El Ángel Exterminador
Saúl Escobar Toledo
En 1962, Luis Buñuel, el famoso director de
cine español, estrenaba en México su película “El Ángel Exterminador” que, en resumen,
narra la historia de un grupo de personas que se reúnen a cenar en una lujosa
mansión después de asistir a la ópera. Una vez que han terminado sus alimentos,
pasan a la sala para escuchar la ejecución de una obra de piano a cargo de una
de las invitadas. Al terminar, los comensales comentan que están cansados y que
es hora de retirarse pero, por una extraña razón, no pueden cruzar el umbral
para pasar al comedor y salir de la casa. Quedan así recluidos y amontonados
por varios días: poco a poco se quedan sin alimentos y sin agua, fallecen
varios de los comensales, y la fatiga y la desesperación hacen presa del grupo.
Cuando algunos de ellos tratan de linchar al dueño de la casa por hacerlo
responsable de la situación y, mientras forcejean con otros que buscan impedirlo,
de repente una de las invitadas descubre que todos están en el mismo lugar que guardaban
cuando se dieron cuenta que no podían salir. Entonces tratan de recordar los
diálogos que tuvieron en esos segundos y logran vencer el miedo y alcanzar la
calle. Pocos días después, celebran una
misa de gracias y al terminar, ni los sacerdotes ni los feligreses, otra vez
sin razón aparente ni obstáculo alguno, se muestran incapaces de traspasar la
puerta y salir de la nave del templo.
El argumento del filme ha sido comentado
ampliamente en muchas reseñas y libros. Las diversas interpretaciones del
inexplicable encierro y la imposibilidad de romperlo se basan en la inspiración
surrealista de la obra de Buñuel; en su visión crítica de la
iglesia y los dogmas religiosos; e incluso en una condena política de la
burguesía o, por lo menos, de los más privilegiados de la sociedad. El director,
por supuesto, nunca aceptó dar una razón. Lo que parece claro es que se basó en
la existencia de un ángel citado en el Apocalipsis bíblico que representa el
triunfo del mal. Su naturaleza destructiva alude entonces al advenimiento de
catástrofes que se ciernen sobre las personas, las cuales no se saben bien a
bien porqué suceden y qué las originan.
La pandemia que hemos vivido durante 2020 ha
recluido a miles de millones de habitantes de este planeta en sus casas. Se ha
tratado de un encierro voluntario que nos ha impedido cruzar el umbral de
nuestros hogares por el temor a ser contagiados por un enemigo invisible, un
virus muy contagioso que -nos han repetido mil veces- puede enfermarnos
gravemente y poner en peligro nuestras vidas. Las explicaciones científicas de
este cataclismo mundial son numerosas. Sin embargo, de la misma manera que al
ver la obra de Buñuel nunca alcanzamos a comprender cabalmente la conducta de
los protagonistas ni su significado, ahora que nosotros hemos quedado presos
voluntariamente queremos saber las razones de ese ángel exterminador que
apareció en nuestras vidas y decidió condenarnos al encierro.
¿Por qué hoy? ¿por qué somos tan vulnerables? ¿cuándo
podremos salir sin temor alguno? ¿Se repetirá un fenómeno parecido en futuro
cercano?
Las respuestas a estas y otras preguntas han incluido
la negación de las tesis científicas, aduciendo que en realidad el virus no
existe y que se trata de una especie de conspiración para controlar al mundo.
En realidad, alegan, podemos salir, somos nosotros mismos quienes nos hemos
dejado convencer de no traspasar la puerta. Desde luego, cuando el contagio se
multiplica y caen enfermos o fallecen las personas a nuestro alrededor, la interpretación
cambia por otra mas o menos igual: el virus ha sido inoculado intencionalmente
para dañarnos. Es una forma de pensar atávica y, básicamente, la misma que
durante muchos siglos se ha esgrimido respecto por ejemplo a la peste negra,
una de los azotes más antiguos y criminales en la historia de la humanidad: se
trata de un castigo divino, producto del enojo de Dios por nuestras prácticas
pecadoras.
Hay otras respuestas más interesantes, por
ejemplo, la de Eduardo Campanella (disponible en www.project-syndicate.org/onpoint/the-invisible-killers-by-edoardo-campanella-2020-04),
quien aduce que este virus ha resultado catastrófico por la arrogancia de
nuestra civilización. Creímos que el conocimiento y la tecnología actuales, al
igual que nuestra voluntad de doblegar a la naturaleza, podían terminar con las enfermedades contagiosas. Nos impregnamos
de una cierta sensación de invulnerabilidad, particularmente en Occidente. Pensamos
que las epidemias podían ser controladas o se desarrollaban solamente en las
regiones más pobres del planeta. El COVID-19 rompió definitivamente con estas
ilusiones. Y los científicos y las autoridades sólo tuvieron a la mano un
remedio: encerrarnos a todos en nuestras casas, incluso en los países más desarrollados,
provocando una de las mayores disrupciones laborales, económicas, sociales y
humanas que se hayan conocido en los últimos siglos. A pesar de que el saber y
la técnica de que disponemos puede enviar hombres al espacio, poner robots en
lugar de humanos en las fábricas, comunicarnos instantáneamente desde cualquier
punto del planeta y proveernos de casi toda la información existente, no ha
habido vacuna, medicina o tratamiento que valga para detener al virus. Y así,
en muchos casos, nos impidieron trabajar, convivir con nuestras familias,
reunirnos para celebrar o consolarnos, y acariciar o ser acariciados por otras
u otros por el simple hecho de estar lejos en el momento que estalló la
catástrofe.
