FMI: ¿Nuevas ideas y viejas políticas?
Saúl Escobar Toledo
Hace aproximadamente un mes, el
Fondo Monetario Internacional (FMI) dio a conocer su Informe 2017 bajo el
título “Promover el crecimiento inclusivo”. En este documento se expone que “tras
varios años de un comportamiento desalentador, la economía mundial empezó a
tomar ímpetu… pero aún yacen profundas incertidumbres acerca del orden
económico y financiero de la posguerra que tendrán que enfrentarse en los
próximos años”. Destacadamente, dice el FMI, y esto es lo que merece subrayarse,
la pérdida de empleos y una creciente desigualdad.
El documento señala que “las
inquietudes acerca de la desigualdad del ingreso y el crecimiento inclusivo han
pasado a ser un tema de relevancia mundial”. Advierte que, en los últimos 30
años, la disparidad ha aumentado en muchos países y “los ricos son cada vez más
ricos”. Señala también que tras la crisis financiera mundial de 2007-8 se “ha
exacerbado la reacción política contra la globalización”. Reconoce que “pese a
todas sus ventajas el comercio (mundial) ha sido perjudicial para ciertos
grupos de trabajadores y comunidades, particularmente en Estados Unidos y
Europa”. Y asegura que las investigaciones del FMI, sobre este tema han
demostrado “que el aumento de la desigualdad implica riesgos para la
durabilidad del crecimiento económico, que el diseño de políticas públicas
incide en la distribución del ingreso y que los gobiernos también pueden ayudar
a hacer frente a esta situación”. Según el Informe, un asunto relevante en este
tema es la que atañe al género pues “la participación femenina en la fuerza
laboral sigue siendo menor a la masculina en la mayoría de las economías del mundo.
Además, las brechas salariales son muy grandes y las mujeres están sobrerrepresentadas
en el sector informal y entre los trabajadores pobres. Y concluye: “La igualdad
entre hombres y mujeres es un importante objetivo para acelerar el crecimiento,
pero también es crucial para un reparto del ingreso más equitativo.”
Por eso, el FMI, asegura que
ahora se está orientando hacia la búsqueda de políticas que promuevan el
crecimiento inclusivo: reformas fiscales
(incluyendo una mayor inversión en infraestructura pública), reformas del
sector financiero y reformas del sector agrícola “pueden tener importantes
consecuencias distributivas en los países en desarrollo”.
Por su parte, a principios de año,
el Foro Económico Mundial había publicado su “Reporte sobre el crecimiento
inclusivo y el desarrollo 2017”. En este documento se reconocía, basado en
datos de la OIT, “el reto de la declinación de la participación del trabajo en
el ingreso en todo el mundo”. Hacía notar que, en 16 países investigados por
esa organización, su participación cayó del 75% a mediados de los setenta al 65% antes
de la gran recesión (2008) y que esta tendencia había empeorado desde entonces.
Sin duda, agregaba el reporte, dicho
fenómeno está relacionado directamente con el deterioro de la distribución del
ingreso. Varios factores han causado esto: tecnologías que ahorran trabajo; la
globalización del comercio; presiones del capital financiero para aumentar los
dividendos; una disminución del poder de negociación de los trabajadores y la debilidad
de las instituciones del mercado laboral. Una de las maneras de contrarrestar
estas tendencias aseguraba el Foro, era aumentar el salario mínimo, pues donde
se ha llevado a cabo esta medida, se ha reducido la desigualdad sin efectos
adversos al empleo. Pero, agregaba, eso no es suficiente pues se requiere
también ampliar la protección social (sobre todo en materia de salud), un mejor
clima para las empresas y que los trabajadores recuperen su poder de
negociación contractual para determinar sus condiciones de trabajo. Todo ello,
señalaba el Reporte, “reduce las desigualdades y previene la pobreza, aumenta
la productividad laboral, empodera a la gente para obtener un trabajo decente y
promueve el crecimiento inclusivo”
Debe recordarse que el World
Economic Forum o Foro de Davos, con sede en Suiza, reúne a los principales líderes
empresariales y políticos a nivel internacional y a periodistas e intelectuales
seleccionados para analizar los problemas más apremiantes que afronta nuestro
planeta. El Foro está financiado por 100 empresas que ocupan un lugar relevante
en la economía global pues cada una de ellas factura más de cinco mil millones
de dólares anuales.
