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miércoles, 1 de agosto de 2018


El azote del mundo contemporáneo: los paraísos fiscales
Saúl Escobar Toledo

Uno de los problemas más graves que enfrentan los gobiernos hoy en día, es la falta de recursos públicos para impulsar el crecimiento económico y otorgar mejores niveles de vida a su población. Esta deficiencia ocurre por diversas razones, pero hay una muy importante de la que poco se habla: los paraísos o refugios fiscales (en inglés tax havens). 
En estos lugares, los bancos reciben depósitos de personas de todo el mundo por los cuales no pagan impuestos y, sobre todo, se dedican a esconder dinero y diversos activos financieros de sus clientes, con el objeto de evadir las obligaciones señaladas por la ley en sus países de origen.
En torno a este asunto, hace unos años, un investigador de la Universidad de Berkeley, California, Estados Unidos, Gabriel Zucman, publicó un libro titulado “La riqueza escondida de las Naciones: el azote de los refugios fiscales” (Universidad de Chicago, 2015), considerado por Thomas Piketty, el prestigiado economista francés, el mejor libro que se haya escrito sobre el tema.
En el prólogo del libro citado, Piketty subraya que esos paraísos son una de las causas más poderosas de la desigualdad mundial y representan, así mismo, una amenaza para las democracias contemporáneas.   Ello se debe a que rompen el contrato social básico de las sociedades de mercado: que todo mundo debe pagar impuestos de manera equitativa y justa para tener acceso a los bienes y servicios públicos. Si los individuos más ricos y las corporaciones más poderosas evaden el pago de sus contribuciones, entonces ese contrato pierde sentido. La inmensa mayoría de la población y los empresarios pequeños y medianos observan que están pagando más que los de arriba, lo que los lleva a poner en duda la viabilidad de un estado social sostenido entre todos. Surgen entonces otras tentaciones: las soluciones ultranacionalistas, las divisiones étnicas y las políticas de odio. Esto, sobre todo, en el caso de los países desarrollados.
En lo que tocas a los países en desarrollo, el problema es más dramático pues esa riqueza oculta acentúa la falta de recursos públicos ahí donde las necesidades son mayores y la dependencia del financiamiento externo es más angustiosa. En México, por ejemplo, la recaudación es todavía muy baja en comparación a otros países, tanto de desarrollo similar como de mayor tamaño económico.  Ello ha repercutido en una caída de la inversión pública en infraestructura y por lo tanto en las tasas de crecimiento. Asimismo, el dinero destinado al educación y salud, escasea constantemente.  Con lo poco que se obtiene mediante el fisco, al gobierno sólo le queda recurrir al endeudamiento público, pero esta opción tiene un límite y hace más vulnerable las finanzas públicas frente a las amenazas externas e internas. Estas últimas provienen, además, frecuentemente de los mismos beneficiarios de los refugios fiscales: los superricos y los grandes consorcios que amenazan constantemente con fugar sus capitales si ven signos de inestabilidad, o como una forma de presión para obtener mayores privilegios. Así, las élites pueden ahorcar a los gobiernos jalando ambas puntas: de un lado contribuyen menos a las finanzas públicas y del otro llevan parte de sus inmensas fortunas a lugares donde nadie o casi nadie puede detectarlos.
De ahí la importancia de conocer cómo operan, cuánta riqueza albergan y qué se puede hacer para combatir estas malas prácticas. Se trata además de un fenómeno que sigue creciendo aceleradamente a pesar de que fue reconocido públicamente como una de las causas de la crisis mundial de 2008.  
Según el libro, el monto global de los activos financieros en manos de personas físicas (sin tomar en cuenta a las empresas) alcanza actualmente 95.5 billones de dólares; el 8%, es decir 7.6 billones, está en cuentas localizadas en paraísos fiscales.
La suma total escondida, esos 7.6 billones, varía según la región de origen. La mayor parte   proviene de residentes de Europa y en segundo lugar de Estados Unidos. América Latina se encuentra en cuarto lugar después de Asia. En el caso de nuestra región, el autor calcula que por lo menos 700 mil millones de dólares están depositados en los refugios y representan el 22% del total de la riqueza financiera de esta parte del mundo, provocando un considerable daño al erario.
El esquema de operación es sencillo: los bancos ubicados en los refugios fiscales reciben depósitos de personas que residen fuera ese territorio. Para facilitar la evasión, crean empresas fantasmas (compañías inventadas con el único propósito de ocultar el nombre de los socios); facturas falsas; y cuentas con nombres ficticios que sólo existen en esas filiales. De esta manera, se desconecta la propiedad legal de los beneficiarios de esos instrumentos financieros. Los verdaderos poseedores no son conocidos pues disfrazan su verdadera identidad.
Por otra parte, según el autor, las corporaciones también se benefician de los paraísos fiscales. Las multinacionales mueven libremente sus ganancias de un territorio a otro, según su conveniencia, buscando pagar menores gravámenes.  Para ello, una primera estrategia consiste en realizar préstamos de una filial a la otra, con el objetivo de que las ganancias aparezcan registradas en lugares como Luxemburgo o las Bermudas donde no se cobran impuestos. La segunda técnica, más importante, consiste en manipular los precios de transferencia, es decir los precios por los cuales una filial compra de otra sus propios insumos. Y claro, los vendedores se ubican en aquellos lugares donde las ganancias no se gravan mientras las pérdidas se ubican en los libros de contabilidad de las empresas ubicadas en países como Estados Unidos o Europa. Es lo que hacen usualmente empresas gigantes como Google, Apple y Microsoft.
Las maniobras de las empresas se han vuelto cada vez más sofisticadas a pesar de que la tasa impositiva ha disminuido constantemente desde los años setenta del siglo pasado. Se ha llegado a pensar que los países no tienen más remedio  que competir entre si bajando los impuestos pues el dinero se mueve libremente y sin vigilancia,  de un lado al otro, buscando siempre un lugar más seguro y rentable.
Los refugios fiscales más importantes son: Suiza, el país pionero en esta materia y todavía el corazón del sistema, que alberga un monto calculado en 2.3 billones de dólares; le siguen Luxemburgo, el otro gran refugio sobre todo de fondos de inversión, y las Islas Vírgenes, que se distingue por la existencia de una gran cantidad de empresas de papel. Estos países formarían, según Zucman, el trío siniestro de la evasión. Pero también habría que mencionar a las Islas Caimán, Irlanda y, por supuesto, a Panamá, entre otros.
La manera más eficaz de terminar con la opacidad, propone el autor, consiste en crear un registro mundial de la riqueza financiera, una cuenta central concentradora coordinada por los gobiernos y las organizaciones internacionales que permita transparentar la propiedad y los movimientos de esos capitales. En realidad, abunda Zucman, ya existen diversas cuentas concentradoras tanto en EU como en Europa, pero no abarcan a todo el mundo ni se comunican entre sí y, sobre todo, son de administración privada.
Mientras eso sucede, lo que exigiría una mayor voluntad política de los principales gobiernos del mundo, cada país tendrá que lidiar con el problema con mecanismos de colaboración internacional muy deficientes y con sus propios sistemas de administración frecuentemente contaminadas por la corrupción y la complicidad política. El gobierno de López Obrador tiene aquí otro reto de grandes dimensiones: disminuir la evasión fiscal evitando, hasta donde se pueda, la fuga impune de capitales a los paraísos fiscales. Ello requerirá firmeza para resistir las presiones de los más poderosos. El problema es que, si no está dispuesto a aumentar impuestos, la única manera de hacerse de más recursos es detectando las trampas de los grandes evasores.
saulescobar.blogspot.com



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