Elogio de los resentidos
Saúl Escobar Toledo
Según el Diccionario de la Real Academia, resentimiento
significa acción o efecto de resentirse, y esta última palabra quiere decir “tener
sentimiento, pesar o enojo por algo”. De acuerdo con las declaraciones del general
Carlos Gaytán, publicadas en La Jornada el 30 de octubre, “la sociedad está
polarizada políticamente porque la ideología dominante, que no mayoritaria, se
basa en corrientes pretendidamente de izquierda que acumularon durante años un
gran resentimiento”. A una parte de los mandos del ejército ello les inquieta y
los ofende pues fueron formados con “valores axiológicos” que chocan con la
forma en que hoy se conduce el país.
Si el general considera
que tener pesar o enojo por la situación que vivimos resulta ofensivo, creo que
no entiende o no comparte los sentimientos de muchos mexicanos. De manera
contradictoria, él mismo se dice
afectado por “un grupo de halcones que podrían llevar a México al caos y a un
verdadero estado fallido”.
Aparentemente, entonces todos o muchos estamos enojados en este país. El
problema entonces consistiría en encontrar las causas de esa molestia y sus
remedios. Criticar al presidente de la república y a su gobierno forma parte de ese enojo: algunos lo están porque creen
que las soluciones no son las correctas;
otros porque consideran que el peso del legado que recibió no le permite al
nuevo gobierno resolver las cosas rápidamente; y hay quien están inconforme por
ambas razones.
Todas estas reacciones pueden parecer naturales e incluso
benéficas para fortalecer la democracia,
para encontrar nuevos proyectos y afianzar los que ha dado resultados.
Lo que no ayuda es criticar la polarización política y, al
mismo tiempo, dividir a los mexicanos entre
buenos y malos: quienes se acogen a los valores que el general considera
sólidos , y aquellos a quienes califica
como pretendidos izquierdistas, acusándolos de ser responsables de las malas
decisiones que ha tomado el presidente. Proclamar que existe un fortalecimiento
indebido del poder presidencial y
faltarle al respeto e ignorarlo como su jefe supremo, de acuerdo a los mandatos constitucionales. Llamar a la unidad
nacional y vulnerarla consciente y deliberadamente con un discurso que tiene
visos de amenaza. Sostener que el alto mando del ejército debe buscar la
cohesión nacional y denunciar que desde
las instituciones se puede llevar a México al caos. Manifestar su lealtad al pueblo de México y agitar el
descontento entre la tropa y la oficialidad. En fin, ejercer la crítica no
tanto para llamar a la corrección sino para que el ejército o algunos mandos
tomen partido no sólo contra el presidente y el gobierno, sino también contra
todos los que él considera que están enojados con la realidad nacional.
El presidente López Obrador contestó señalando que la mayoría de los mexicanos no permitiría
otro golpe de estado y que no hay lugar
en este país para los Pinochet, ni para el genocidio, “ni para los canallas que
lo imploren”.
El tema de un golpe de estado se convirtió entonces en parte
de la polémica pública. Para algunos, los opositores, se trata de una
exageración, un ardid para concitar apoyos o para ocultar fallas. No ha faltado
quien asegure que el presidente hablo así, simplemente porque estaba enojado.
Lo cierto es que nos encontramos en una situación que
requiere que ambas partes del conflicto rectifiquen. El presidente tiene que
revisar sus políticas de seguridad y sus esquemas de mando y coordinación,
dados los acontecimientos de Culiacán,
pero es indudable que ello requiere descansar en la colaboración de los
jefes y funcionarios militares. Puede y debe ser una colaboración crítica y
propositiva pero es difícil trabajar con aquellos que deciden utilizar su cargo
para hacerse figurar como parte de la oposición política y llamar, con razón o
no, a debilitar el poder presidencial. Hay que recordar que el general Gaytán,
aunque retirado, es un funcionario en
activo, con un cargo en la propia Secretaría de la Defensa pues preside el
Comité de Control y Desempeño Institucional según diversas publicaciones. Si el general Gaytán se siente tan incómodo,
debería dejar el gobierno del que forma parte y, como ciudadano, hacer uso de
todas las tribunas que quiera para asumir las posiciones que considere
convenientes.
