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miércoles, 6 de diciembre de 2017

Un candidato disfrazado de CEO

Saúl Escobar Toledo

Enrique Peña Nieto no pretendió designar a Meade candidato a la presidencia de la República. Quiere hacernos creer que nombró a un gerente o CEO (chief executive officer) para que se encargue del país como si fuera una corporación. La diferencia no es menor. Un candidato a la presidencia se supone que representa a un partido político y responde a un programa. Un gerente, supuestamente, no tiene ideología, ni pertenece a organización política alguna, ni defiende un proyecto de nación. Se encarga, simplemente, de hacer que el consorcio funcione, que sea rentable y no quiebre.

Las primeras palabras del Sr. Meade fueron reveladoras en este sentido. Dijo que su principal propósito sería convertir o hacer de México unas “potencia”. Es decir, la fortaleza económica es su principal interés y de ellos deriva la seguridad en las calles, mejores niveles de vida, la educación, la salud, etc. Tal como un patrón se dirige a sus empleados y les asegura que, si el negocio logra colocarse favorablemente en los mercados, todos, desde los accionistas hasta el más humilde trabajador seguramente prosperarán.

De igual manera, el que no pertenezca a ningún partido y haber fungido en altos cargos de administraciones del PAN y del PRI subraya su perfil gerencial. Cuando Meade pide que el Revolucionario Institucional lo “haga suyo”, también está diciendo que él nunca será como ellos. Se presenta como algo distinto, ajeno a la organización que lo postula y a sus vicios y comportamientos.

La última vez que el PRI eligió un tecnócrata con más perfil de CEO que de líder político fue cuando Salinas impuso a Zedillo quien tiempo después de abandonar el gobierno se convirtió en lo que siempre quiso: socio y consejero de compañías trasnacionales. Y así les fue a los priistas: la sana distancia terminó en una alegre entrega del poder al PAN. Lo que hoy llaman lealtad quizás represente una abyecta obediencia que puede llevarlos a su propio sacrificio en bien del consorcio “Gobierno de México S.A”.

Pero allá ellos, sus apoyadores incondicionales. Lo que nos debe importar es que la idea de que necesitamos un buen administrador y no un presidente es una moda y un engaño. En Argentina, Mauricio Macri, y en Francia Emmanuel Macron, han encarnado estas aparentes figuras de gerentes capaces, lejanos a los partidos y a los grupos políticos “tradicionales”. Han sido exitosos electoralmente, pero una calamidad como presidentes. Y es que en realidad se trata de una ficción.

Al pretender conducir un país como si se tratara de una empresa, el criterio tecnocrático se convierte en razón de Estado. Son por lo tanto insensibles al diálogo y a la crítica de sus opositores; y difícilmente tratan de encontrar soluciones concertadas pues todo lo miden según la respuesta de los mercados.

Son obvias las razones de Peña para la designación de un personaje con esta máscara.  Es más fácil de vender y así tratará de borrar la mancha de su origen: ser postulado por el PRI. Meade, gustoso con este papel, tratará de hacernos creer que no sabe de la corrupción imperante ni de las costumbres de los políticos.  Y con ello intentará diferenciarse de los propios priistas, pero también de los panistas, perredistas y sobre todo de AMLO y de su larga trayectoria en la vida pública del país.

A pesar de su disfraz, le será difícil ocultar su pasado.  Meade no fue un servidor público eficiente y aparentemente honrado de Fox, Calderón y Peña. En realidad, ha sido responsable directo y encubridor de manejos turbios de los recursos públicos, de lamentables decisiones de sus jefes, y obediente operador político para utilizar los programas sociales en la compra de votos.

Para esconder esas responsabilidades, dirá que sólo recibía órdenes, las cual obviamente tenía que cumplir de la mejor manera posible, como debe hacerlo cualquier empleado eficaz.

