Un
candidato disfrazado de CEO
Saúl
Escobar Toledo
Enrique
Peña Nieto no pretendió designar a Meade candidato a la presidencia de la República.
Quiere hacernos creer que nombró a un gerente o CEO (chief executive officer) para
que se encargue del país como si fuera una corporación. La diferencia no es
menor. Un candidato a la presidencia se supone que representa a un partido político
y responde a un programa. Un gerente, supuestamente, no tiene ideología, ni
pertenece a organización política alguna, ni defiende un proyecto de nación. Se
encarga, simplemente, de hacer que el consorcio funcione, que sea rentable y no
quiebre.
Las
primeras palabras del Sr. Meade fueron reveladoras en este sentido. Dijo que su
principal propósito sería convertir o hacer de México unas “potencia”. Es
decir, la fortaleza económica es su principal interés y de ellos deriva la
seguridad en las calles, mejores niveles de vida, la educación, la salud, etc.
Tal como un patrón se dirige a sus empleados y les asegura que, si el negocio
logra colocarse favorablemente en los mercados, todos, desde los accionistas
hasta el más humilde trabajador seguramente prosperarán.
De
igual manera, el que no pertenezca a ningún partido y haber fungido en altos
cargos de administraciones del PAN y del PRI subraya su perfil gerencial. Cuando
Meade pide que el Revolucionario Institucional lo “haga suyo”, también está
diciendo que él nunca será como ellos. Se presenta como algo distinto, ajeno a
la organización que lo postula y a sus vicios y comportamientos.
La
última vez que el PRI eligió un tecnócrata con más perfil de CEO que de líder
político fue cuando Salinas impuso a Zedillo quien tiempo después de abandonar
el gobierno se convirtió en lo que siempre quiso: socio y consejero de
compañías trasnacionales. Y así les fue a los priistas: la sana distancia
terminó en una alegre entrega del poder al PAN. Lo que hoy llaman lealtad quizás
represente una abyecta obediencia que puede llevarlos a su propio sacrificio en
bien del consorcio “Gobierno de México S.A”.
Pero
allá ellos, sus apoyadores incondicionales. Lo que nos debe importar es que la
idea de que necesitamos un buen administrador y no un presidente es una moda y
un engaño. En Argentina, Mauricio Macri, y en Francia Emmanuel Macron, han
encarnado estas aparentes figuras de gerentes capaces, lejanos a los partidos y
a los grupos políticos “tradicionales”. Han sido exitosos electoralmente, pero
una calamidad como presidentes. Y es que en realidad se trata de una ficción.
Al
pretender conducir un país como si se tratara de una empresa, el criterio tecnocrático
se convierte en razón de Estado. Son por lo tanto insensibles al diálogo y a la
crítica de sus opositores; y difícilmente tratan de encontrar soluciones
concertadas pues todo lo miden según la respuesta de los mercados.
Son
obvias las razones de Peña para la designación de un personaje con esta máscara.
Es más fácil de vender y así tratará de
borrar la mancha de su origen: ser postulado por el PRI. Meade, gustoso con
este papel, tratará de hacernos creer que no sabe de la corrupción imperante ni
de las costumbres de los políticos. Y con
ello intentará diferenciarse de los propios priistas, pero también de los
panistas, perredistas y sobre todo de AMLO y de su larga trayectoria en la vida
pública del país.
A
pesar de su disfraz, le será difícil ocultar su pasado. Meade no fue un servidor público eficiente y
aparentemente honrado de Fox, Calderón y Peña. En realidad, ha sido responsable
directo y encubridor de manejos turbios de los recursos públicos, de
lamentables decisiones de sus jefes, y obediente operador político para
utilizar los programas sociales en la compra de votos.
Para
esconder esas responsabilidades, dirá que sólo recibía órdenes, las cual
obviamente tenía que cumplir de la mejor manera posible, como debe hacerlo
cualquier empleado eficaz.
Defenderá
la continuidad de las políticas económicas porque será, piensa, la clave de su
éxito y es el tema que realmente ha ocupado su mente y su interés profesional.
