Democratizar el trabajo para salvar
al planeta
Saúl Escobar Toledo
A iniciativa de un grupo de mujeres,
Isabel Ferreras, Dominique Méda y Julia Battilana, todas ellas distinguidas
profesoras de universidades como la Católica
de Lovaina en Bélgica; la de Paris-Dauphine; y la de Harvard, Estados Unidos,
ha empezado a circular en las últimas semanas
un Manifiesto por el trabajo. Dicho escrito ya fue respaldado por casi 6
mil investigadores de 700 universidades de todos los continentes y ha sido
publicado en 36 países y 27 diferentes idiomas. Entre quienes lo han apoyado se
encuentran figuras tan conocidas e influyentes como Katharina Pistor, Dani
Rodrik, y Thomas Piketty. En México, el
documento ha circulado en los medios académicos, pero no en la prensa, al alcance
de un público más amplio. Así que, hasta donde sabemos, los lectores de El Sur
serán los primeros en conocer, en forma resumida, el contenido de esta
propuesta, la cual se puede encontrar íntegramente
en el sitio : democratizingwork.org.
El Manifiesto inicia reconociendo el
trabajo de los médicos, enfermeros, repartidores de productos y encargados de las farmacias o de
los establecimientos esenciales para nuestra manutención cotidiana, pues
gracias a ellos hemos podido sobrevivir durante el periodo de confinamiento obligado
por la pandemia. Sus labores, por lo tanto, deben ser protegidas y no quedar expuestos a las leyes del mercado. De lo contrario, se
corre el riesgo de acentuar aún más las
desigualdades, sacrificando a las personas más débiles y necesitadas. Por ello -afirma la proclama- hay que democratizar
el trabajo, democratizando la empresa y, al mismo tiempo dejar de tratarlo como
una mercancía. Estas dos transformaciones estratégicas nos permitirían actuar
colectivamente para limpiar y rescatar al planeta.
Democratizar el trabajo quiere decir
combatir la idea de que las personas
trabajadoras deben ser tratadas como “recursos” cuando en realidad son la parte
constitutiva de las empresas. Los empleados casi siempre son excluidos de la
participación en el gobierno de los negocios y éste ha quedado en manos de los
accionistas, los que aportan el capital. Defender la representación de los
trabajadores en la dirección de las empresas no es un hecho nuevo ni imposible
en las economías de mercado. Comenzó después de la Segunda Guerra Mundial a
través de Comités de Empresa y diversas experiencias de cogestión. Sin embargo,
los primeros fueron demasiado débiles y las segundas insuficientes Ahora, estos
comités deben tener derechos similares a
los de las Juntas Directivas, a fin de someter al gobierno de la empresa, los
Consejos de Administración y la gerencia general, a una doble mayoría.
Se propone también desmercantilizar el trabajo. La creación de
puestos laborales en el sector de la salud y en actividades ligadas al cuidado
de personas o al suministro de equipos y materiales indispensables han estado
sometidos a la lógica de la rentabilidad. Las decenas de miles de fallecidos
nos recuerdan, penosamente, dice el escrito, que hay necesidades colectivas
estratégicas que no deberían estar regidas por el mercado.
De igual manera, el manifiesto
propone garantizar para todos un trabajo digno a través de una Garantía de Empleo
(job guarantee). Ello implica el reconocimiento del derecho al trabajo, como lo
señala el artículo 23 de la Declaración Universal de los derechos humanos (o, por
ejemplo, la Constitución de México), lo que implica la libre elección de una
actividad y sobre todo el derecho a condiciones laborales justas y satisfactorias
y a una protección contra el desempleo. Esta garantía de empleo debería ser administrada
por las comunidades y administraciones
locales para contribuir a evitar el colapso climático y garantizar un futuro
digno para todos y todas.
El Manifiesto sugiere que los estados
nacionales deben contribuir con los
recursos necesarios para impulsar este
proyecto. Proponen para ello, revisar los objetivos de los bancos
centrales, incluyendo el de la Unión Europea, de tal manera que éstos puedan
financiar estos programas. Se ofrecería, además, una solución anticíclica al
choque económico que ya se nos vino
encima por el desempleo masivo.
