El proyecto económico del gobierno: mantener la ruta original en un mundo que ya cambió.
Saúl Escobar Toledo
Este
año, la economía mundial sufrirá una severa contracción como resultado del
freno de diversas actividades económicas y la pérdida de ingresos de muchos
trabajadores. Tal es el diagnóstico que comparten académicos y especialistas críticos
y partidarios de la globalización neoliberal; organismos multilaterales con una
orientación más progresista (como la UNCTAD) o tradicionalmente conservadora
(como el FMI); y organismos privados y públicos.
Por
ello, desde hace unas semanas se han anunciado paquetes de estímulos económicos
de una escala sin precedentes en diversos países desarrollados y en China. Es
el caso de Australia, que anunció un paquete equivalente a casi diez puntos porcentuales
del PIB para los próximos cuatro años; Canadá (6% del PIB); Alemania (4.5%); y
Estados Unidos con un combo que representa más del 10% de su producto interno
bruto.
Todo
ello, advierte por ejemplo la UNCTAD, no impedirá la recesión mundial, pero hay
la esperanza de que evite una larga depresión. En el caso de los países en desarrollo,
sin embargo, las cosas pueden ser más complicadas porque enfrentan diversas
presiones que les impiden llevar a cabo paquetes de estímulos de gran escala: salida de divisas, devaluaciones y los
desequilibrios de la balanza de pagos. El FMI reconoce, incluso, que las
economías emergentes que enfrenten la fuga de capitales “necesitarán donaciones
y financiamiento de la comunidad internacional” y, si es necesario, “aplicar controles
de capitales”. Éste es el panorama internacional.
En cuanto a las medidas internas, se ha señalado que cada país necesitará, por
lo menos:
1) comprometer
todos los recursos necesarios para combatir la pandemia: según el FMI podrían
ser necesarias incluso acciones “intrusivas” por parte de los gobiernos para la
provisión de suministros fundamentales, celebrando contratos públicos para la
compra de insumos esenciales y productos finales, y la reconversión de industrias o nacionalizaciones
selectivas.
2) Proporcionar
suficientes haberes a las personas afectadas por la crisis. Los hogares que
pierdan parte de sus ingresos debido al confinamiento en los hogares y al paro técnico provocado por la caída del comercio
internacional, necesitarán apoyo gubernamental. Este apoyo debe contribuir a
que la gente mantenga sus empleos (y sus salarios y prestaciones). Los apoyos
por desempleo (en caso de que exista un seguro de desempleo) deben ampliarse y
extenderse. Es necesario también que las transferencias de efectivo lleguen a
los trabajadores independientes.
3) Los
gobiernos deben proporcionar un apoyo especial a las empresas privadas, incluyendo
el aplazamiento del pago de impuestos; subsidios para mantener el empleo; y
programas de préstamos y garantías por la banca privada y pública. Estos apoyos
deberán concentrarse en las micros y pequeñas empresas.
En una
palabra, hay que garantizar que las redes económicas y comerciales se preserven
y que la disminución de los ingresos de los hogares sea la menor posible, pues
de ello dependerá que la recuperación tarde menos y la pobreza no se extienda
tanto. En términos más técnicos, evitar un shock tanto del lado de la demanda
como de la oferta.
Hay
que subrayar el cambio de paradigma que todo esto supone: una mayor intervención
del sector público especialmente mientras persistan las circunstancias excepcionales
derivadas de la pandemia. Ello podría incluir niveles de deuda pública más altos
e incluso nuevas empresas y ramas productivas bajo control público. Es la hora
del control del Estado sobre el mercado.
En el
caso de los países en desarrollo, a pesar de las dificultades y riesgos por su
exposición financiera, algunos gobiernos han tomado ya medidas desde el mes
pasado:
Argentina,
por ejemplo, desde el 23 de marzo anunció un paquete que equivale al 2% del PIB. En Brasil las autoridades anunciaron una serie
de disposiciones que representan el 3.5%.
El gobierno de Chile por su parte presentó un conjunto de medidas de alrededor
de 4.7% del PIB. Perú anunció un paquete de 12% (habrá que comprobar su
implementación).
