El presidente Cárdenas y el movimiento obrero
Saúl Escobar Toledo
El lunes 19 recordamos al General Lázaro Cárdenas por el
cincuentenario de su fallecimiento. Valga la ocasión para ofrecer al lector
algunas notas sobre su política laboral, misma que hoy deberíamos volver a
analizar con cuidado para reflexionar sobre los problemas actuales.
En cierto sentido, la presidencia de Cárdenas no empezó el 1º de
diciembre de 1934 sino el 12 de junio de 1935 cuando el Sindicato Mexicano de
Electricistas (SME) invitó a las organizaciones sindicales más importantes a
discutir la situación creada por las declaraciones del expresidente Calles,
llamando a reprimir las huelgas que habían tenido lugar en los primeros meses
del sexenio. A esta convocatoria asistieron la CGOCM (Confederación General de
Obreros y Campesinos de México); la CSUM (Confederación Sindical Unitaria de
México), y varios otros gremios importantes como el Minero. Poco después, decidieron
constituir el Comité Nacional de Defensa Proletaria (CNDP), un frente que tuvo
como propósito unificar a los trabajadores, fortalecer sus luchas, apoyar la
política laboral del presidente y evitar que prosperara la reacción callista.
Muchos sindicatos que formaron el Comité venían de una ruptura
con la CROM (Confederación Regional Obrera Mexicana), la cual se había
convertido en un organismo de control antidemocrático y corrupto bajo el
liderazgo de Morones y la protección de Calles. También, de una etapa de fuerte
represión contra los sindicatos independientes, en particular contra la CSUM,
dirigida por militantes del Partido Comunista. De esta manera, en los inicios
de los años 30s se desataron varias huelgas y movilizaciones y surgieron nuevos
sindicatos como el ferrocarrilero que agrupaba miles de trabajadores. Según
algunos historiadores, a fines de 1934, el movimiento obrero se había
convertido en la fuerza política y social más importante del país.
La creación del CNDP alentó la movilización obrera y a partir de
ese momento estallaron varias huelgas en ramas estratégicas como la petrolera,
minera y en la industria del papel, el cemento y el vidrio. Por su parte, el
presidente Cárdenas defendió el derecho de huelga incluso ante las protestas
patronales, como en el caso de la Vidriera de Monterrey, y manifestó su apoyo a
la unificación de los trabajadores y a sus principales demandas.
La existencia del CNDP y después, en febrero de 1936, la
fundación de la CTM (Confederación de Trabajadores de México), selló en los
hechos una alianza entre el gobierno y el sindicalismo. Este apoyo le permitió al
mandatario consolidar su política laboral, fortalecer su gobierno, excluir al
callismo, y desatar un programa de reformas de gran alcance que, como sabemos
abarcó la reforma agraria, la creación de nuevas instituciones y la
expropiación de los ferrocarriles y la industria petrolera.
Para las organizaciones obreras, la alianza abrió el camino para
su crecimiento orgánico y, sobre todo, para hacer realidad los derechos que ya
estaban plasmados en la Constitución y en la Ley Federal del Trabajo. Durante el cardenismo, se desató lo que
algunos estudiosos han llamado la “revolución contractual”: se pactaron
contratos colectivos de trabajo en muchas ramas económicas, los cuales habían
sido negados por las autoridades y las empresas y habían sido motivo de duras y
a veces cruentas luchas desde los años 20s.
Sin duda, la movilización y la fuerza organizada de los
trabajadores fue un factor muy importante, aunque no el único, para que el
presidente decidiera decretar la expropiación de los ferrocarriles (en junio de
1937) y el petróleo (en marzo del siguiente año). La historia y el desenlace de
estas importantes medidas fue dispareja. La primera llevó, incluso, a que
Cárdenas decidiera, en mayo de 1938, la creación de la Administración Obrera de
los Ferrocarriles Nacionales de México (AOFM), experiencia que tuvo una corta
vida pues en diciembre de 1940 fue echada abajo por el mandatario entrante, Ávila
Camacho. La segunda, en cambio, permitió la creación de una industria pública
que fue un sostén fundamental del desarrollo económico de México hasta la
privatización de ese recurso hace algunos años.