Es indudable que el gobierno tiene que replantear varias de
sus políticas. Y que aún es tiempo de evitar que los errores hagan naufragar
las promesas de cambio por las que fue electo. También valdría la pena
reconocer aciertos, los cuales sin duda han afectado poderosos intereses. Uno
ellos, por ejemplo, se dio el 15 de octubre cuando el congreso aprobó un
conjunto de reformas legales para castigar y prevenir los fraudes fiscales con
facturas falsas y empresas fantasmas. Se trata de una medida dura que ha sido
cuestionada por organismos como COPARMEX pero que ayudará, si se aplica
correctamente, a frenar el lavado de
dinero, la corrupción y la evasión fiscal. Delitos que han implicado inmensas
cantidades de dinero.
No ha sido la única. La reforma laboral ha lastimado
intereses que habían sido intocables durante
muchos años y que dieron pie a negocios sucios, los contratos de
protección patronal, que han servido para engañar a los trabajadores y
privarlos de sus derechos más elementales. Abogados, líderes, y autoridades
laborales formaron una verdadera mafia
que por su comportamiento y esquemas de operación no se quedan lejos de los que
puede definirse como delincuencia
organizada.
Podrían mencionarse otras reformas legislativas y políticas
públicas que parecen promisorias, junto a fallas evidentes. Una de ellas,
notablemente, la estrategia económica, la cual ha optado por la estabilidad macroeconómica
y no por el crecimiento. Pero incluso en este caso, el reciente informe del FMI
sobre la situación en América Latina, los estudios de la CEPAL y el Informe de
la UNCTAD 2019 ofrecen una idea del panorama internacional adverso, de las
dificultades que atraviesan casi todos
los países de la región, y de la complejidad de las medidas que se
requieren para salir del estancamiento.
A pesar de todos estos escollos, la crítica debe mantenerse
y obligar al gobierno a un replanteamiento. No se trata entonces de elegir
entre señalar los errores o la adhesión
incondicional al gobierno. Por supuesto, la oposición política hará notar las fallas y casi nunca los aciertos. Pero hay
una gran cantidad de mexicanos que queremos que el gobierno cumpla con lo
ofrecido y cambie al país.
Esos inconformes, a los que
el general llamó los resentidos de
muchos años, tienen razón de ser: su enojo responde a una causa, su pesar ha surgido de un agravio sufrido: la
pobreza, la falta de acceso a la educación y a la salud, la pérdida de un
familiar a manos del crimen organizado, o su desaparición por la connivencia
entre autoridades y delincuentes. Resultaría cansado enumerar la lista de
razones que han causado su pesadumbre. Pero en las actuales circunstancias
habrá que enumerarlas una por una, todo el tiempo, cada vez que se pueda, para
ver si así, logramos que esa mayoría que logró llevar a AMLO a la presidencia
sigua activa, se organiza y participe más.
Los resentidos son y han sido el alma de este país. Gracias
a ellos, hay todavía esperanza. No merecen una condena. Hay que reconocerles, además, que en su gran mayoría, se hayan expresado de
manera pacífica. No puede aceptarse,
entonces, que nuestros valores, cualesquiera
que estos sean, requieran el respaldo de
ciudadanos impávidos ante el horror de la violencia, mudos testigos de
la injusticia diaria que les priva de una vida digna.
Lo sentimos, distinguido general, pero ese enojo y, en
especial la protesta social que, entre otras cosas, logró el triunfo electoral el año pasado, será
la energía que conducirá la historia de esta nación. O no habrá un futuro digno
para todos.
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