El azote del mundo contemporáneo: los
paraísos fiscales
Saúl Escobar Toledo
Uno de los problemas más graves que
enfrentan los gobiernos hoy en día, es la falta de recursos públicos para
impulsar el crecimiento económico y otorgar mejores niveles de vida a su
población. Esta deficiencia ocurre por diversas razones, pero hay una muy
importante de la que poco se habla: los paraísos o refugios fiscales (en inglés
tax havens).
En estos lugares, los bancos reciben
depósitos de personas de todo el mundo por los cuales no pagan impuestos y,
sobre todo, se dedican a esconder dinero y diversos activos financieros de sus
clientes, con el objeto de evadir las obligaciones señaladas por la ley en sus
países de origen.
En torno a este asunto, hace unos
años, un investigador de la Universidad de Berkeley, California, Estados
Unidos, Gabriel Zucman, publicó un libro titulado “La riqueza escondida de las
Naciones: el azote de los refugios fiscales” (Universidad de Chicago, 2015),
considerado por Thomas Piketty, el prestigiado economista francés, el mejor
libro que se haya escrito sobre el tema.
En el prólogo del libro citado, Piketty
subraya que esos paraísos son una de las causas más poderosas de la desigualdad
mundial y representan, así mismo, una amenaza para las democracias
contemporáneas. Ello se debe a que
rompen el contrato social básico de las sociedades de mercado: que todo mundo
debe pagar impuestos de manera equitativa y justa para tener acceso a los
bienes y servicios públicos. Si los individuos más ricos y las corporaciones
más poderosas evaden el pago de sus contribuciones, entonces ese contrato pierde
sentido. La inmensa mayoría de la población y los empresarios pequeños y
medianos observan que están pagando más que los de arriba, lo que los lleva a poner
en duda la viabilidad de un estado social sostenido entre todos. Surgen
entonces otras tentaciones: las soluciones ultranacionalistas, las divisiones
étnicas y las políticas de odio. Esto, sobre todo, en el caso de los países
desarrollados.
En lo que tocas a los países en
desarrollo, el problema es más dramático pues esa riqueza oculta acentúa la
falta de recursos públicos ahí donde las necesidades son mayores y la
dependencia del financiamiento externo es más angustiosa. En México, por
ejemplo, la recaudación es todavía muy baja en comparación a otros países,
tanto de desarrollo similar como de mayor tamaño económico. Ello ha repercutido en una caída de la
inversión pública en infraestructura y por lo tanto en las tasas de crecimiento.
Asimismo, el dinero destinado al educación y salud, escasea constantemente. Con lo poco que se obtiene mediante el fisco,
al gobierno sólo le queda recurrir al endeudamiento público, pero esta opción
tiene un límite y hace más vulnerable las finanzas públicas frente a las
amenazas externas e internas. Estas últimas provienen, además, frecuentemente
de los mismos beneficiarios de los refugios fiscales: los superricos y los
grandes consorcios que amenazan constantemente con fugar sus capitales si ven
signos de inestabilidad, o como una forma de presión para obtener mayores
privilegios. Así, las élites pueden ahorcar a los gobiernos jalando ambas
puntas: de un lado contribuyen menos a las finanzas públicas y del otro llevan
parte de sus inmensas fortunas a lugares donde nadie o casi nadie puede
detectarlos.
De ahí la importancia de conocer cómo
operan, cuánta riqueza albergan y qué se puede hacer para combatir estas malas
prácticas. Se trata además de un fenómeno que sigue creciendo aceleradamente a
pesar de que fue reconocido públicamente como una de las causas de la crisis
mundial de 2008.
Según el libro, el monto global de los
activos financieros en manos de personas físicas (sin tomar en cuenta a las
empresas) alcanza actualmente 95.5 billones de dólares; el 8%, es decir 7.6
billones, está en cuentas localizadas en paraísos fiscales.