En
México, el pasado domingo 5 de abril, el presidente López Obrador anunció una
serie de medidas económicas que suman cerca de 400 mmdp, es decir, alrededor de
1.6% del PIB. Algunos rubros ya estaban
contemplados en el presupuesto. Otra parte representa créditos cuyo impacto
tomará un tiempo que hoy no se puede precisar debido a que no sabemos cuándo
remitirá la pandemia, como es el caso de la vivienda. Lo mismo puede decirse del
número de empleos anunciados como resultado de la inversión pública.
Comparado
con otros países que, incluso atraviesan por situaciones más problemáticas, el
esfuerzo se ve más modesto. Faltan, además, algunas cosas:
Apoyo a
trabajadores y hogares: un seguro de desempleo que tendría que ser legislado de
inmediato o en su defecto apoyos en efectivo a las personas asalariadas
despedidas o en paro técnico, y a trabajadores por su cuenta especialmente del
sector informal.
Apoyos
a PYMES: no sólo créditos directos, también aplazamientos y exenciones de
impuestos y cuotas a la seguridad social.
Para
evaluar el tamaño del esfuerzo que se requiere debemos tomar en cuenta el
universo de trabajadores asalariados más vulnerables y las microempresas
existentes en México. En el primer caso tenemos, en número redondos de manera
gruesa, y sin mucho rigor en el conteo, alrededor de 15 millones (un 28% de la
población total ocupada) de trabajadores que están en peligro de sufrir una
reducción prolongada de sus ingresos (desempleados, subcontratados, propineros,
trabajadores informales por cuenta propia, etc). Para estos 15 millones, es
indispensable llevar a cabo un programa especial consistente en otorgar transferencias
directas, por ejemplo un salario mínimo diarios por tres meses. Ello
equivaldría a 166 mil millones de pesos (0.7% del PIB).
Por
otra parte, los micronegocios que trabajan con hasta 10 personas representan el
95% de todos los establecimientos y emplean al 38% del total de personas. Es decir,
estamos hablando de alrededor de 5 millones 900 mil microempresas que dan sustento a 13.3 millones de personas.
Para
este universo, el programa anunciado por el presidente prevé 3.4 mmdp, es decir,
teóricamente, unos 576 pesos por establecimiento. Si lo multiplicáramos por 10,
para poder otorgar 5 760 pesos por cada changarro, ello daría un total de 34
mil mmdp, es decir un 0.14% del PIB
En
total, los dos programas representarían una cantidad equivalente al 0.8-0.9%
del PIB, unos 200 mil millones de pesos adicionales. Sumado a lo que se anunció
el domingo, el total aumentaría a 2.5% del PIB.
Para
financiarlo se requeriría más o menos lo que la Secretaría de Hacienda señaló
en los llamados pre-criterios 2021 entregados al Congreso de la Unión por
mandato legal hace unos días, pues consideraba que los Requerimientos
Financieros del Sector Público (RFSP) ascenderían a 4.4% del PIB (contra 2.6%
originalmente aprobado). Sin embargo, el presidente no estuvo de acuerdo con
estas propuestas.
Puede
decirse entonces que el programa anunciado el domingo no se basó en la idea de
la UNCTAD de hacer todo lo que se tenga que hacer, sino en otra estrategia:
hagamos lo que podamos con lo que hay a la mano.
Esta
estrategia no corresponde a la sanitaria, pues en este caso las autoridades del
sector salud advirtieron desde el principio que, dado que la pandemia pegará al
país, ineludiblemente, en forma drástica, en un futuro cercano (la llamada fase
tres), había que prepararse con suficiente anticipación con medidas severas de confinamiento
y suspensión de actividades (aplicadas desde el 24 de marzo).
En
materia económica se ha elegido otra ruta: mantener, en lo fundamental, el
proyecto original; adoptar un escenario más optimista; y llevar a cabo, en el
mejor de los casos, una actuación postcrisis. Pronto veremos cuáles son los
resultados de ambas estrategias.
saulescobar.blogspot.com
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