Esa arrogancia debe ser corregida para cambiar
un modelo civilizatorio que fomenta la desigualdad, el desperdicio y la ostentación,
y adoptar un modo de vida más respetuoso con la naturaleza. Debería obligarnos,
asimismo, a utilizar la tecnología y el saber para lo que realmente importa: la
salud y la felicidad de todos.
La pandemia nos ha revelado la enorme
fragilidad de nuestras sociedades y la posibilidad de que otro desastre se
repita algún día, por ejemplo, como resultado del cambio climático, y no
podamos tampoco ni prevenirlo ni remediarlo.
Cabría otra interpretación: el distinguido
historiador marxista Walter Benjamin, en un conjunto de apuntes que se
publicaron después de su muerte, “Tesis sobre la historia y otros fragmentos”,
también hizo alusión a un ángel. En el apartado IX, observa que en un cuadro
del pintor Paul Klee que se titula Angelus Novus (una reproducción de esta pintura se incluyó arriba de este texto) se ve un ángel que se aleja
de algo sobre lo cual clava su mirada. Tiene los ojos desorbitados, la boca
abierta y las alas tendidas. Según Benjamin, se trata del ángel de la historia
que mira hacia el pasado y ve una catástrofe, una pila de ruinas. El ángel
quisiera detenerse y recomponer la destrucción, pero un huracán sopla desde el
paraíso y lo arrastra hacia el futuro. Ese huracán -dice Benjamin- es lo que
llamamos progreso.
Escrito entre 1939 y 1940, la visión de
Benjamin respondía al drama que significó el triunfo del nazismo en su patria. A
la sensación de derrota y de indignación al darse cuenta de que ni los valores
de la civilización occidental, ni la lucha del proletariado y los partidos
socialistas habían podido detener el horror de Hitler. Sin embargo, la tesis de
Benjamin siguen siendo vigentes para tratara de intentar una lectura
alternativa de la historia. La humanidad no avanza, por lo menos no lo hace
lineal e ineludiblemente, hacia un futuro más promisorio. Ni hemos construido
un mundo mejor, ni el mal (la injusticia, la desigualdad, la explotación) ha
sido derrotado, ni las catástrofes se han podido evitar. Más bien, hasta ahora, hemos vivido destruyendo.
Además de la soberbia de la que habla Camponella, nos hemos equivocado en la
interpretación de la historia.
El Ángel del exterminio y el de la historia
pueden ser el mismo. A menos que cambiemos nuestra perspectiva intelectual y política
y tratemos de reconocer que no podemos tener fe ciega en el progreso ni en el
conformismo. Cada victoria contra el atraso o la injusticia puede traer consigo
el peligro de la barbarie. Y cada derrota y tragedia en la historia puede servir
para construir un mejor futuro.
La nueva normalidad que se ha anunciado puede
ser una desgracia peor de la que teníamos antes, o sentar la posibilidad de un
cambio para construir algo nuevo. O una mezcla de ambas cosas. En cualquier
caso, siguiendo a Benjamin, tenemos que estar preparados. No podemos perder la
fe en un futuro mejor pero tampoco descuidar nuestro presente, pensando que la
destrucción que llevemos cabo hoy podrá ser reparada mañana.
La película de Buñuel ha sido tan influyente
que hace pocos años, en 2016, un joven y talentoso compositor inglés, Thomas
Adès, estreno una ópera en el Festival de Salzburgo con el mismo nombre y basada
en el guion original del filme. La obra tuvo amplio reconocimiento por su valor
musical y fue ejecutada después en Inglaterra y Nueva York en las mejores salas
de concierto. En una de las entrevistas que concedió el compositor, le
preguntaron sobre su interpretación de la trama buñuelesca y la razón por la
cual los protagonistas no podían salir de la casa. Adès definió al ángel
destructor como "una ausencia de voluntad, de propósito" y dijo:
"La sensación de que la puerta está abierta pero no la atravesamos está
con nosotros todo el tiempo". Esa inacción, agregó, puede provocar el
"colapso de la sociedad".
Ahora que salgamos del confinamiento, puede
ser una idea rescatable en un momento histórico tan siniestro (como ya se
dieron cuenta en Estados Unidos).
saulescobar.blogspot.com
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