Una estrategia recatada, y sus posibles consecuencias
Saúl Escobar Toledo
El gobierno de la república
entregó el llamado paquete económico el pasado domingo 9 de septiembre. Las
metas que ahí se exponen para el próximo año parecen modestas: un crecimiento
de alrededor del 2 %, ligera pero claramente mayor al esperado para este año (que
oscilará entre 0.6 y 1.2%) y que contrasta con el obtenido en los últimos meses,
que se situaba en cero.
Lo anterior se deriva según los
cálculos de Hacienda, de un ligero aumento de la recaudación por impuestos (3.7%)
y una todavía pequeña recuperación de los ingresos petroleros (4.5%). Por lo
tanto, el gasto programable (sin el pago de la deuda) se incrementará apenas 0.8%.
El documento advierte riesgos que
pueden poner en peligro estas metas, tanto internos como externos. Entre estos
últimos, que el crecimiento económico mundial se caiga, dando un brusco viraje
a la expectativa (según el FMI) de que 2020 sea un poco mejor que 2019. Esto
puede suceder por una mayor tensión política y comercial entre China y Estados
Unidos y/o porque el ciclo económico muestre una tendencia negativa más rápida
de lo esperado, sobre todo en el sector industrial estadounidense. Otro
problema reside en que el Tratado Comercial, el T-MEC, se detenga y no sea
ratificado por alguno de los otros dos socios, en este caso, sobre todo,
nuestro por vecino del norte. En una palabra, los problemas mundiales están
centrados en el gobierno de un señor llamado Trump, aunque siendo realistas la
evolución de las economías también tienen que ver con la fase del ciclo en que
nos encontramos. Para discutir este
último asunto, tendríamos que recurrir a una argumentación muy larga y
polémica. Lo cierto es que los economistas y amigos que los acompañan
(políticos, administradores de gobierno, gerentes, inversionistas, etc.) están
de acuerdo por lo menos en una cosa: el capitalismo es un sistema económico
cíclico y los periodos de auge son seguidos por otros de vacas flacas. Desde
luego, los factores sociales y políticos pueden retardar, acelerar o sortear
estos fenómenos, lo que hace todavía más imprevisible la llegada de una
recesión. Todavía peor cuando el clima mundial está bastante revuelto como
sucede en la actualidad.
El hecho de que el clima internacional
esté cargado de tensiones y problemas no resulta
propicio, concluyen nuestras autoridades hacendarias, para andarse arriesgando y
poner en práctica una política más audaz y decidida para estimular el crecimiento.
De ahí, subrayan, que se requiera mucha responsabilidad, lo que se traduce en
ajustes menores al esquema económico que ha vivido el país desde hace casi tres
décadas. Según el secretario del ramo, éste es el momento adecuado para apostarle
a una mayor integración con Estados Unidos, dada la pelea de este país con el
gigante asiático.
Pero además hay otros problemas,
los internos. Los Criterios Generales de Política Económica señalan la
posibilidad de que ocurra una mayor debilidad de la inversión privada. Lo
explican de esta manera:
Según
lo anterior, debemos concluir que la incomprensión o la inconformidad con el
cambio de rumbo y los objetivos de las políticas públicas de la nueva
administración han sido una causa del lento crecimiento y, peor aún, pueden ser
un serio obstáculo para el futuro. El gobierno
parece sacar dos conclusiones de esta situación: primero, la necesidad de una
política económica cautelosa, lo que significa un bajo déficit público;
descartar una posible reforma fiscal; y controlar la inflación. Y dos, la
necesidad de una relación frecuente e intensa con todos esos actores:
empresarios, inversionistas nacionales y extranjeros, agencias calificadoras y
organismos internacionales. A cambio de estas dos,
digamos, concesiones, el gobierno espera que lo dejen hacer lo que considera
prioritario: ejercer el gasto social mediante la entrega de recursos monetarios
a la población para combatir la pobreza y la desigualdad; y tratar de pacificar
al país, fortaleciendo a la Fiscalía General de la República y la Guardia
Nacional. Otra pieza fundamental, ahora más explícita, es la recuperación de
PEMEX que tendrá más recursos que el año pasado, al igual que la CFE (8.8% y
1.4%).
Otras medidas como el incremento
decidido de la inversión en infraestructura física se han relegado. Hay que
reconocer, por otro lado, el esfuerzo para hacer más eficiente el gasto
realizando algunos ajustes en los programas. Bajan algunos (como Jóvenes
construyendo el futuro) y aumentan otros (como la pensión para Adultos mayores
y Sembrando Vida). Por su parte, a pesar de que el presupuesto de la Secretaría
de Salud no crece, el IMSS y el ISSSTE contarán con un aumento real.
Es encomiable también que se
busque una mayor recaudación tributaria, combatiendo la evasión y la elusión fiscal,
gravando los servicios de las plataformas digitales, la subcontratación laboral
y elevando los impuestos a refrescos y cigarros. Sin embargo, el nivel de
ingresos que se proponen captar para el próximo año sigue siendo bajo si lo
comparamos internacionalmente con otros países de América Latina y desde luego
para impulsar la expansión económica y superar las carencias más importantes en
materias como salud, agua, medio ambiente, y otros.
Esta
formulación, si se ajusta a lo que realmente se propone la estrategia
gubernamental, tiene pros y contras. A favor, pudiera decirse que busca
garantizar la estabilidad política y económica, y descartar la repetición de
episodios ocurridos en el pasado, particularmente en la crisis de 1982. Y otras
experiencias negativas de la izquierda en América Latina. Cualquier avance, así
sea pequeño pero consistente, en el terreno de la seguridad y la violencia
podría verse, sin duda, como un gran logro. Y poner de pie a PEMEX después de
tantos años de desmantelamiento sería igualmente otro acierto indudable.
En
contra de esta lógica, debería subrayarse que el comportamiento de la economía
puede ser demasiado frágil sin un liderazgo del sector público fortalecido. La
recesión o desaceleración mundial serán más difíciles de asimilar si persiste
un aparato estatal fiscal y
productivamente débil. De igual manera, las presiones internas, también podrían
resistirse mejor si el gobierno decidiera poner sobre la mesa un plan de
recuperación económica que exija a todos los actores productivos una
contribución mayor, proporcional a la riqueza y los ingresos de cada quien, bajo
la premisa de que se puede y se debe, al mismo tiempo, crecer y distribuir
mejor.
Por
lo pronto, esta última opción se ha descartado. Habrá que ver si
definitivamente. pues los escenarios pueden cambiar más rápido de lo que se
piensa. Se tendrá que revisar entonces la estrategia planteada. Y seguir insistiendo en que se requiere un
plan B.
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