T-MEC: Un ferrocarril detenido en la estación
Saúl Escobar Toledo
La visita a Estados Unidos del
presidente López Obrador el día 8 de julio se ha recibido con beneplácito en
diversos sectores de la sociedad mexicana. A pesar de que el viaje fue seguramente
requerido por el mandatario de aquel país para fines electorales y de que se
corría el riesgo de un gesto ofensivo de su parte, el resultado -se ha dicho-
fue positivo. Es probable que para Trump lo haya sido pues quería hacer un
gesto de acercamiento a los votantes de origen “latino”. Para el gobierno de México,
por su lado, resultó una aventura con costos relativamente bajos. Entre los más
importantes, la reprobación muda o explícita de los trabajadores mexicanos que
radican en EU y que simpatizan en su gran mayoría con los demócratas y son
parte de las bases de las organizaciones sindicales, las cuales también han
mostrado su preferencia con la oposición al Sr. Trump. En cambio, López Obrador
parece haber logrado un reencuentro con los empresarios y sus diversos bloques
y expresiones, y la aprobación casi unánime de sus partidarios que no se
sintieron decepcionados y pudieron respirar con tranquilidad y alivio al final
de la jornada.
Sin embargo, en este tipo de eventos,
las victorias diplomáticas y políticas suelen ser pasajeras. Como dicen que
dijo José Saramago: “La derrota tiene algo positivo, nunca es definitiva. En
cambio, la victoria tiene algo negativo, jamás es definitiva”. (Cf. “José
Saramago: una mirada triste y lúcida” de Andrés Sorel). En el caso de Trump su gesto
puede quedar corto y perder la elección de noviembre. De hecho, su encuentro
con el presidente López Obrador tuvo pocas repercusiones mediáticas: el
candidato republicano tendrá que hacer muestras más efusivas hacia los llamados
“hispanos”, lo cual podría restarle votos en su lado duro antiinmigrante.
Por su parte, Andrés Manuel, a su regreso
a nuestro país, tuvo que enfrentar la compleja situación interna marcada por la
epidemia y la caída de la economía, todo lo cual está repercutiendo en un
aumento muy acelerado de la pobreza, el desempleo y la inconformidad social. La
conferencia nocturna del subsecretario López -Gatell del viernes 10 confirmó lo
que la OMS había señalado poco antes: en varios estados del país hubo una
apertura muy acelerada del desconfinamiento y un repunte de los contagios a tal
grado que la enfermedad se ha “descontrolado”. Ello tendría que llevar, de
acuerdo con el funcionario, a volver a cerrar establecimientos comerciales y
productivos, y a acelerar las reconversiones hospitalarias. La OMS señaló y López
Gatell, también coincidió en que ha habido una “vigilancia epidemiológica débil”.
El problema es que la coordinación entre la federación y los estados no está
funcionando.
Particularmente sensibles son los
casos de rebrotes en Cancún, Matamoros y en el estado de Tabasco pues son
ejemplo de las actividades económicas que urgía echar andar: el turismo, la
maquila y la construcción de la refinería.
La ausencia de apoyos directos a las
familias que han perdido su trabajo (formal o informal) y a las microempresas,
está generando mayor desesperación y la desobediencia a las indicaciones
sanitarias más elementales. Aunque la querella se ha centrado, erróneamente y
con fines políticos, en la persona del subsecretario de salud, el verdadero
problema radica en que la pobreza y el hambre están alcanzando a millones de
mexicanos por las medidas de reclusión, la caída del consumo y la desaparición
de cientos de miles de micronegocios. Todo
ello empuja a reaperturas desordenadas y a conflictos entre autoridades de
distintos niveles.
