CIEN AÑOS
¿Qué debe celebrar
el trabajador mexicano cien años después de la revolución?
El balance puede
ser muy complicado pero si le preguntamos a un obrero en activo de 2009 la
respuesta será, casi seguramente, deprimente. El salario es muy bajo y sobre
todo no ha dejado de disminuir desde 1977. Los puestos de trabajo son escasos y
además de mal pagados, son inseguros, riesgosos y mal protegidos. El despido
puede venir en cualquier momento y aunque se pueda recurrir a la justicia, ésta
es muy tardada y depende mucho de los abogados. Si te toca un abogado bueno y honesto, tienes alguna
oportunidad de obtener justicia; si no, serás presa de un chantaje permanente
que acabará cuando se termine tu paciencia. Además, muchos empleos son
insalubres. En México proliferan los accidentes y las enfermedades de trabajo,
más que en muchos otros países del mundo. Y para colmo, y estos a lo mejor es
lo más importante, nadie te protege. El sindicato no existe realmente aunque
exista en el papel y te cobren una cuota. Pero nunca está ahí donde debiera
estar para defenderte, por ejemplo de una reclamación por accidente de trabajo,
por un despido injustificado o para evitar que sigas trabajando con tantos
riesgos. La autoridad tampoco está y si algún día llega en la persona de un
inspector de trabajo, eso será muy afortunado. Más afortunado será todavía que
el inspector inspeccione y haga un reporte fidedigno. Y más todavía que el
patrón acate las medidas de seguridad que la ley y la autoridad le obliguen.
Todo ello sería una verdadera fortuna.
Pero hablando de
suerte, tener un trabajo fijo es, ya, una cosa cada vez más rara. La mayoría de
los mexicanos y mexicanas en edad de
trabajar laboran como no asalariados, en actividades por su cuenta, en una
enrome variedad de oficios y condiciones. Así que surte es, a estas alturas,
encontrar un medio digno de vivir que no tenga nada que ver con alguna forma de
delincuencia, organizada o medio organizada. Y si bajo estas condiciones no hay
de otra, entonces suerte será llegar vivo al otro lado, encontrar un empleo,
que aunque te explote 10 o 12 horas diarias, te permita enviar dinero a tu
casa. Y suerte será también que la migra no te agarre y pases los años en una
tierra extraña, lejos de tu casa y de tu pueblo, en un medio tan hostil y
diferente al que has vivido siempre.
Así que a cien
años de la Revolución ,
sólo los trabajadores con mucha, mucha suerte pueden decir algo bueno de su
trabajo, de su calidad de vida, de su futuro.
A cien años de la Revolución , el mundo del trabajo es el mundo de la suerte
y el azar. Pero como sucede en todas las actividades regidas por la buena
fortuna, ésta so se les da a unos cuantos. La inmensa mayoría de los
trabajadores mexicanos trabajan, viven, y se ven a si mismos con muy poco o
nada que celebrar.
Pero ¿es que nada
ha cambiado desde 1910, desde que en las fábricas porfirianas, ya no digamos en
las haciendas del peón acasillado, los derechos de los trabajadores eran
simplemente inexistentes, y el sólo acto de reclamar era considerado indebido,
y por lo tanto ni siquiera digno de contestarse y mucho menos de satisfacerse?
¿Nada ha cambiado
desde aquel día en que tropas extranjeras asesinaron a los obreros huelguistas
de Cananea; o desde ese otro día 7 de 1907 en que la revuelta de de Río Blanco
fue objeto de una masacre como no ha habido otra después?
¿De nada han
servido una centena de años de lucha, organización sindical, leyes,
instituciones y políticas públicas dirigidas especialmente a la clase
trabajadora?
¿Quién pude pensar
que estamos igual o peor que en el Porfiriato, o que la historia ha dado un
giro perfecto de 360º?
Sobre el mundo del
trabajo hoy en el 2009 podría decirse que casi toda ha cambiado para que casi
todo siga igual. Pero eso no sería cierto. Casi todo cambió y las cosas no son iguales. México es hoy
una sociedad mucho más compleja y diversa, más rica y más pobre, más justa y más desigual. La comparación entre
el ayer y la actualidad es casi imposible de resolver en un balance de negro y
blanco. Pero en el caso de los trabajadores, en esta centuria ha ganado el lado
oscuro de la historia.
México ha sido en
estos cien años, casi todo el siglo XX, de los pocos países en los que no pudo
afianzarse ni prosperar un movimiento obrero independiente, legítimo, real.
Casi toda su historia lo que ha habido y lo que hay, con algunas excepciones,
es una sindicalismo autoritario, corrupto, corporativo, subordinado, y desde
hace unas décadas, además, ficticio.
Esta ausencia ha
tenido efectos más perniciosos y duraderos de lo que pudiera pensarse en un
primer momento. Sus repercusiones sociales, políticas y económicas son, a
nuestro modo de ver, muy vastas y profundas. Por lo pronto, diremos que esa
ausencia explicaría en buena medida la situación tan lamentable en que se
encuentra el mundo del trabajo en México. Un mundo sin derechos exigibles, sin
protección, un mundo que se achica cada vez más, que se hace más inseguro y
precario. Donde una minoría sostiene a una mayoría sin futuro. Y lo peor es que
no hay nadie, casi, a quien acudir.
La situación
actual del trabajo en México no fue resultado de cien años de mala suerte. Su
historia es más bien de avances y retrocesos, de ganancias y pérdidas, aunque
el saldo final, al día de hoy, es negativo. Por defender sus derechos o por querer
mejorarlos, los obreros fueron sometidos a diversas formas de represión. A veces,
a sangre y fuego, o con despidos masivos y represión selectiva a los líderes
que no se vendieron. A ellos los encarcelaron bajo acusaciones y procesos
arbitrarios. O los mataron. La violencia descarnada del estado sobre los
trabajadores también ha cambiado. Unos años fue más directa, masiva y sin contemplaciones.
Otros no tanto: bastó el silencio, la indiferencia o la cooptación Pero, por
desgracia, el resultado es otra vez malo
para los trabajadores, A final de cuentas, los gobernantes logaron
probablemente lo más importantes: dejar a los trabajadores solos, sin
organización, sin protección, y ya casi sin cultura y conocimiento y maña para
defenderse. Y ese logro es lo más negativo de estos cien años. Hoy, vivimos una
catástrofe oculta: un mundo de ficción y horror rige las relaciones laborales
en todo nuestro país. Sindicatos inexistente, contratos que no se cumplen, leyes que no se aplican, justicia que no se imparte,
todo ello se oculta bajo un realidad aparente: los sindicatos cuentan
con registro legal, dirigentes de carne y hueso, cuotas que se cobran en dinero
constante y sonante, contratos que están escritos y registrados en alguna
dependencia pública, juzgados laborales que funcionan todos los días.
Pero todo esto es
más que un escenario montado, no es sino
utilería de baja calidad. Atrás está un mundo real, en el que las conquistas
obreras del siglo XX parecieran haberse esfumado.
Notas: Saúl
Escobar Toledo
14 01 09
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