Finalmente, el Manifiesto llama a no
repetir los errores cometidos a raíz de la Gran Recesión de 2008 pues en esa ocasión se quiso resolver
la crisis mediante el rescate incondicional del sector financiero, aumentando
la deuda pública. Si los gobiernos vuelven hoy a intervenir en la economía es
importante que esos apoyos se condicionen cambiando la orientación estratégica
de las empresas beneficiadas. Éstas deberán cumplir normas medioambientales más
estrictas y, asimismo, implantar un gobierno democrático a su interior. Según
el Manifiesto, las empresas mejor preparadas para impulsar la transición
ecológica serán las que cuenten con administraciones en las que tanto los
inversionistas como aquellos que aportan su trabajo puedan hacer oír su voz y
decidir de común acuerdo las estrategias que se vayan a poner en práctica. Debe reconocerse que,
hasta ahora, el compromiso
capital/trabajo/planeta ha resultado siempre desfavorable a las dos últimas y sólo se ha beneficiado al primero. Algunas
cooperativas y empresas de la economía social y solidaria, que se han propuesto
como objetivos darles viabilidad financiera a sus proyectos y, al mismo tiempo,
cumplir con sus obligaciones sociales y medioambientales, han implantado
gobiernos internos más democráticos demostrando que son una opción viable.
El Manifiesto termina así: No nos hagamos ilusiones. Dejados a su
suerte, la mayor parte de quienes aportan el capital de las empresas no se preocuparán ni de la dignidad de las
personas que aportan su trabajo, ni de la lucha contra el colapso climático.
Tenemos, en cambio, otro escenario mucho más esperanzador al alcance de la
mano: democratizar la empresa y desmercantilizar el trabajo. Lo que nos
permitirá descontaminar al planeta.
Hasta aquí las tesis del Manifiesto.
Desde mi punto de vista, estas ideas forman parte de un abanico cada vez más amplio
de alternativas que han salido a la luz en las últimas semanas. Se ha extendido
la convicción de que el confinamiento no ha sido un paréntesis, un espacio de
tiempo sin consecuencias, y que a la salida de esta reclusión encontraremos, ya
los estamos viendo, una realidad distinta a la que dejamos antes del encierro. Esta
nueva realidad es, por lo pronto, más sombría. Para remediar esto, no podemos dejar
que las condiciones sociales, económicas y políticas que han prevalecido sigan inalteradas.
No podemos arriesgarnos a prolongar esta
calamidad o a sufrir otra en condiciones cada vez más adversas. Pero cambiar
qué y cómo es el debate que tenemos que dar en todos lados.
El Manifiesto aporta algunas ideas
estratégicas. Para el caso de México, me parecen de especial relevancia las
siguientes: hacer efectiva la garantía
de empleo ( quizás en lugar de un ingreso mínimo vital); su financiamiento a
través de los bancos centrales; y el rescate de empresas a condición de que
cumplan un conjunto de normas administrativas,
laborales y ecológicas. Lo anterior se traduciría,
en lo inmediato, en un seguro de desempleo para los trabajadores del sector
formal; y un financiamiento y protección
permanente para quienes realizan actividades informales (en un taller familiar o por su
cuenta). Igualmente, que los recursos del Banco de México ya no se canalicen a
la banca privada sino directamente al gobierno o gobiernos (estatales,
municipales) para apoyar la salud y la protección al empleo; y que los créditos
a las empresas se otorguen solo cuando éstas garanticen un mejoramiento de su
desempeño y su democratización interna. Finalmente,
habría que apoyar a la economía social y solidaria, un sector que apenas
despunta en nuestro país. Estas y otras propuestas no pueden ser desechadas sin
discusión. Poner en pie lo que ha estado de cabeza, para hacer uso de una cita
famosa, requiere de muchas ideas nuevas y audaces.
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