Ahora bien, la posibilidad, como se
repitió varias veces ese miércoles en Washington, de que el T-MEC sirva para
reanimar la economía de la región es por lo pronto, casi nula. Basten algunas
cifras: la producción manufacturera en EU disminuyó 5.5% en marzo, 19.5% en
abril y 16.5% en mayo. Destaca en especial, por sus implicaciones para el Tratado,
la caída en la producción de autos: de 2
millones 760 mil unidades en febrero a 542 mil en mayo (más de 80%). No resulta
sorprendente que las exportaciones totales de nuestro vecino bajaran de 207
miles de millones de dólares (mmd) en febrero a 144.5 mmd en junio (-30%) y que
las importaciones se redujeron de 247. 5 miles de millones de dólares en
febrero a 199 mmd en junio (-19.5%).
Estas cifras sugieren que la
reconstrucción de las cadenas de valor entre EU y México tardará un buen
tiempo. Las nuevas inversiones van a dilatarse y por lo pronto las fábricas
funcionarán por debajo de su capacidad instalada. Además, nadie, ni por
supuesto los empresarios que asistieron a la cena esa noche en la Casa Blanca
están seguros de que esta reconstrucción vaya a darse en los mismos términos
históricos de los últimos decenios.
Según James Galbraith, la economía de
Estados Unidos tardará mucho tiempo en salir de la crisis debido a que la
demanda mundial de bienes y servicios de tecnología avanzada en sectores como
la industria aeroespacial, tecnologías de información, armamento, servicios
petroleros o finanzas es probable que se recuperen muy lentamente. Por su parte, el mercado interno estadounidense
va a resentir una disminución del consumo, sobre todo en el sector servicios
que más empleos ha generado en ese país. Más importante aún: el gasto de las
familias en los 60 estaba impulsado por un alza en los salarios. En cambio,
argumenta Galbraith, en esta última etapa, las remuneraciones no crecieron a la misma
velocidad y el aumento del gasto en la última década ha
dependido de la contratación de mayores deudas personales y corporativas. El
peso de esas obligaciones frenará aún más la oferta y la demanda.
El T-MEC tiene por lo menos dos
problemas adicionales que pueden detener las inversiones hacia México: las
cláusulas que se refieren a las reglas de origen, la solución de controversias,
y el capítulo laboral. Las empresas tendrán que aprender a enfrentar estas
nuevas disposiciones, lo que las obligará a ser más cautas en el corto plazo.
En cambio, la disputa de EU con China
puede representar una nueva oportunidad para nuestro país. Sin embargo, para los
grandes corporativos, salirse de ese país asiático y trasladarse a nuestro
territorio representa una decisión muy compleja. A corto plazo, la ruptura de
las cadenas productivas existentes entre China y EU ahondaría la recesión
mundial. No es lo mismo cambiar de lugar una fábrica que apretar un botón para
mover cientos de miles de dólares de un banco a otro, o de un paraíso fiscal en
Suiza a las Islas Caimán. Las inversiones no financieras funcionan de otra
manera: la globalización de la producción (mediante el llamado outsourcing)
tardó en consolidarse desde los ochentas hasta bien entrados los noventa. A
todo esto, habría que agregar que las nuevas manufacturas que inundan el
mercado mundial son, en buena parte, de alta tecnología. Volver a México un
actor relevante en esos sectores requeriría un cambio profundo que nadie, ni
los empresarios ni el gobierno está planeando ni preparando. Parecen haberse resignado a que permanezcamos
como una economía maquiladora, lo cual traería los mismos resultados de las
últimas décadas: bajo crecimiento, mayores desigualdades y pocos empleos
productivos.
En resumen, el T-MEC es por lo pronto
un proyecto afectado más por las incertidumbres que por la confianza de los
inversionistas. Es un
tren detenido en la estación y no hay seguridad de cuándo echará a andar y a
dónde se dirigirá. La economía de la
región (México, EU y Canadá), como la globalización mundial, están en plena
resaca. Cuándo y qué tipo de oleada vendrá, nadie lo sabe y es probable que
tarde varios años en hacerse realidad. Mientras tanto, la contradicción entre
desacelerar los contagios o la actividad económica sigue siendo un dilema sin
resolver en ambos lados de la frontera. Nuestro gobierno y el poder legislativo
tienen que hacerse cargo ya de esta situación, y tomar las decisiones
correspondientes.
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