Por otro lado, hay que decir que la independencia y combatividad
del movimiento obrero mexicano se fue perdiendo poco a poco durante los últimos
años del cardenismo. La adhesión de la CTM al recién creado PRM (Partido de la
Revolución Mexicana) poco después de la expropiación petrolera y el poder
ascendente de un grupo oportunista dentro de esa organización (representado por
Fidel Velázquez) junto con los errores de los principales dirigentes, en
particular de Lombardo Toledano y la fracción comunista, permitieron que la
confederación abandonara poco a poco sus principios y se plegara cada vez más a
la maquinaria estatal. Esta situación no acabó con el sindicalismo independiente
que mantuvo una lucha intensa en los siguientes años, pero con una correlación
de fuerzas cada vez más desfavorable. Al final, en 1948, el presidente Alemán
decidió usar toda la fuerza del estado para aniquilar estas oposiciones.
En el caso de los ferrocarriles, una historia menos conocida, Cárdenas
entregó a los obreros la administración de la empresa a pesar de las dudas de
funcionarios de su propio gobierno y de los ferrocarrileros. Fue un experimento
arriesgado y radical que mostró, por un lado, la confianza del presidente en el
sindicalismo y en los trabajadores, y por otra la inexperiencia de estos
últimos. La situación de la empresa ya era muy compleja y difícil desde que,
durante el porfiriato, se había creado una empresa con participación accionaria
mayoritaria del gobierno (en 1908) que nunca pudo despegar bajo las gerencias
posteriores. Sacarla adelante hubiera requerido inversiones masivas, una fuerte
reorganización administrativa y una cultura obrera experimentada en la creación
de cooperativas y en la participación de los trabajadores en la administración
de las empresas. Ninguno de estos elementos se conjugó durante el breve periodo
de la AOFM.
La política laboral del cardenismo y sus consecuencias fueron resultado
de muchos factores, no sólo la voluntad presidencial. Lo que queda claro, sin
embargo, es que el General entendió que la fuerza organizada del movimiento obrero
sería vital para emprender un cambio de rumbo del país. Para lograr su apoyo
dialogó muchas veces con las organizaciones, alentó reformas legales que los
beneficiaban, aceptó y vio con simpatía sus manifestaciones, aunque éstas a
veces interrumpieran servicios tan esenciales como el suministro de energía
eléctrica. Promovió un aumento de los salarios mínimos reales y alentó los
incrementos en los contractuales. Los sindicatos lograron una enorme fuerza de
negociación frente a las empresas.
Ese poder se convirtió después en pilar de un estado despótico y
corporativo que rigió el país desde los años cincuenta. Cárdenas nunca vio con
buenos ojos esas desviaciones y manifestó su oposición, hasta sus últimos días,
de distintas maneras, al rumbo que habían tomados los gobiernos
posrevolucionarios.
El 20 de noviembre de 1970, Cuauhtémoc Cárdenas dio lectura a un
conjunto de reflexiones que había preparado el General poco antes de su
fallecimiento. El texto expresa, entre otras cosas, que:
“Se podría argüir que no es responsabilidad del gobierno sino de
los trabajadores, conquistar la democracia interna en los sindicatos y, en el
caso de los no agrupados, que existen garantías para organizarse de acuerdo con
la ley. Esto sería verdad en la medida que las condiciones de abatimiento
social de los trabajadores dejaran de responder a indebidos privilegios de que
disfrutan sus dirigentes para mantener en la inmovilidad a las masas
organizadas y al hecho de haber dejado en el desamparo a las que no están
organizadas. Hay que considerar que la explotación patronal se ha recrudecido
porque las organizaciones obreras han perdido su independencia…”
saulescobar.blogspot.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario