El 68 vuelto a contar
Saúl Escobar Toledo
A cincuenta años del movimiento
estudiantil mexicano, el rescate de la memoria y la reflexión en torno a esos
acontecimientos que sacudieron a la nación y marcaron su historia, encontrarán
en este 2018 una oportunidad muy propicia.
Seguramente saldrán a la luz nuevos libros y ensayos (yo he colaborado
en uno de ellos, convocado por la UNAM). Algunos, incluso, acaban de publicarse
y ya están disponibles. Es el caso del volumen
de Francisco Pérez Arce, “Caramba y zamba la cosa. El 68 vuelto a contar”.
Su obra trata de recuperar las vivencias
de esas jornadas de lucha, aunque no está contada en primera persona. Puede leerse
como el diario de campo de un testigo y participante directo y también como las
reflexiones de un historiador sobre un momento definitorio de la vida de México. Pero
su trabajo es, quizás principalmente, un relato destinado a lectores jóvenes
que algo saben del 68 pero no han leído una crónica completa, no han visto toda
la película.
El autor comienza su versión de
la historia el 22 de julio, cuando dos pandillas de escuelas rivales se enfrentaron
a golpes en la Plaza de la Ciudadela. Pudo haber sido, dice, un día cualquiera
y un incidente sin importancia. No lo
fue porque a partir de esa fecha se desataron las grandes manifestaciones callejeras
que sorprendieron al país. El libro narra los primeros días de protesta, la marcha
reprimida el 26 de julio, la agresión del ejército a la Prepa ubicada en San Ildefonso,
el inicio de la huelga general en todos los planteles del Politécnico y la UNAM,
la caminata del Rector sobre Insurgentes, el surgimiento del Consejo Nacional de
Huelga, la definición del pliego petitorio y las marchas cada vez más numerosas
que siguieron durante agosto y septiembre. Cuenta, con detalles, cómo era la
vida en las escuelas durante la huelga y la importancia de las brigadas para
dar a conocer las razones del movimiento.
Y ¿cuáles eran ellas? Pérez Arce
nos explica: “lo que era una protesta por la violencia policiaca se convirtió
en otra cosa, en una protesta con un significado más profundo, difícil de
explicar. Es la rebelión juvenil frente a un estado de cosas insatisfactorio,
contra una visión del mundo acartonada, contra una democracia inexistente,
contra el presidencialismo, contra el poder vertical inapelable, contra el influyentísimo
y la corrupción, contra la simulación, contra la demagogia, contra las
desigualdades sociales…”
El autor narra luego lo que llama
los “días difíciles”, sobre todo después del desalojo del Zócalo a fines de
agosto y la entrada del ejército a Ciudad Universitaria el 18 de septiembre y
al Casco de Santo Tomás a sangre y fuego el 23, hechos que prepararon la
ofensiva del gobierno que culminaría el 2 de octubre en Tlatelolco. La matanza fue
“premeditada” dice Paco, “planeada desde los más altos niveles del gobierno”. Los
datos y documentos que conocimos en los años posteriores no dejan lugar a
dudas.
El texto hace un breve repaso de
lo que sucedió luego del regreso a clases, los Comités de Lucha que se formaron
en las escuelas para solidarizarse con los presos políticos y la manifestación
del 10 de junio de 1971, agredida brutalmente por el grupo paramilitar Los Halcones.
Mientras hace la crónica de los hechos
más importantes, Pérez Arce va
destacando otros episodios que merecen una narración especial: el movimiento de
los pobladores de Topilejo; la tragedia de Canoa, Puebla ; la dramática
aventura de Alcira, la poeta uruguaya, que sobrevivió a la toma de CU; un relato muy personal del 2 de
octubre (contada como un testigo presencial); algunos párrafos de los escritos de
José Revueltas sobre la huelga de hambre de los presos políticos en Lecumberri.
Todo ello para entender mejor el impacto de la protesta estudiantil y la
atmósfera que se respiraba en esos días intensos.
