos financieros. Algunos de ellos se han vuelto indispensables
para hacer frente a las incertidumbres futuras y el deterioro actual de sus
ingresos familiares, carencias que ya no son mitigadas por el viejo estado de
bienestar.
Aunque la financiarización es
menos pronunciada en los países en desarrollo, muchas familias tienen que
recurrir a créditos, hipotecas, seguros médicos y de vida, fondos de pensiones,
todos ellos ofrecidos por instituciones privadas. Instrumentos que, en muchos
casos son muy onerosos y pueden debilitar en lugar de fortalecer su nivel de
vida presente y futuro.
En todo el mundo, los mercados
financieros aumentan la desigualdad a
través de una mayor concentración de riqueza. Las personas más acaudaladas
cuentan con servicios y atenciones especializadas que les permiten el acceso a
información y productos de alto rendimiento, aunque muy riesgosos.
La banca privada dedica sus mejores
administradores para atender a los clientes más ricos, ofreciendo ganancias de
dos dígitos, mientras que la gran mayoría de los depositantes tienen que
aceptar tasas de interés muy moderadas bajo esquemas muy comunes (cuentas
maestras).
Además, las corporaciones y las
personas adineradas utilizan frecuentemente estas ventajas exclusivas para
evadir impuestos. Los paraísos o refugios fiscales han crecido notablemente
debido a la extensión, sin control, de los mercados financieros con el apoyo de
instituciones que gozan de gran prestigio mundial.
Las grandes ganancias de los
bancos y las instituciones financiera dieron lugar a una elite o tecnocracia
financiera que se enriqueció desaforadamente gracias a la especulación con los
dineros de sus clientes. El escándalo fue tal, sobre todo a partir de la crisis
mundial de 2008, que varias películas, videos y libros se han publicado sobre este
asunto.
Frente a este proceso de
financiarización, las instituciones, gobiernos y organismos multilaterales como
el FMI y el Banco Mundial han propuesto la inclusión financiera. Sin embargo, muchas
veces no toman en cuenta la falta de información de las personas frente a la
existencia de instrumentos cada vez más complejos. Consideran, erróneamente,
que algunas normas regulatorias y la "alfabetización financiera" pueden
lograr prácticas menos depredadoras.
Algunos esquemas se han elaborado
para llegar a los "no bancarizados", por ejemplo, a través de servicios
de microfinanzas, con innovación tecnológica (Fintech). Tales innovaciones han
tenido consecuencias distributivas mixtas. En algunos casos las nuevas
tecnologías sólo han servido para aumentar las ganancias de los inversionistas a
expensas de clientes poco informados. Pero en otros, las innovaciones han
ayudado a personas de bajos recursos.
Así, una investigación en curso, a
cargo de la Universidad de Hamburgo, Alemania, está indagando sobre los
beneficios reales de la inclusión financiera en el mercado de la vivienda en
México en sectores de la población de bajos ingresos que no tienen acceso a
créditos públicos (INFONAVIT o FOVISSSTE) ni privados, por medio de sistemas de
microcréditos. Hasta ahora han comprobado estos resultados mixtos: algunas
personas pueden salir beneficiados y otras simplemente se han endeudado más sin
resolver sus problemas. La diferencia está en la capacidad de organización de
los sujetos de crédito. Un mayor poder de negociación puede aportar mayores
beneficios para un número más amplio de personas, o al menos impedir que caigan
en las redes de agiotistas o en planes crediticios que los atan por casi toda
su vida.
Más allá de este tipo de
servicios, todavía excepcionales, lo cierto es que la financiarización se ha
traducido principalmente en la intensidad de los flujos de capitales a nivel
internacional. Algunos economistas se han mostrado preocupados pues consideran
que, aunque la mayoría de los principios del consenso neoliberal
(privatización, desregulación, integración comercial, inmigración, disciplina
fiscal y la primacía del crecimiento sobre la distribución) están siendo
cuestionados, no ha sucedido lo mismo con la globalización financiera.
Estos críticos (ver por ejemplo
D. Rodrik en Project-syndicate.org) han advertido que, especialmente los flujos
de dinero caliente sin restricciones (inversiones de corto plazo en activos
financieros como acciones y fondos de inversión), agrava la inestabilidad
macroeconómica, crea las condiciones para las crisis financieras y frena el
crecimiento a largo plazo al hacer que las ramas económicas productivas sea
menos competitivas.
Si bien el Fondo Monetario Internacional
ha comenzado a permitir ciertas medidas de control de los flujos de capital,
aunque sólo como un último recurso temporal para resistir las oleadas cíclicas,
el dogma de la globalización financiera permanece intacto. Una razón, tal vez,
es que la economía del desarrollo no ha cambiado algunas tesis que atribuyen el
atraso de estos países a la falta de
ahorro interno. La consecuencia de este postulado es que
las economías en desarrollo y emergentes están obligadas a atraer recursos del exterior,
incluyendo capital privado extranjero especulativo.
Más allá de la ortodoxia teórica,
la resistencia a imponer controles a los flujos de capital transfronterizos
obedece al poder de los inversionistas. Las élites más acaudaladas,
especialmente en América Latina, son firmes defensores de la globalización
financiera porque lo han visto como una ruta de escape útil para conservar su
riqueza. Por su parte, los administradores de las corporaciones financieras
mundiales elaboraron un discurso que equiparó los controles de capital con una
expropiación, de tal manera que los gobiernos no han querido ser acusados de
violar los sagrados derechos de propiedad.
Recientemente, las restricciones
a los flujos financieros han sido menos censuradas, por ejemplo, en el caso de
Argentina a finales del año pasado. No
obstante, en el contexto actual de crecimiento anémico crónico y tasas de
interés a largo plazo persistentemente bajas, o incluso negativas, en las
economías avanzadas, existe el peligro de que los países en desarrollo se vean
tentados a buscar un mayor endeudamiento externo. Ese camino puede conducir a
una mayor volatilidad, crisis más frecuentes y menos dinamismo económico
general.
La crítica al neoliberalismo debe
incluir un examen más riguroso de la financiarización, incluyendo la necesidad
de aplicar controles de capitales, sobre todo si, como en la actualidad, priva
una incertidumbre general y los flujos cambian súbitamente de dirección. México
debe tomar en cuenta seriamente este problema y tomar las debidas
previsiones.
saulescobar.blogspot.com
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