Es en realidad casi lo único en lo que cree que sabe.
Pero
México no tiene sólo problemas económicos ni éstos se van a resolver a partir
de una visión gerencial porque no vivimos tiempos “normales”. En nuestro vecino
del norte gobierna un tipo que se comporta sin la mínima sensatez que se espera
de cualquier persona a cargo de un puesto público. Y aquí en nuestras tierras,
vivimos un desastre humanitario de grandes proporciones. Las instituciones del
Estado están fracturadas por la impunidad, el encubrimiento y la complicidad
con el crimen organizado.
No
son pues situaciones manejables a partir de criterios gerenciales. Y en esas
condiciones un administrador eficiente, o alguien que pretender serlo, puede
ser tanto o más peligroso que un político corrupto que gobierna como tal y sin
vergüenza, como es el caso en estos momentos.
El
horizonte intelectual del candidato del PRI no le permite entender la realidad
del país. Un director administrativo sabe que los mercados cambian a veces
repentinamente, que hay muchas variables que afectan a los negocios, y que el entorno
en que se desenvuelven es a veces muy complejo. Pero un gerente no puede
entender más que de sumas o restas, pues éstas determinan la estabilidad y el
éxito de una empresa.
México
enfrenta y lo hará en el futuro inmediato problemas que exigen soluciones de
otro tipo. Sobre todo, decisiones políticas, entendidas no como componendas o
encubrimientos, sino como acciones de gran calado que rompan con el pasado y
que abran nuevos rumbos.
Para
un responsable de las finanzas públicas, abandonar el TLCAN es racional sólo si
EU lo decide primero. Para un líder político que ve por su país, la decisión
tiene que ver con el compromiso de elegir otra ruta de crecimiento para México.
Para un encargado de negocios, los asesinatos, las ejecuciones extrajudiciales,
los desaparecidos, los feminicidios y los crímenes políticos que ocurren
diariamente son cifras que deben estabilizarse: no deben aumentar demasiado,
pero se debe entender que resulta imposible acabar con la violencia. La
seguridad, además, tiene que estar a cargo de las fuerzas militares porque es
un asunto de armas y equipamiento. Para un reformador, un político reformador,
estos no son sólo números sino síntomas de un problema de descomposición social
y política.
En
fin, el discurso del señor Meade, vacío y carente no sólo de ideas sino de
emociones y símbolos, difícilmente va a cambiar porque él no quiere ser un “político”
sino un gerente responsable que no desea prometer más de la cuenta. Sólo
transmitir buenas intenciones porque el objetivo es mejorar los números de la
empresa, dar buenos resultados. Los administradores se ocupan de eso, de que
las cifras cuadren. Dejan a otros ocuparse de las tareas más ingratas y se
desentienden de cosas tan intangibles como la vida cotidiana de la gente, o la
dignidad y el respeto de una Nación.
Ya
veremos si el perfil gerencial convence. Hasta ahora parece haber tenido buena
respuesta de aquellos precisamente que entienden de negocios y no de otras
cosas “raras” como los derechos humanos. De aquellos cansados de la política
porque la ven como encarnación de la corrupción
y la mentira. De los que creen que ya no hay valores, y las izquierdas y las
derechas son iguales. Para ellos se acabaron las utopías y las ilusiones. Por
eso hay que conformarse con un buen técnico.
No
entienden que, precisamente, tratar de administrar el desastre y controlar los daños,
haciendo más de lo mismo mientras los damnificados aumentan todos los días, es
una forma segura de propiciar que el techo se derrumbe sobre todos nosotros sin
remedio.
Ojalá
la campaña presidencial y las elecciones signifiquen el triunfo de una nueva
política mediante la participación y vigilancia de la sociedad con sus
gobiernos para construir caminos hasta hoy desconocidos. Y la derrota de aquellos
que se asumen como gerentes para encubrir la violencia y la degradación del
país y de sus instituciones que nos aquejan desde hace ya demasiado tiempo.
Twitter:#saulescoba
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