Defenderá la continuidad de las políticas económicas porque será, piensa, la clave de su éxito y es el tema que realmente ha ocupado su mente y su interés profesional. Es en realidad casi lo único en lo que cree que sabe.

Pero México no tiene sólo problemas económicos ni éstos se van a resolver a partir de una visión gerencial porque no vivimos tiempos “normales”. En nuestro vecino del norte gobierna un tipo que se comporta sin la mínima sensatez que se espera de cualquier persona a cargo de un puesto público. Y aquí en nuestras tierras, vivimos un desastre humanitario de grandes proporciones. Las instituciones del Estado están fracturadas por la impunidad, el encubrimiento y la complicidad con el crimen organizado.

No son pues situaciones manejables a partir de criterios gerenciales. Y en esas condiciones un administrador eficiente, o alguien que pretender serlo, puede ser tanto o más peligroso que un político corrupto que gobierna como tal y sin vergüenza, como es el caso en estos momentos.

El horizonte intelectual del candidato del PRI no le permite entender la realidad del país. Un director administrativo sabe que los mercados cambian a veces repentinamente, que hay muchas variables que afectan a los negocios, y que el entorno en que se desenvuelven es a veces muy complejo. Pero un gerente no puede entender más que de sumas o restas, pues éstas determinan la estabilidad y el éxito de una empresa.

México enfrenta y lo hará en el futuro inmediato problemas que exigen soluciones de otro tipo. Sobre todo, decisiones políticas, entendidas no como componendas o encubrimientos, sino como acciones de gran calado que rompan con el pasado y que abran nuevos rumbos.

Para un responsable de las finanzas públicas, abandonar el TLCAN es racional sólo si EU lo decide primero. Para un líder político que ve por su país, la decisión tiene que ver con el compromiso de elegir otra ruta de crecimiento para México. Para un encargado de negocios, los asesinatos, las ejecuciones extrajudiciales, los desaparecidos, los feminicidios y los crímenes políticos que ocurren diariamente son cifras que deben estabilizarse: no deben aumentar demasiado, pero se debe entender que resulta imposible acabar con la violencia. La seguridad, además, tiene que estar a cargo de las fuerzas militares porque es un asunto de armas y equipamiento. Para un reformador, un político reformador, estos no son sólo números sino síntomas de un problema de descomposición social y política.

En fin, el discurso del señor Meade, vacío y carente no sólo de ideas sino de emociones y símbolos, difícilmente va a cambiar porque él no quiere ser un “político” sino un gerente responsable que no desea prometer más de la cuenta. Sólo transmitir buenas intenciones porque el objetivo es mejorar los números de la empresa, dar buenos resultados. Los administradores se ocupan de eso, de que las cifras cuadren. Dejan a otros ocuparse de las tareas más ingratas y se desentienden de cosas tan intangibles como la vida cotidiana de la gente, o la dignidad y el respeto de una Nación.


Ya veremos si el perfil gerencial convence. Hasta ahora parece haber tenido buena respuesta de aquellos precisamente que entienden de negocios y no de otras cosas “raras” como los derechos humanos. De aquellos cansados de la política porque la ven como  encarnación de la corrupción y la mentira. De los que creen que ya no hay valores, y las izquierdas y las derechas son iguales. Para ellos se acabaron las utopías y las ilusiones. Por eso hay que conformarse con un buen técnico.

No entienden que, precisamente, tratar de administrar el desastre y controlar los daños, haciendo más de lo mismo mientras los damnificados aumentan todos los días, es una forma segura de propiciar que el techo se derrumbe sobre todos nosotros sin remedio.

Ojalá la campaña presidencial y las elecciones signifiquen el triunfo de una nueva política mediante la participación y vigilancia de la sociedad con sus gobiernos para construir caminos hasta hoy desconocidos. Y la derrota de aquellos que se asumen como gerentes para encubrir la violencia y la degradación del país y de sus instituciones que nos aquejan desde hace ya demasiado tiempo.

Twitter:#saulescoba




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