Las recomendaciones del FMI y los
planteamientos del Foro Davos se basaban apenas hace unos años en la
desregulación y la libertad de los mercados, incluyendo de manera destacada la
flexibilización del trabajo. Reconocer
los malestares de la globalización, principalmente sus efectos adversos en la
distribución del ingreso, y recomendar una mayor intervención del estado
mediante políticas fiscales y de inversión pública, así como acciones en el
terreno laboral que fortalezcan el salario y la posición de los trabajadores para
pactar con sus empleadores, son algunas elementos que parecieran apuntar hacia
una vuelco en el pensamiento de las élites intelectuales ligadas al poder
económico y político.
El problema es que hasta ahora
casi nada se ha hecho para traducir estas preocupaciones en realidades. Un
ejemplo muy destacado es lo que sucede en Estados Unidos donde el Sr. Trump
está promoviendo un conjunto de medidas económicas muy distinta a la que ahora
sugiere el FMI y el Foro de Davos, principalmente una reforma fiscal
abrumadoramente favorable para los ricos. Ello, según varios economistas destacados,
aumentará la deuda y las tasas de interés, debilitará el crecimiento mundial,
frenará los aumentos de los salarios, haciendo que el consumo interno
permanezca “anémico”, y hará más profunda la brecha entre el 1% más acaudalado
y el resto de la población.
Adoptar el crecimiento inclusivo
como un planteamiento central para enfrentar los problemas que aquejan a
nuestras sociedades, representa un cambio de paradigmas. Muchos intelectuales y
políticos, ajenos u opositores a las élites del poder, ya habían advertido el
desastre actual desde hace años, poniendo el acento precisamente en estos temas.
Desgraciadamente, aunque el Consenso de Washington parece estar agonizando, aún
no hay un nuevo esquema de políticas públicas que se estén poniendo en práctica
con el apoyo de la comunidad internacional. Los nuevos enfoques anunciados por
el FMI pueden quedar en puras declaraciones, sin efectos prácticos. No sólo
está el caso de Estados Unidos con Trump. En Francia el presidente Macron ha
tratado de imponer una reforma laboral que afecta sensiblemente la capacidad de
negociación de los trabajadores y los sindicatos. Y en América Latina, México,
Argentina y Brasil, con el vuelco a la derecha en estos dos últimos países, se
están aplicando las mismas medidas neoliberales de antaño. Para ellos como para
muchos otros gobiernos, incluyendo la Unión Europea, las nuevas visiones del
FMI y el Foro de Davos les tienen sin cuidado.
No cabe duda de que el mundo se
encuentra en una encrucijada. Si llegaran
a prevalecer los enfoques del crecimiento incluyente y éstos son adoptados por los
gobiernos y los ciudadanos que los eligen, podríamos estar ante un mejor
futuro. En cambio, si prevalecen los esquemas neoliberales y aumenta la
exclusión social, la globalización será más vulnerable a los choques
económicos, financieros y geopolíticos y en tres o cuatro años se puede
producir una nueva crisis. Peor todavía, si los gobiernos de derecha,
nacionalistas y conservadores logran imponerse, sobre todo Trump en Estados
Unidos, no sólo aumentará el riesgo de una gran inestabilidad económica y
social. También peligran la paz y la sustentabilidad del planeta.
Por ello, se requiere adoptar el
tema de la desigualdad no sólo como un obstáculo para acelerar el crecimiento
sino como la piedra angular de un nuevo esquema de desarrollo. Ganar este debate puede marcar el futuro de la
humanidad. Eso es lo que se puede concluir de los documentos del FMI y el Foro
de Davos, si los tomamos en serio.
Twitter: #saulescoba
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