La suma total escondida, esos 7.6 billones,
varía según la región de origen. La mayor parte
proviene de residentes de Europa
y en segundo lugar de Estados Unidos. América Latina se encuentra en cuarto
lugar después de Asia. En el caso de nuestra región, el autor calcula que por
lo menos 700 mil millones de dólares están depositados en los refugios y representan
el 22% del total de la riqueza financiera de esta parte del mundo, provocando
un considerable daño al erario.
El esquema de operación es sencillo:
los bancos ubicados en los refugios fiscales reciben depósitos de personas que
residen fuera ese territorio. Para facilitar la evasión, crean empresas
fantasmas (compañías inventadas con el único propósito de ocultar el nombre de
los socios); facturas falsas; y cuentas con nombres ficticios que sólo existen
en esas filiales. De esta manera, se desconecta la propiedad legal de los
beneficiarios de esos instrumentos financieros. Los verdaderos poseedores no
son conocidos pues disfrazan su verdadera identidad.
Por otra parte, según el autor, las corporaciones
también se benefician de los paraísos fiscales. Las multinacionales mueven
libremente sus ganancias de un territorio a otro, según su conveniencia,
buscando pagar menores gravámenes. Para
ello, una primera estrategia consiste en realizar préstamos de una filial a la
otra, con el objetivo de que las ganancias aparezcan registradas en lugares
como Luxemburgo o las Bermudas donde no se cobran impuestos. La segunda
técnica, más importante, consiste en manipular los precios de transferencia, es
decir los precios por los cuales una filial compra de otra sus propios insumos.
Y claro, los vendedores se ubican en aquellos lugares donde las ganancias no se
gravan mientras las pérdidas se ubican en los libros de contabilidad de las
empresas ubicadas en países como Estados Unidos o Europa. Es lo que hacen
usualmente empresas gigantes como Google, Apple y Microsoft.
Las maniobras de las empresas se han
vuelto cada vez más sofisticadas a pesar de que la tasa impositiva ha
disminuido constantemente desde los años setenta del siglo pasado. Se ha llegado
a pensar que los países no tienen más remedio que competir entre si bajando los impuestos pues
el dinero se mueve libremente y sin vigilancia, de un lado al otro, buscando siempre un lugar
más seguro y rentable.
Los refugios fiscales más importantes
son: Suiza, el país pionero en esta materia y todavía el corazón del sistema, que
alberga un monto calculado en 2.3 billones de dólares; le siguen Luxemburgo, el
otro gran refugio sobre todo de fondos de inversión, y las Islas Vírgenes, que
se distingue por la existencia de una gran cantidad de empresas de papel. Estos
países formarían, según Zucman, el trío siniestro de la evasión. Pero también
habría que mencionar a las Islas Caimán, Irlanda y, por supuesto, a Panamá,
entre otros.
La manera más eficaz de terminar con
la opacidad, propone el autor, consiste en crear un registro mundial de la
riqueza financiera, una cuenta central concentradora coordinada por los
gobiernos y las organizaciones internacionales que permita transparentar la
propiedad y los movimientos de esos capitales. En realidad, abunda Zucman, ya
existen diversas cuentas concentradoras tanto en EU como en Europa, pero no
abarcan a todo el mundo ni se comunican entre sí y, sobre todo, son de
administración privada.
Mientras eso sucede, lo que exigiría
una mayor voluntad política de los principales gobiernos del mundo, cada país
tendrá que lidiar con el problema con mecanismos de colaboración internacional
muy deficientes y con sus propios sistemas de administración frecuentemente
contaminadas por la corrupción y la complicidad política. El gobierno de López
Obrador tiene aquí otro reto de grandes dimensiones: disminuir la evasión
fiscal evitando, hasta donde se pueda, la fuga impune de capitales a los
paraísos fiscales. Ello requerirá firmeza para resistir las presiones de los
más poderosos. El problema es que, si no está dispuesto a aumentar impuestos,
la única manera de hacerse de más recursos es detectando las trampas de los
grandes evasores.
saulescobar.blogspot.com
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