Al final de su libro, Paco dedica varias páginas a lo que llama “El 68 en el
mundo”. Su inventario arranca un poco antes, con la muerte del Che Guevara en
Bolivia a fines de 1967 y luego pasa a recodarnos algunos sucesos que tuvieron
lugar el año siguiente: la guerra de Vietnam se perfila como una gran derrota
para Estados Unidos; el asesinato de Martin Luther King que avergüenza al mundo;
y las rebeliones de los estudiantes en Alemania, Inglaterra y particularmente
en Estados Unidos y, por supuesto, en Francia. Pero no sólo en el lado
capitalista. La invasión de las tropas soviéticas en Checoslovaquia en agosto
marcará también el curso de la historia de los países del llamado bloque socialista:
poco más de dos décadas después, en 1989, caería el Muro de Berlín.
Carlos Fuentes, que vivió esos
meses en París, escribió que “la insurrección de mayo en Francia no fue contra
un gobierno determinado, sino contra el futuro determinado por la práctica de
la sociedad industrial contemporánea… Asistimos a una revolución de profundas
raíces morales protagonizada en primera instancia por la juventud de una nación
desarrollada. Y estos jóvenes dicen que la abundancia no basta, que se trata de
una abundancia mentirosa” (citado por Pérez Arce).
Un historiador liberal, Timothy
Garton Ash, critica duramente, en un ensayo publicado hace unos años, la
“retórica revolucionaria” de los estudiantes y los intelectuales europeos de
esos tiempos, pero aun así reconoce que: “El año 1968 catalizó un profundo
cambio social y cultural tanto en Europa oriental como occidental” Y concluye
que “si hacemos un balance, representó un paso adelante para la emancipación
humana”.
Lo mismo podría decirse del caso
mexicano. Según nuestro autor, “La rebelión estudiantil no formula sus motivos
más profundos, no los explica programáticamente, pero los contiene… Lo que
están haciendo los estudiantes es ejercer una libertad que desconocían, es
criticar lo que parecía inamovible; es el descubrimiento de la vida
igualitaria… Han subvertido la vida cotidiana…”
En México, como en muchas partes
del mundo, el 68 sigue vivo en la memoria. Todos o casi todos podemos coincidir
en que el dos de octubre no se olvida porque el movimiento fue un triunfo moral
de los estudiantes y un catalizador de grandes cambios. La “revolución hecha
gobierno” sufrió una derrota política de la que ya no se recuperaría. Poco tiempo después, en los inicios de los
años setenta, se iniciaba la insurgencia popular, con los obreros a la cabeza:
una gran movilización que abarcó casi todo el territorio nacional. Abrió, igualmente, el camino para la
renovación política y la construcción de un régimen con alternancia en el
poder, pluralismo político y elecciones más limpias. Dio lugar a nuevas
manifestaciones culturales, entre ellas, como dice Paco, al feminismo y a una
mayor libertad sexual, pero también a expresiones y formas de disidencia antes
desconocidas o impracticables. Una nueva oposición surgió bajo la inspiración
de la rebelión del 68, misma que ya abarca varias generaciones que no han
dejado de luchar contra el despotismo político, por la libertad de expresión y manifestación,
y por el derecho a vivir en una sociedad democrática, con justicia y dignidad
para todos.
La historia del 68, en México y
en otras partes del mundo, no se ha agotado. Todavía quedan muchas cosas por
aclarar, muchos relatos que contar. Y, sobre todo, nos falta pensarlo como
parte de una narración más larga. ¿Fue el momento en que finalizaba una etapa
del capitalismo, la de los Estados de Bienestar, y el principio de otra que
años después conoceríamos como el período neoliberal? ¿O el momento crucial que
preparó la caída de algunos regímenes autoritarios y dio origen a una nueva
conciencia democrática? ¿O ambas cosas? Algunos historiadores podrían decir que
cincuenta años son muy pocos para sacar conclusiones. De cualquier manera, el
libro de Paco Pérez Arce nos permite recordar, entender y pensar otra vez los
episodios de aquel año. Y, con ello, recuperarlos para entender mejor cómo era
este país, como evolucionó, cómo llegamos a este presente tan convulso, y cómo
podemos transformarlo.
Twitter: #saulescoba
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